(Publicado en Diario16 el 5 de noviembre de 2021)
José María García ha reaparecido ante los medios de comunicación para explicar la crisis del PP y poner en su sitio a la presidenta de la Comunidad de Madrid. “El mundo estaría mucho mejor dirigido sin esta clase de políticos. Además de llevar la cuenta de Twitter del perro de Esperanza, ¿qué otro demonio ha hecho Isabel Díaz Ayuso? No ha presidido ni la comunidad de vecinos”, sentencia con lucidez el veterano periodista deportivo.
Hubo un tiempo en que lo que decía García iba a misa. No solo inventó un estilo de hacer periodismo de investigación –periodismo del bueno, no la gallofa informativa podrida que nos dan a tragar hoy algunos portales digitales–, sino que creó toda una jerga, contribuyendo a recuperar y a enriquecer la lengua española recuperando términos del castellano antiguo, lo cual no es poco. Para la antología del periodismo patrio quedaron términos garcilescos como “abrazafarolas, chupópteros, correveidiles, juntaletras, mustélidos o estómagos agradecidos”, epítetos todos ellos con los que el gran Butanito (así lo bautizaron sus compañeros del gremio) despachaba a los federativos tripones y corruptos varios de la época. Lo de “Pablo, Pablito, Pablete”, refiriéndose a cierto presidente del fútbol español, aún resuena en las mentes de aquellos oyentes que no se perdían ni uno solo de sus calientes programas radiofónicos a altas horas de la madrugada (téngase en cuenta que García contribuyó a crear varias generaciones de ciudadanos mejor informados, pero también unas cuantas hornadas de insomnes totalmente enganchados a sus emisiones).
Sin duda, JMG creó escuela y sentó cátedra, y si no pasó del periodismo deportivo no fue por falta de luces ni de talento, como ocurre con tantos otros comentaristas futboleros que se quedan en el periodismo de bufanda porque no dan para más. El maestro de las ondas tenía madera, formación, agudeza y espíritu crítico más que suficiente para haber triunfado en información política, judicial, internacional o lo que se hubiese terciado, tal como demostró aquella aciaga noche del 23F, cuando cogió su micrófono y salió disparado al Congreso de los Diputados para ponerse en primera línea de fuego informativo y contarle a España el minuto a minuto del golpe de Estado.
Por esas y otras muchas razones conviene no tomarse a broma el juicio político de García sobre el cisco que se ha montado en el PP entre ayusistas y casadistas. Y no solo porque acierta de pleno en el diagnóstico cuando asegura que uno habla cinco minutos con Ayuso y le basta para concluir que ya podemos ir cerrando la tienda, o sea el país, sino porque siempre fue un periodista íntegro, incorruptible y honesto que dice lo que piensa caiga quien caiga. Ya van quedando pocos de esa vieja escuela que se batió el cobre en los años más convulsos de nuestra democracia y que bien podríamos calificar como “los periodistas de la Transición”. Hablamos de hombres y mujeres que no tuvieron miedo a las balas de ETA, ni a la violencia política de uno y otro signo, ni al chantaje de unos grupos mediáticos que te ponían de patitas en la calle por un comentario crítico sobre el político de turno (como le ocurrió al propio García cuando fue despedido de la cadena SER tras una polémica con el ministro Pío Cabanillas). Es decir, hablamos de una generación de oro formada por bravos periodistas, tanto ellos como ellas, gente que no se amilanaba ante nada ni ante nadie.
Si el aguerrido García no tuvo miedo a los pistoleros etarras ni a los fascistas de Tejero cómo va a temerle a una simple presidenta autonómica que, por muy todopoderosa y fiera que la quieran pintar, a lo más que llega es a poner un tuit faltón contra Pedro Sánchez. Por eso García se permite hablar desde una posición de superioridad moral, la que le da su absoluta independencia profesional y personal. Por eso su análisis de lo que está pasando en el PP de Madrid resulta tan valioso. Porque no se casa con nadie, porque no tiene deudas políticas que saldar, porque es un ejemplo para los que llegan por detrás. Su dardazo contra Ayuso, cuestionando su validez y capacitación para el puesto, ha sido tan directo y certero que la lideresa castiza no ha sabido por dónde salir: “No tengo por qué entrar a valorarlo, ¿no? No creo que lo merezca”. La lacónica respuesta lo dice todo. La mujer que le disputa la presidencia del Gobierno de España a Pablo Casado en un futuro no muy lejano no está a la altura intelectual para entrar a debatir con el gran patriarca de la prensa española.
En un tiempo en que el periodista tiene la tentación de sucumbir a los cantos de sirena del poder y el periodismo ha caído en la basura, el panfletismo y el negocio rápido del clickbait, en un momento decadente en que las grandes firmas de este país se ponen al servicio del político amigo a cambio de un carguete en el partido para cuando toque, merece la pena seguir escuchando a este hombre indómito, valiente e intachable. “España ha sido el país con más golfos por metro cuadrado, yo decía abrazafarolas y todo el mundo me entendía”, afirma en otra frase lapidaria. ¿Cómo no vamos a admirarlo y hasta quererlo?
Lástima que García no tenga veinte años menos para cantarnos y contarnos las verdades del barquero, las tramas oscuras del PP de Madrid, las rencillas familiares, las cajas B, las reformas furtivas de Génova 13 y aquellas lubinas y lechones regados con buenos caldos que se servían en los comedores del poder. A propósito, cuentan que Casado ha suspendido la cena de Navidad, probablemente ante el riesgo de que los suyos y los ayusistas lleguen a las manos a los postres. Habrá que estar atentos porque, como muy bien dice el maestro, el rumor es la antesala de la noticia. Ojo al dato.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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