(Publicado en Diario16 el 16 de septiembre de 2021)
Pablo Casado va camino de certificar otra semana negra para el PP, quizá una de las peores de los últimos tiempos. Mientras Pedro Sánchez y Pere Aragonès inauguran la mesa de negociación de Cataluña “sin prisa, pero sin pausa y sin plazos (un evento que arroja un rayo de esperanza en la resolución del conflicto territorial desatado por el procés y la propia incompetencia del Gobierno Rajoy), Génova 13 arde por los cuatro costados inmersa en una batalla sin cuartel entre ayusistas y casadistas. Habrá que esperar a que se publiquen las próximas encuestas sobre intención de voto para extraer conclusiones, pero a esta hora todo apunta a que el líder popular, fiel adicto a los sondeos estadísticos, contiene la respiración.
Es más que probable que las próximas encuestas demoscópicas registren un freno en la tendencia alcista que estaba registrando el Partido Popular en los últimos meses. Mientras a Sánchez le va bien –la economía mejora, Cataluña se apacigua y la campaña de vacunación contra el coronavirus está siendo modélica, según reconoce la comunidad internacional– a Casado el viento no le sopla a favor, menos ahora que las luchas intestinas entre las familias genovesas causan rechazo entre el votante conservador.
Evidentemente, todo este escenario negativo para el jefe de la oposición solo tiene un beneficiario: Vox. En la sesión de las Cortes de ayer (de nuevo bronca y copera), Santiago Abascal fijó cuál va a ser su estrategia política en las próximas semanas: “¿Qué más va a ceder a los enemigos de España con tal de atornillarse un minuto más a ese banco azul?”, inquirió señalando directamente al presidente del Gobierno. O sea, que el Caudillo de Bilbao pretende liderar el discurso recio por la unidad de España desplazando al líder del PP. A los ultraderechistas no les va mal en la actual coyuntura política. Vox solo tiene que sentarse y esperar a que socialistas y populares paguen los platos rotos de la pandemia y la rabia popular ante la crisis económica por la que atraviesa el país.
En ese escenario de inestabilidad, el PP llega a su convención nacional, que se celebrará entre el 2 y el 3 de octubre en Valencia. Los ex presidentes del Gobierno y antaño máximos dirigentes del partido, José María Aznar y Mariano Rajoy, ya han anunciado que no acudirán, dos destacadas ausencias a las que se sumará la nueva estrella del momento de la derecha española, Isabel Díaz Ayuso, quien esos días de autobombo y propaganda en tierras levantinas estará de gira por Estados Unidos. Ayuso ha explicado que no puede suspender su viaje por motivos logísticos, pero la lectura política es inevitable y apunta a que Miguel Ángel Rodríguez, su Pigmalión particular, el hombre de confianza que ha fabricado el mito ayusista, le ha aconsejado que no vaya como forma de fortalecer su poder y su figura política.
Obviamente, no cabe otra interpretación para el desaire de la presidenta castiza que un intento por aguarle la fiesta al jefe, que había planteado la convención de Valencia como su gran puesta de largo y rampa de lanzamiento para relanzar su proyecto de partido en la segunda parte de la legislatura. Casado se juega buena parte de su futuro político en las próximas elecciones. Si no consigue derrotar a Sánchez, ya puede ir haciendo las maletas porque no tendrá más oportunidades. Esa extrema necesidad explicaría la ansiedad por la victoria de la dirigencia casadista y por qué en los últimos meses el líder popular se ha dedicado a ejercer una oposición cruenta y feroz sin llegar a ningún tipo de acuerdo con el Gobierno en las grandes cuestiones de Estado, esas que precisan del consenso de los dos grandes puntales del sistema como son PSOE y PP.
En Madrid circula el rumor de que Pablo Casado está hundido tras la última reprimenda de Esperanza Aguirre contra la cúpula del partido (su denuncia contra los “niñatos” y “chiquilicuatres” que no ganan elecciones). El presidente del PP había supervisado y preparado la convención minuciosamente y como algo personal, se había volcado por completo en el evento y había elegido hasta los souvenirs de los invitados y las bombillas de colores. Soñaba con el momento como su gran éxito estelar y de buenas a primeras tiene que constatar con dolor que la otra mitad del partido, el sector duro aguirrista/ayusista, no está a su lado y le revientan el bautizo. Si a esto se une que Aznar y Rajoy también van a dejarlo plantado, el hombre tiene motivos más que suficientes para estar deprimido. Y ya se sabe que un depresivo que transmite sensación de derrota no puede gobernar un país.
Viñeta: Pedro Parrilla
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