(Publicado en Diario16 el 20 de octubre de 2021)
Hace tiempo que el Premio Planeta dejó de ser un certamen literario para convertirse en el Wall Street de las letras mundiales. Todo lo que rodea al galardón está lleno de elitismo y glamur, de verbeneo y pasarela, de lentejuelas, esmoquin y capitalismo a rebosar. Este año, además, la dotación para el ganador ascendía a un millón de euros, convirtiéndose en el trofeo novelístico mejor dotado del mundo, por encima del Nobel, que se ha quedado para escritores pobres, indígenas, exóticos o malditos.
Decía Zygmunt Bauman que la cultura de la modernidad líquida ya no tiene un populacho al que ilustrar y ennoblecer, sino clientes que seducir, y eso es precisamente lo que le ha ocurrido al Planeta, que a fuerza de inyectar dinero, inversiones, mercadotecnia y recompensas millonarias para nuevos ricos de la pluma ya no ve lectores sino consumidores a los que convencer para que compren el nuevo frasco de colonia muy bien envuelto en tapa dura. La todopoderosa editorial fundada por Lara se ha terminado convirtiendo en la gran banca de la literatura española y dentro de nada los escritores sin parné acudiremos a Planeta, gran Monte de Piedad o montepío de los literatos fracasados, a pedir una limosna, que la cosa está fatal:
–¿Qué tiene usted para empeñar?
–Mi última novela que no lee nadie.
–Cuatro meses de alquiler. Siguiente.
El Planeta se ha especializado en libros a la carta según la moda otoño/invierno y las tendencias sociales del momento. Si se lleva el tocho histórico, ese año gana una novela de esa cuerda con mucho espía nazi y mucha guerra civil. Si lo que rompe con la pana es el estilo New Romantic se lo dan a una hortera del folletín decimonónico. Y si lo que vende es la literatura de mujeres o el porno suave para pijos reprimidos, en plan sombras de Grey, sin duda ese premio va a las vitrinas de una gótica o erótico/satánica (cualquier día se lo lleva la novia del obispo de Solsona, que esa operación tiene premio gordo y pelotazo asegurado). Todo es negocio y todo es negociable, también la literatura, donde cada libro tiene un precio (al peso) según el tirón y los balances contables a final de año. La buena literatura se arrincona en beneficio del best seller y el oportunista medra a costa de la desgracia del genio, que queda para pobre energético, con el brasero y la manta de cuadros, como ha ocurrido toda la vida.
Pero es que además no pasa un solo año sin que el buque insignia de la novela comercial hispana termine envuelto en una polémica de cualquier tipo. Ya no hay Planeta sin escándalo, demostrándose así que los tiempos de posverdad que vivimos han contaminado también a la literatura, un territorio que debería quedar a salvo del mercantilismo ultraliberal para poder hacer la crítica social oportuna. El premio 2021 pasará a la historia porque la escritora ganadora, Carmen Mola, era en realidad un seudónimo tras el cual se escondían tres maromos, Antonio Mercero, Jorge Díaz y Agustín Martínez, un triunvirato literario que ha reconocido haber entrado en el juego porque les interesaba “dar el salto”, es decir, pegar el pelotazo ya. Y, lógicamente, se ha armado el consiguiente revuelo que aumentará las ventas. Planeta se frota las manos con las sucesivas ediciones que van a caer en los próximos meses, mayormente para Navidad. Clinck, clinck, caja.
De momento, tras conocerse la farsa planetaria, la librería madrileña Mujeres y Compañía, especializada en literatura feminista, ya ha retirado todos los ejemplares de la trilogía de Carmen Mola (La novia gitana, La red púrpura, La nena) y amenaza con no vender La bestia, la obra ganadora de este año. Las valientes libreras madrileñas han metido los ejemplares de la novelista imaginaria en una caja, le han puesto un lazo rojo y los han enviado de vuelta a la editorial antes de escribir un tuit en el que aseguran: “Carmen Mola, pero Mola más que los señores no lo ocupen todo”. Con un par de ovarios. Bravo por vosotras, chicas. Eso se llama coherencia ideológica, feminismo auténtico y del bueno, no la gallofa publicitaria que reparte Pedro Sánchez, al que se le han levantado en armas las mujeres feministas en el último congresillo del PSOE.
Este país anestesiado por la estulticia y la burricie, este país enfermo por la fiebre del dinero y la sociedad de consumo, necesita una revolución cultural en condiciones que afronte la “guerra cultural” de las élites representadas por el nuevo populismo ultraderechista. Si Casado y Abascal tienen a su poderosa Brunete financiera, empresarial y literaria (simbolizada a la perfección por el trust Planeta y otros centros comerciales), la izquierda real debe volver a la artesanía de lo pequeño, a las librerías de barrio, nuevas Casas del Pueblo de donde manan las fuentes del conocimiento de verdad. Ayer supimos que una jueza de Castellón le ha dado la razón a los ultras de Abogados Cristianos y ha ordenado la retirada de más de treinta libros que trataban la cuestión gay, lésbica y trans. Ahí está el intento de involución democrática mediante la propagación del analfabetismo y la fanatización religiosa; ahí va implícito el golpe de Estado soterrado que quiere dar el franquismo de nuevo cuño enmascarado tras los poderes financieros.
La modesta barraca con la que Federico llevaba sabiduría por los pueblos ágrafos de España es más necesaria hoy, cuando el fascismo económico lo impregna todo, que nunca. No tenemos nada contra la factoría de producción en serie Mercero/Díaz/Martínez. Es más, hasta puede que La bestia sea el novelón del siglo, y en todo caso, si no lo es, quedará muy aparente en la estantería, entre la muñeca gitana y el recuerdo de Teruel. Pero desconfiamos de una novela coral donde han metido la mano y la cabeza tres autores diferentes (y porque no había más gente a repartir). ¿No quedamos que una novela plasmaba el universo existencial de un autor como ente único y personal? Estos del Planeta, con su trilerismo de las letras, están reinventando la literatura. Pero para peor.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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