(Publicado en Diario16 el 22 de abril de 2020)
Santiago Abascal ha desplegado esta mañana en el Congreso de los Diputados todo su arsenal populista antes de comunicarle a Pedro Sánchez que no apoyará su petición de prórroga del estado de alarma dos semanas más. Está visto que para el líder de Vox la tribuna del Parlamento no es ese lugar donde resolver los problemas de un país ni aportar soluciones concretas contra una brutal epidemia, sino un nido de ametralladoras dialéctico donde descargar su pólvora fabricada con sustancias tóxicas como la demagogia, la contradicción ideológica, la falsedad y el rencor guerracivilista. Para el jefe de la ultraderecha española todo vale y no hay juego sucio que no se pueda poner en marcha. Difamar, injuriar y calumniar al adversario político es el camino que lleva a la gloria.
En el colmo del sarcasmo, esta mañana ha acusado al presidente del Gobierno y a su ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, de querer “atacar” y “pisotear” el derecho a la libertad de expresión e información en España por pretender perseguir los bulos presuntamente difundidos por Vox en las redes sociales. No deja de ser una gran paradoja del destino que sea precisamente él, líder de un partido político que impide al acceso a sus mítines a los periodistas críticos e incómodos, quien se queje amargamente y con victimismo de que no le dejan hablar.
Abascal, como buen discípulo del populismo demagógico de nuevo cuño que es, se siente cómodo en medio del infierno y la desolación en que está sumido el país. Se muestra plenamente convencido de que del inmenso cementerio y el solar económico que saldrá de la pandemia brotará un cosechón de rabia, odio, rencor y furia contra la democracia y contra Europa. Ese será su momento. Hoy ha acusado al Gobierno español de haber firmado “la peor gestión” del coronavirus del mundo occidental aunque, eso sí, se le ha olvidado que al otro lado del Atlántico hay un país gobernado por cierto millonario inspirador de la ideología de Vox que cuenta casi un millón de contagiados y más de 45.000 muertos. Al papa gordinflón de rubio tupé mejor dejarlo en paz, no vaya a ser que se enfade y no invite a Vox a la próxima cumbre neofascista a celebrar en los campos de algodón del Ku Klux Klan.
Nada de lo que dice Abascal suena sincero o decente por mucho que lo diga desde el sagrado templo de la democracia. Todo es manipulación, exceso, grandilocuencia, sobreactuación. Al confinamiento de los españoles en sus casas que se ha demostrado eficaz contra el coronavirus lo llama “arresto domiciliario”; el decreto de estado alarma sirve para convertir España en una “cárcel chavista” que “funciona con cartillas de racionamiento”; y las residencias de ancianos son “gulags donde no se conoce el número de muertos”. Sorprende que Abascal califique los hogares de la tercera edad como gulags (campos de trabajos forzosos que operaron durante años en la Unión Soviética) cuando las competencias de estas instalaciones están transferidas a las comunidades autónomas, entre ellas Madrid, Andalucía y Murcia, feudos gobernados por el PP con el apoyo inestimable de Vox. ¿Acaso pretende decir Abascal que las residencias de ancianos madrileñas y andaluzas son gulags? En ese caso los responsables del campo de exterminio geriátrico serían los políticos y funcionarios del llamado “trifachito” que allí gobiernan.
A su discurso mítico-hiperbólico propio de la propaganda goebelsiana, Abascal suma la ceremonia de la confusión, tan peligrosa como su exaltada retórica vacía. El partido ultra reclama su “derecho a hablar en las redes sociales, en la calle y en los medios de comunicación”, como si estuviera siendo víctima de una mordaza que en realidad no existe. Otro bulo más. El derecho a la libertad de expresión y de información está plenamente garantizado en este país (al menos de momento, mientras no lleguen al poder los nostálgicos del franquismo) porque así lo establecen la Constitución, las leyes y los tribunales ordinarios de Justicia. Pero una vez más Abascal pretende engañar a la opinión pública confundiendo la libertad de expresión con la mentira; la libertad de prensa con la desinformación, el bulo y la noticia falsa con propósito de desestabilizar el país. Ese terrorismo informativo habitualmente practicado por Vox debe ser combatido con todas las armas del Estado de Derecho, un sistema muy alejado de regímenes gobernados “por los maestros de Pablo Iglesias como Castro, Maduro o Chávez”, según ha asegurado desde el atril el líder populista.
Pero lo que más parece haberle dolido al máximo dirigente de la ultraderecha española es que alguien trate de darle lecciones de respeto a la Policía y la Guardia Civil. A fin de cuentas Vox es un partido nacional-militarista que vive del supuesto amor a los cuarteles y del “todo por la patria”. “No ponemos en mal lugar a las Fuerzas de Seguridad del Estado, ustedes las utilizan para ocultar su gestión”, ha aseverado haciéndose el ofendido. Es su frágil coartada después de que hace apenas un par de días tanto él como Pablo Casado hayan puesto a los pies de los caballos al general de la Guardia Civil José Manuel Santiago, a quien han vapuleado mediáticamente por un lapsus en una rueda de prensa en el que afirmó que la Benemérita trabaja contra los bulos y la desinformación de la ultraderecha para “minimizar el clima contrario al Gobierno”.
Y para rematar su intervención, que no pasará precisamente a los anales de los discursos parlamentarios más brillantes, una frase lapidaria y un sarcasmo supino: “No podrán enterrar la memoria”, ha espetado rimbombantemente Abascal para referirse a los miles de muertos por el virus a los que, según el líder de la formación verde, el Gobierno no ha rendido el debido homenaje y tributo. Vox hablando de memoria histórica. Ellos que han enterrado la dignidad de miles de asesinados bajo el manto del olvido.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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