(Publicado en Diario16 el 16 de octubre de 2021)
Avanza el 40 Congreso del PSOE tras el fiestón del primer día. Pasada la jornada inaugural –donde primaron los abrazos, besos, reencuentros de viejos amigos y fieles enemigos, entregas de premios y parabienes–, llega la hora de bajar a la sala de máquinas para comprobar con la linterna cómo están de verdad los engranajes, las tuercas y los rodamientos del socialismo. No todas las ponencias son fundamentales ni necesarias para el futuro del partido, es más, algunas están de relleno para que la cosa pueda alargarse lo más posible y dé para todo el fin de semana. Como el evento se celebra en Valencia y allí todo se interpreta en clave Fallas, se trata de llegar al domingo con un acto de exaltación final a mayor gloria de la fallera mayor (en este caso Pedro Sánchez) y cerrar la semana grande del socialismo español con una fastuosa paellada, el himno de la Internacional (algunos ya no se acuerdan de la letra) y la cremà de las cosas malas del pasado para encarar el futuro con garantías. O sea, la enésima renovación del PSOE, posiblemente también fallida.
Sin embargo, entre los monólogos muermo de las viejas glorias del partido rescatadas para la ocasión del armario trastero de Ferraz y la excesiva relajación de algunos invitados y ponentes que ya han pasado por el escenario y que no son precisamente Engels a la hora de elaborar filosofía política (véase la master class de Fernández Vara sobre los principios del nuevo socialismo español, o sea “comer, dormir y hacer el amor”), siempre se puede sacar alguna lección teórica o reflexion interesante para mejorar. En este caso la gran pregunta que planea sobre el 40 Congreso es: ¿hacia dónde va el socialismo español, camaradas? Esa es la clave, el quid de la cuestión, el meollo del asunto. Y aquí parece que el sanchismo sí ha conseguido ahormar un discurso estructurado y coherente, al menos de cara al desencantado votante de izquierdas que había perdido toda esperanza. De alguna manera Sánchez ha conseguido colocar entre la parroquia el relato de que este PSOE se ha renovado en ideas y caras, lo cual está por ver. No hay más que darse una vuelta por la Feria de Valencia, sede del evento, para constatar que algunos dinosaurios siguen estando allí, como en el cuento de Monterroso.
Pero para entrar en materia, en el análisis concreto de la realidad, vayamos primero a las ponencias sobre economía, o sea las cosas de comer, que sin pan no hay un plan, es decir, sin trabajo y salarios dignos no puede haber un socialismo real y luego aparece el salvapatrias ultraderechista de turno para seducir al lumpenproletariat. El congreso está tratando de vendernos la idea de que la historia reciente de la izquierda viene marcada por dos socialismos muy diferentes: uno hasta 2017, la vieja socialdemocracia, y otro a partir de Sánchez, el renovador. Falso, son los mismos liderazgos de siempre con algunos matices, las mismas ideas en lo sustancial, el mismo discurso centrista reciclado una y otra vez. No hay tal giro a la izquierda, nunca lo hubo. El único volantazo se dio en Suresnes, hacia el capitalismo, y ya para siempre.
Según se desprende de la ponencia marco, el viejo PSOE caduco ya no existe y hoy el sanchismo ha dado una vuelta de tuerca al proyecto al reconocer que las sociedades son cada vez más desiguales porque, antes de que entre en juego el proceso de redistribución de la riqueza, el capital ya ha metido el cazo, de tal forma que a una minoría las cosas le van bien mientras la mayoría se ha estancado o retrocedido. O sea que el problema ya no estaría solamente en la redistribución de la prosperidad sino en la “predistribución”, en cómo se organiza la sociedad en sus tiempos, actividades y trabajo, con la aparición de fenómenos como el precariado y los trabajadores pobres. Muy bien colegas, genial, dabuten, pero que conste que no estáis descubriendo la pólvora o el petróleo, troncos, hablamos de algo tan antiguo como la injusticia social en sus múltiples facetas y aspectos. Además, si la socialdemocracia está “en declive”, tal como concluís en vuestro análisis, es precisamente porque vuestros mayores, vuestros viejos líderes, se la han cargado antes.
En el fondo, todo este debate bizantino es más viejo que el hilo negro, ya que estamos hablando de la vieja dialéctica marxista de siempre, de la lucha de clases, del robo de las plusvalías a las clases trabajadoras, de la opresión secular de unas élites sobre el pueblo llano que este país no sabe o no quiere resolver (más bien no quiere). Entonces, si el manual ya está inventado desde los tiempos del patriarca Marx, ¿por qué no seguirlo y en paz? ¿Por qué no meter el bisturí rojo con todas las consecuencias? ¿Por qué renegar del análisis, del diagnóstico y de las soluciones que ya dejó por escrito el materialismo histórico? Sencillamente porque estamos en lo mismo de siempre, en la timidez revolucionaria y el complejo freudiano, en la renuncia a las esencias para alternar con el liberalismo contemporáneo y no meterse en problemas con los poderes fácticos (eso por no hablar de tantos socialistas infiltrados que podrían militar perfectamente en las filas del PP y que se sienten cómodos en el PSOE porque están satisfechos con su parte de la tarta).
Felipismo, zapaterismo, sanchismo. Simples marcas para seguir tirando, etiquetas comerciales y clichés sobados por la prensa, conceptos vacíos porque la historia siempre es la misma: un partido en constante viraje y timonazo al centro mientras los diez millones de pobres van pasando de un gobierno a otro como una herencia negra, maldita y eterna. Hoy mismo el Gobierno podría acabar con la impunidad de las grandes fortunas que tributan en paraísos fiscales, con el descaro de las tecnológicas que no pagan impuestos, con los abusos en el precio de la luz (cada día un nuevo récord, cada día un nuevo escándalo) y si no lo hace es simplemente porque no quiere, porque le tiembla el pulso o porque choca con los postulados sagrados felipistas o con las puertas giratorias, que son muy golosas.
Renovación, más izquierdismo, más progresismo, llevamos más de cuarenta años escuchando la eterna cantinela regeneradora de un PSOE que, reconociéndole su contribución a las escasas reformas en un país de natural reaccionario, siempre ha estado en el mismo lugar. Los pocos ramalazos de rojerío que aún le dan al PSOE vienen provocados por las sesiones de electroshock chavista que le inflige Unidas Podemos en la trastienda para que el partido no termine de colapsar en la UCI. Eso lo ve hasta un ciego.
Por tanto, mucho nos tememos que el verdadero cambio quedará una vez más pendiente, aparcado, en suspenso. Otro congreso a la papelera, otra oportunidad perdida. Es cierto que Sánchez, debidamente atemperado el programa económico para no ir demasiado lejos y no molestar a la patronal y la banca, ha dado un impulso a otras cuestiones de la agenda social que no dejan de ser vitales para la transformación del país. Derechos de la mujer, ley de eutanasia, memoria histórica, reformas en el modelo productivo para avanzar en la lucha contra el cambio climático. Nada que objetar a todo eso. Se está haciendo un gran trabajo en lo social y eso ayuda a darle al PSOE una pátina de partido moderno y a la europea. Pero recordad esto jóvenes ideólogos del sanchismo posmoderno: nada servirá de nada si no se deroga antes la reforma laboral que es la esclavitud moderna de la clase obrera. Lo ha dicho muy bien Unai Sordo en una de las pocas ponencias imprescindibles de hoy: “Hace falta una socialdemocracia fuerte y un nuevo contrato social para el siglo XXI” para superar el austericidio tras décadas de recortes. Vaya tomando nota, señor Sánchez.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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