(Publicado en Diario16 el 28 de mayo de 2020)
Nissan cierra su planta de producción de Barcelona y deja a tres mil trabajadores en la calle. Alcoa recorta su planta de Lugo que da empleo a más de mil personas. Es el paisaje devastado que queda en España tras la pandemia que lo arrasa todo. El sector industrial español venía dando muestras de agotamiento y de una profunda crisis desde hacía años, pero el virus ha llegado para darle la puntilla definitiva. Andalucía es un secarral industrial; el tejido empresarial asturiano, floreciente en el pasado, se ha ido a la ruina por las sucesivas políticas de reindustrialización auspiciadas por Bruselas. Solo el capital extranjero ha tirado en los últimos años de un sector estratégico que nunca ha recibido el suficiente apoyo en inversión, investigación y desarrollo. España ha vivido demasiado tiempo del maná japonés, del dólar de la Ford y de la tecnología china. Unas veces por unas razones y otras por otras, este país no ha sabido construir un tejido industrial propio, competitivo, fuerte, y se ha acomodado en la hostelería, en la barra del chiringuito playero y en el turismo barato, con los que hemos sobrevivido durante demasiado tiempo.
Ahora que se nos viene abajo el modelo, el gigante con pies de barro que era nuestra débil economía (engañosamente elevada a las cumbres del G20) miramos a nuestro alrededor y vemos con temor que estábamos en manos del señor Kawasaki o de míster Rockefeller, cuando no de los jeques árabes, que cuando vienen mal dadas recogen sus fábricas y se las llevan a lugares más limpios de gérmenes, más estables políticamente y sobre todo más baratos. Es la maldita deslocalización que vamos a empezar a sufrir de una forma severa en estos años de pospandemia, paro y miseria.
Mientras tanto, los políticos españoles, esa tribu cainita, siguen en sus cosas de siempre, en sus pequeñas rencillas, en sus duelos fratricidas y cuentas pendientes, tratando de resucitar las dos Españas de negro recuerdo. El espectáculo que dieron ayer en el Congreso de los Diputados no deja ningún lugar a la esperanza. La derecha clásica se ha tirado alegremente al monte, codo con codo con los ultras de Vox y dispuestos a reventar el país. La sesión que dio ayer el PP fue tan triste y desoladora como lamentable, con un Pablo Casado empeñado en convertir el asunto de los informes precocinados de la Guardia Civil sobre la manifestación del 8M y la posterior cadena de ceses y dimisiones de altos mandos en el nuevo caso GAL. Lo de Cayetana Álvarez de Toledo dando rienda suelta a sus instintos más bajos y llamando a Pablo Iglesias “hijo de terrorista” fue sencillamente de frenopático. Todo eso en el día que España celebraba su primera jornada de luto nacional por las más de 27.000 víctimas de la epidemia y mientras los trabajadores de Nissan empezaban a movilizarse para defender sus empleos y el futuro de sus familias. “Tenemos una situación industrial dantesca y que los políticos españoles estén mirando para otro lado no lo entiendo”, se lamentaba un portavoz sindical. Pero Casado está a otra cosa que no es firmar grandes acuerdos para la reconstrucción del país ni aportar ideas para salvar la economía. Está obsesionado con las conspiraciones, con las cortinas de humo y con el montaje definitivo para derrocar al Gobierno. Ya lo ha probado todo para acabar con Sánchez, desde promover caceroladas de ricos hasta dejarse retratar frente al espejo como un James Dean atormentado, pasando por mentir con los datos de la pandemia. Hoy mismo, en otro alarde de inútil juego de patriotas, tiene previsto reunirse con los agentes de la Guardia Civil, una medida muy populista con la que ganará algunos votos en Jusapol pero que contribuirá bien poco a convencer a los japoneses para que se queden en un país tan poco fiable como el nuestro. Qué diferencia con un liberal de los de verdad como Macron, que ha lanzado un plan para reflotar la industria francesa y hacerla más verde y sostenible, inyectando a la Peugeot más de 5.000 millones de euros de fondos del Estado. La racionalidad francesa y el espíritu de las luces vuelven a dar una lección al atavismo, la sinrazón y el instinto violento y autodestructivo español.
Viñeta: Igepzio
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