(Publicado en Diario16 el 20 de octubre de 2021)
Definitivamente, España es ese país donde los radicalismos de uno y otro signo impiden construir un relato coherente sobre nuestra historia pasada y reciente. Ocurrió con la Guerra Civil y está ocurriendo otra vez con ETA. Hoy se ha sabido que Mariano Rajoy estuvo puntualmente informado de las negociaciones entre el Gobierno Zapatero y la cúpula etarra que pusieron fin a la violencia en 2006. Tanto es así que el registrador gallego llegó a decirle al entonces líder socialista: “Haz lo que tengas que hacer y me vas diciendo”. Esa es la verdad avalada por los hechos, ese fue el pacto secreto al que llegaron los dos principales partidos, un acuerdo que el entonces presidente socialista cumplió a rajatabla al informar puntualmente a Génova 13 del diálogo con la banda terrorista. Es decir, aquello se enfocó como una cuestión de Estado como no podía ser de otra manera.
Sin embargo hoy, cuando se cumplen diez años de la derrota de los carniceros encapuchados, Pablo Casado sigue manteniendo un relato alternativo que no cuadra con lo que pasó. Es más, está jugando al revisionismo histórico descarado tratando de cuadrar los datos empíricos a sus intereses políticos particulares, tal como suele hacer también cuando le toca hablar del franquismo. Según el jefe de la oposición, Zapatero traicionó a España al negociar con el enemigo y el PP es el partido que realmente derrotó a ETA, “sólo con la ley, pero con toda la ley”, tal como dijo en su reciente discurso en la Convención celebrada en la Plaza de Toros de Valencia. Casado habló además de sus mártires de la libertad, es decir, de sus muertos, de los suyos, obviando que en aquella batalla contra el terror también cayeron víctimas del PSOE y de toda ideología que no fuese la totalitaria que imponía la izquierda independentista. Por si fuera poco, trató de proyectar la falsa idea de que ETA sigue viva y activa en nuestros días al afirmar que en el País Vasco aún existen personas amenazadas por “las manadas abertzales que mantienen la respiración asistida a la Moncloa”. Toda una manipulación histórica, ya que cualquiera sabe que los terroristas abandonaron las armas el 20 de octubre de 2011.
El nefasto discurso casadista vino a demostrar que contra ETA el PP vivía mejor, de manera que una vez cesado el estruendo de las bombas y el fragor de las balas es como si a la formación de la gaviota le faltara el oxígeno necesario para su subsistencia. El partido conservador español no tiene más programa político para este país que la salvaguarda de la unidad de la patria (eso y preservar los privilegios de las élites económicas), de modo que, ahora que los pistoleros ya no matan, el Partido Popular ha perdido buena parte de su esencia y su razón de ser. Cualquier líder de la derecha europea moderada habría emitido ya un comunicado oficial felicitándose de que el terrorismo etarra forme parte del pasado, admitiendo que el Estado español también cometió sus errores (véase el GAL y las torturas en Intxaurrondo) y asumiendo que el Gobierno Zapatero hizo lo que tenía que hacer (con el beneplácito de la oposición marianista y del rey como jefe del Estado). No tendrá el valor de hacerlo. La mezquindad política de Casado sepulta cualquier atisbo de grandeza y volverá al revisionismo mendaz por motivos partidistas una y otra vez.
Como tampoco tendrá el coraje de reconocer que fue la sociedad española (toda en su conjunto, votantes del PSOE, del PP, nacionalistas pacíficos, apolíticos y mediopensionistas) la que acabó con la maldita serpiente euskalduna que la atormentó durante décadas. Aquel triunfo se debe atribuir a la ciudadanía de este país que, con su valor, su capacidad de resistencia y aguante y su madurez democrática hicieron frente a tantos días de terror con sus respectivas noches de pesadilla. Tratar de manipular nuestra historia reciente para que el PP quede como único y gran artífice del final de ETA (solo para no perder a los votantes ultras y para desgastar a Sánchez por sus acuerdos con las fuerzas nacionalistas de hoy), supone un ejercicio de vergonzoso maquiavelismo, además de una monstruosidad desde el punto de vista político y ético. Está claro que Casado no solo pasa el franquismo (cuyos crímenes, por cierto, aún no ha condenado) por la batidora revisionista, sino todo aquel capítulo de la historia susceptible de ser rentabilizado políticamente.
Pero si el PP tergiversa la verdad a su antojo, los herederos de ETA no van a la zaga en esa burda falsificación. Es cierto que Arnaldo Otegi comparte el dolor de las víctimas, pero tampoco tiene la gallardía de condenar explícitamente las atrocidades de la banda. Es decir, sigue manteniendo esa aberrante visión del conflicto que de alguna manera justifica lo que ocurrió porque el Estado español oprimía al pueblo vasco. La impostada declaración de Otegi compadeciéndose por el sufrimiento de los familiares de los asesinados y mutilados y reconociendo que aquella guerra estúpida fue demasiado lejos en el tiempo poco importa ya. El supuesto humanismo pacifista en el que se envuelve llega tarde y con evidente cinismo, sobre todo teniendo en cuenta que aún quedan 315 asesinatos por esclarecer y que no está colaborando con la Justicia precisamente. Todo ese sermón sobre la paz tendría que haberlo soltado en los años del plomo, cuando a un concejal le metían un tiro en la nuca delante de su mujer y sus hijos a las puertas de su casa, cuando los asesinos colocaban una traicionera bomba en una casa cuartel llena de niños o cuando los carceleros arrojaban a un secuestrado a un zulo inmundo para que se pudriera como una rata.
No, Otegi no tiene ninguna credibilidad ni es ningún emisario de la reconciliación fraternal, y no solo porque con su silencio cómplice cuando morían los inocentes dio aliento y argumento político a los crímenes, sino porque todavía hoy siguen celebrándose los macabros ongi etorri a mayor gloria de los presos de ETA, que son recibidos como héroes de guerra en sus pueblos de origen tras cumplir condena. Al igual que Casado, Otegi es otro revisionista a su manera y lo mejor que podría hacer es calarse la txapela, dejar la política (su tiempo ya pasó con más pena que gloria), irse a un lejano caserío de Elgóibar y vivir con los remordimientos, si es que puede. Caras nuevas y limpias de sospecha ayudarían a integrar a Bildu, que tiene toda la legitimidad del mundo para tomar parte en las instituciones y apoyar con su voto al partido que estime oportuno. Guste o no, es una organización legal y aunque se eche en falta una condena explícita y rotunda sobre el terror de ETA ya ha renunciado a la violencia. Mejor en el Parlamento que pegando tiros en la calle.
Hoy, pese a que han pasado diez años del horror, escuchamos las viejas grabaciones de la radio y las imágenes de televisión de aquellos atentados brutales sin justificación alguna y seguimos sintiendo un hondo escalofrío que nos hiela la sangre. Varias generaciones están atravesadas por el terror etarra y llevarán ese trauma consigo hasta el final de sus días. Pero por encima de las heridas, otro peligroso drama empieza a construirse a partir de ahora en ambos nacionalismos, el español y el vasco: la imposibilidad de ponernos de acuerdo sobre la verdad de los hechos para contar la historia tal como ocurrió. Ese podría ser el embrión de una nueva guerra en el futuro.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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