(Publicado en Diario16 el 26 de mayo de 2020)
Las derechas han visto un buen filón en la manifestación feminista del 8M y ya han puesto la maquinaria propagandística a pleno rendimiento para hacer creer a los españoles que aquello fue la gran caja de Pandora de todos los males y origen de la terrible pandemia que padecemos. En realidad estamos ante un nuevo bulo que no se sustenta en datos científicos sino en vanos prejuicios, sectarismos políticos y una buena dosis de mala fe. A Pablo Casado y Santiago Abascal no se les ocurre poner la lente de su microscopio en busca del bicho de Wuhan en los partidos de fútbol que se celebraron tan alegremente aquellos días; ni en los centros comerciales atestados de gente, macrodiscotecas o masivas reuniones de turistas llegados a Madrid desde todas partes del mundo; ni siquiera en el inaplazable Congreso de Vox de Vistalegre, donde cayeron decenas de infectados patriotas, entre ellos algunos de los primeros espadas del partido.
Santiago Abascal es el líder de un movimiento negacionista, irracional, mientras que Pablo Casado le sigue como un fiel corderillo para no perder el hilo de los votos. Por tanto, nada va a impedir que fabriquen a la limón el jugoso relato de que todas aquellas mujeres comunistas, libertinas y contestatarias contra el poder patriarcal que salieron a la calle a defender sus derechos fueron las grandes supercontagiadoras de la pandemia. En el fondo, ese tramado montaje que consiste en buscar culpables inocentes de las catástrofes del mundo no es algo nuevo, es más, es tan viejo como la propia humanidad. En la Edad Media, durante la epidemia de peste negra de 1347, la nobleza y el clero también encontraron sus chivos expiatorios en las minorías, a las que acusaron de haber provocado la ira de Dios. Así, se culpó a los judíos de haber envenenado deliberadamente los ríos y los pozos y en el mismo saco de sospechosos a perseguir y exterminar se metió a mendigos, peregrinos, gitanos y leprosos. Por supuesto, las mujeres también sufrieron aquella caza de brujas y se cuenta que el sultán de El Cairo, informado por sus abogados religiosos de que la plaga era el castigo de Alá por el pecado de la fornicación, decidió encerrar a la población femenina para que no pudiera tentar a los hombres con el vicio. En realidad aquella peste fue un síntoma evidente de que el mundo feudal se había agotado en sí mismo, al igual que el coronavirus ha llegado para advertirnos de que nuestro mundo ultracapitalista también ha tocado a su fin, por mucho que el poder económico y financiero se resista a creerlo.
Hasta donde sabemos, la ciencia no dispone de ningún dato objetivo o informe avalado por datos empíricos que pruebe la teoría de que el virus se extendió por todo el país por culpa de la manifestación del 8M. El epidemiólogo Fernando Simón aseguró ayer mismo que si la marcha de las mujeres tuvo alguna incidencia en la propagación del agente patógeno “fue muy marginal”. Pero las derechas, una vez más, han olido el rastro de la carnaza. El plato es suculento, ya que supone colgarle al feminismo comunista, y en consecuencia a Pedro Sánchez, el sambenito de gran genocida en esta plaga. Una vez más, nos encontramos ante el recurso al chivo expiatorio. Si a esto se une la polémica destitución del máximo responsable de la Guardia Civil, Diego Pérez de los Cobos, que supuestamente andaba investigando posibles conexiones entre las grandes concentraciones por el 8M y la pandemia, una nueva teoría de la conspiración de esas que tanto gusta a las derechas españolas está más que servida. Locas feministas contagiando a españoles buenos y decentes, como siervas del Demonio, y un Gobierno estalinista purgando, en la sombra, a altos cargos policiales que solo buscaban la verdad. Ya tenemos los ingredientes perfectos para un nuevo thriller de sello populista tan burdo como eficaz.
El culebrón promete ríos de tinta, ya que la maléfica imaginación de las derechas es inagotable. Tanto PP como Vox son conspiranoicos porque viven y se alimentan de la conspiración permanente. Así, el PSOE es lo mismo que ETA; Zapatero y Rubalcaba organizaron el 11M; y ahora el coronavirus lo han propagado las feministas feas, ateas y rojas. Para empezar, Casado y Abascal han anunciado que piensan llevar a Grande-Marlaska al patíbulo del Congreso de los Diputados para que rinda cuentas ante los españoles. Está muy bien que los ministros se expliquen en sede parlamentaria, algo que por otra parte no suelen hacer los políticos de la derecha cuando están en el poder. El problema es que mucho nos tememos que el montaje-bulo populista ya ha sido fabricado, extendiéndose como la pólvora a golpe de tuit. Y nada ni nadie va a poder pararlo.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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