(Publicado en Revista Gurb el 6 de marzo de 2015)
No entiende uno el pollo que se ha montado con el ático que a Ignacio
González, el presidente madrilota, le han pescado en Marbella. Como si
no supiéramos a estas alturas que la biuti vive a lo grande. A ver si va
a resultar que ahora, en este país, los que tienen dinero bueno no van a
poder levantarse un ático en condiciones. Parece que la Policía,
siempre tan burocrática y aburrida, no se ha enterado aún de que no vale
con ser rico, también hay que parecerlo. Si no, no tiene gracia el
juego. Alguien con posibles, que maneja guita y leña en cantidad, que
tiene pasta para aburrir, como es el caso del presidente Glez., no se
compra un entresuelo húmedo y oscuro, ni un cuarto trastero que luego se
te llena de pulgas y cosas viejas, ni tan siquiera un apartamento en
segunda línea de playa en Roquetas, que eso es de pobres venidos a más. Alguien que tiene perras ganadas
deshonradamente, unos ahorrillos procedentes de cuatro mordidas,
comisiones y tajadas de nada, no alguien que está con una mano delante y
otra detrás como la inmensa mayoría del pueblo, sino que se ha ganado a
pulso el estatus de megahípersúper ricacho de la política, como es el
caso del presidente Glez., no se anda con chiquitas ni tonterías, se
monta un ático de tres pares de narices, a ser posible en la babilónica
Marbella, y a vivir que son dos días. A ver si no. El presidente Mújica,
como no tiene ático ni ganas, ha invitado a su chamizo al ex Rey Juan
Carlos y le ha explicado las verdades del barquero. "Tuviste la
desgracia de ser Rey, y te pusieron arriba en un florero", le ha dicho
sin pelos en la lengua. Y allí se han sentado los dos, frente a frente:
el profeta sabio y humilde frente al monarca pensionista que ya no sale
de su ático personal y bunkerizado más que para ir al parque de palacio a
echarle unos granitos de alpiste a los pavos reales.
El ático es el símbolo material perfecto
de la política de altos vuelos que han practicado durante tantos años
los mamadores de la teta de este gobierno putrefacto. Aquí no les valía
con trincar un poco de pasta al 3 por ciento para tapar sus goteras y
repartir el resto con el pueblo. Aquí lo querían todo para ellos, con
ansia viva, como dice Pepe Mota, que ahora vuelve, y por eso iban a lo
grande, a saco, a llevarse hasta los bonsáis de la Moncloa que Felipe
dejó firmemente plantados para los restos. Por eso había que comprarse
un ático bien altico, entre nubes olímpicas, cuanto más amplio, elevado y
manhataniano mejor, tropecientos metros cuadrados por lo menos, y bien
alejado del populacho, que no le molesten a uno con miserias ni
problemas mundanos. Durante todos estos años, como se trataba de robar
más que de hacer política, se robaba con ganas, nada de ir con timideces
ni de meter solo la puntita: a palada llena, a capazos, a espuertas. Un
ático con vistas al mar en las cumbres borrascosas de la tumultuosa
Marbella siempre viste mucho y la Pantoja y Cachuli también tenían su
ático de andar por casa, su Alhambra particular donde el faraón y la
reina se mataban a polvos bajo un sol nazarí. Un éxtasis radiante antes
de ponerse a la sombra. A la esposa, novia, amante, chai o entretenida
se la impresiona más y mejor si se la invita a un pedazo de ático
transatlántico, nada de picaderos con manchas de humedad en las paredes
ni cutres estrecheces, que eso enfría mucho la líbido y luego viene el
gatillazo. Al ligue hay que llevarlo a un ático faraónico, versallesco,
imperial, que se le caigan las bragas al suelo a la enamorada cuando vea
los cristales tintados de las ventanas elevándose automática y
mágicamente, el hilo musical que se enchufa solo con levantar la tapa
del váter y el whisky on the rocks con pajita en la tumbona de la
terraza. José Luis Olivas y amigachos no tenían ático que nosotros
sepamos, ni falta que les hacía. Eran aventureros, gamberros top guns,
el yet privado con suit en el garaje de Bancaja y a salir cagando
leches. Ellos calzaban un bombardier nada menos, un buen aparato a
propulsión entre las piernas para aterrizar en Cuba en un minuto y
jinetear un rato por la isla, un visto y no visto, algo rápido, un aquí
te pillo aquí te mato, pam, pam, mojito en la Bodeguita polvito en la
Floridita. Y a las tres en casa, a comer con la familia tan pichis.
González no, González era más burgués, más de comedia ligera
sofisticada, en plan Lubitsch. Desde un ático olímpico pagado a tocateja
con transferencia a las Caimán, la vida se encara de otra manera, con
más alegría y buen humor, como aquello de ¡estoy en la cima del mundo,
mamá! que gritaba James Cagney justo antes de que la Policía lo cosiera a
balazos cuando trepaba por las alturas del dinero, por las alturas de
la muerte. Ignacio Glez. también es un trepador nato, un trepador de la
política, un Spiderman que iba a salto de Matas por la vida, de ático en
ático, cual sapo de ciénaga. La Policía lo está cosiendo a denuncias,
lo que no deja de ser una gran injusticia social, un abuso de poder y un
crimen de Estado, porque a los ricos hay que dejarlos que desarrollen
el gran mundo interior que llevan dentro de sí, su habilidad natural
para el sirle y el afane, su pulsión, que luego se nos trauman y nos
llenan de neurosis las listas de espera de los colapsados frenopáticos
de la Seguridad Social.
El ático era el secreto mejor guardado
del presidente castizo, qué calladito se lo tenía el muy pillín, private
total, reservado solo para socios con carné, para idiotas con gaviota,
como tiene que ser, porque si se corría la voz por Marbella de que
habían abierto un ático para tomarse la penúltima de la noche, el local
se convertía en un club de putas e Ignacio González no quería un club de
putas, quería un ático. Un rico sin ático es una mierda de rico. Él
sabía que el dinero no daba la felicidad. Pero quién quería ser feliz.
Ya ha probado la cicuta dulce y malaya de Marbella. Y a morir como
Sócrates. Eso sí, en su ático.
Ilustración: Artsenal
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