jueves, 14 de mayo de 2020

FUEGO EN EL CONGRESO


(Publicado en Diario16 el 6 de mayo de 2020)

Pedro Sánchez tiene atada su cuarta prórroga del estado de alarma por la epidemia de coronavirus. Y lo ha hecho con el apoyo de PNV y Ciudadanos y contra la contumaz oposición de las derechas, encastilladas en el sectarismo y el rencor. Pablo Casado y Santiago Abascal ya son dos cabezas de un mismo cuerpo en un extraño caso de siamesismo político inédito en Europa, donde la derecha conservadora tradicional suele apartarse de los ultras y huyen de ellos como de la peste. Ambos personajes trabajan para derribar al Gobierno de coalición a costa de lo que sea, incluso de poner en grave riesgo la salud de millones de personas.
Por lo que respecta a Casado, ha decidido abstenerse en la prórroga del estado de alarma y ha cargado duramente contra Pedro Sánchez por haberse instalado en el “absolutismo” y el “cesarismo” en la aplicación de unas medidas excepcionales que en los últimos dos meses han acreditado su eficacia a la hora de contener la fatídica curva epidémica. Su intervención pasará a la historia por haber lanzado hasta 37 insultos contra la bancada socialista y de Unidas Podemos −tres por minuto− lo que da la talla del líder de la oposición que pretende ser presidente algún día. “Libérese de la extrema derecha, señor Casado”, le ha sugerido Sánchez desde la tribuna de oradores, como si el sucesor de Mariano Rajoy se hubiese visto poseído por algún espíritu maligno. Y eso es precisamente lo que parece haberle ocurrido a Casado, que ya habla como un íncubo falangista rudo y faltón y solo le falta vomitar la bilis verde de Vox: “¿Quién se cree usted que es, Napoleón?”, le ha espetado al presidente mientras por momentos parecía que la ira y la rabia le iban a llevar a perder definitivamente los papeles y las formas parlamentarias.
Por su parte, Abascal no solo ha votado en contra del estado de alarma, sino que ha ido mucho más allá al anunciar la convocatoria de manifestaciones multitudinarias en toda España. No hace falta ser un experto virólogo para pronosticar lo que ocurriría en el caso de que la gente salga a la calle en concentraciones y protestas masivas, aunque sea en coche: más contagios, más epidemia, más muertos. Pero la formación verde es como ese elefante enloquecido que ha entrado en la cacharrería del país reduciéndolo todo a fosfatina. “Es muy difícil entenderle, señor Abascal. España está a una cosa y usted está a otra. Abandone el odio; si lo hace se abrirá un mundo nuevo frente a usted”, le ha aconsejado el presidente del Gobierno empleando un cierto misticismo zen que buena falta le hace a esa parte de la guerracivilista y trabucaire ultraderecha española.
Sánchez ha rogado a la oposición conservadora que, si lo desean, le critiquen y le aticen con fuerza a él, pero que firmen una prórroga del confinamiento que de no prolongarse sería desastrosa para el país. Sin embargo, el PP es un buque a la deriva que se ha extraviado definitivamente en el banco de niebla, bulos y confusión esparcido por la extrema derecha, un partido político perdido para la causa de la razón y la democracia. El pánico de Casado a sufrir el “sorpasso” de Vox lo ha dejado paralizado, casi noqueado, y ya es como un muñeco que habla a través del ventrílocuo Abascal. Inés Arrimadas, la líder de Ciudadanos, ha percibido el trastorno político y personal que sufre el dirigente popular, y ha hecho bien en desmarcarse. Su grácil e inesperado movimiento de apoyo a la cuarta prórroga del estado de alarma propuesta por Sánchez, desvinculándose de las maniobras destructivas de la extrema derecha, es un movimiento táctico inteligente. A partir de ahí tiene margen para reconstruir su maltrecho partido tras la debacle electoral y la dimisión de Albert Rivera. El espacio del centro que ha abandonado Casado cuenta con no pocos votantes huérfanos en desacuerdo con el giro ultra del PP, gente sensata que abomina de la agitación antisistema promovida por la barra brava ultra.
Tras la maniobra de acercamiento al Gobierno de Arrimadas, el huraño Casado queda en una difícil posición. Atrapado en una pinza por el centro y por el flanco derecho, entre el nuevo amanecer naranja y la noche oscura de Vox, puede quedar en tierra de nadie y la fuga de votos se convierte en una amenaza real para Génova 13. Pero el líder del PP insiste en el error. En su intervención de hoy en el Pleno del Congreso ha dejado claro al presidente del Gobierno que le retira su apoyo: “La próxima vez, si no viene con un Plan B, no vuelva a pedir lealtad y unidad a la oposición”. No se da cuenta de que quien se ha quedado solo es él. Solo y esposado a Abascal. Como dos hombres y un destino.
Debe andarse con cuidado el dirigente popular. Ayer mismo algunos de los “barones” territoriales del PP, como el gallego Alberto Núñez Feijóo o la madrileña Isabel Díaz Ayuso, ya le sugirieron que prorrogar durante 15 días más el estado de alarma para que la población salga de la pandemia con mayores garantías podría ser una buena idea. Casado ha hecho oídos sordos. Por momentos parece hechizado por Abascal, que cada vez da un paso más en su descabellado plan de desestabilización del país. Su última advertencia −presentar una moción de censura contra el Gobierno en mitad de la tragedia sanitaria y económica que vive el país− solo puede ser calificada de ocurrencia suicida para España. Pero aún peor es su desafío personal contra Sánchez, al que ha retado a prohibir las manifestaciones en coche que piensa convocar su formación política en todas las grandes ciudades del Estado. Un duelo absurdo digno de una mentalidad turbulenta.
Abascal se siente cómodo en el discurso ideológico, patriótico y extremista y de ahí no lo sacan. Por eso, cada vez que sube al atril para dirigirse al hemiciclo, su único argumento gira una y otra vez en atacar las “ansias comunistas” del vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, convertido en su fetiche obsesivo. Mientras tanto se olvida por completo del gran problema de salud pública que asola el país. En ese delirio enfermizo queda también atrapado Pablo Casado. Y es que el fanatismo sectario, como el covid-19, es un virus contagioso.

Viñeta: Pedro Parrilla El Koko

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