(Publicado en Diario16 el 8 de septiembre de 2021)
La CEOE se opone a que suba el salario mínimo interprofesional. El Gobierno le ha propuesto una horquilla de mejora de entre 12 y 19 euros y Antonio Garamendi ha dicho que tururú. Desde que Pablo Casado puso firme al patrono de patronos –el hombre acabó llorando como un niño en una rueda de prensa tras el rapapolvo de Génova por haberse mostrado proclive a los indultos a los presos soberanistas catalanes– todo va como la seda entre el PP y la patronal. Aquella foto en los jardines de Moncloa con el presidente del Gobierno y los líderes empresariales y sindicales firmando en el libro dorado del consenso social ya es cosa del pasado y hoy por hoy la negociación parece herida de muerte, aunque la ministra Calviño aún confíe en resucitarla. A partir de ahora será lo de siempre, los empresarios cerrándose en banda a todo avance social y los sindicatos preparando las cartelas y pancartas, los silbatos y las gorrillas rojas con la hoz y el martillo.
La primera víctima de esta ruptura de relaciones será, sin duda, Pedro Sánchez, que quedará como un hombre incapaz de poner de acuerdo a los agentes sociales. Otra muesca en el revólver de Pablito El Broncas. La pinza PP-CEOE (a la que viene a sumarse Vox) va a funcionar como una máquina bien engrasada en este otoño que se prevé más caliente que nunca. El PP casadista ha dado orden de estrechar el cerco en torno al presidente socialista y arrearle duro por tierra, mar y aire a cuenta de lo que sea. Cualquier excusa es buena; el bien general debe quedar ahora en un segundo plano porque de lo que se trata aquí es de convocar elecciones cuanto antes para echar a los rojos del Gobierno. Ya levantarán España los nostálgicos del régimen anterior, si es que se puede, y si no, da lo mismo. El discurso patriótico de un ultraconservador es solo un truco de barraca de feria para recuperar el poder y que España siga siendo lo mismo de siempre: el cortijo del señorito.
“No es momento de subir el salario mínimo y hay riesgo de contraer más el empleo”, asegura Garamendi mostrando una preocupante insensibilidad con millones de trabajadores que siguen sufriendo los estragos de la crisis. Ahora bien, ¿tiene la CEOE algún argumento racional para oponerse a una subida salarial que como mucho supondría un incremento de 19 euros de miseria? Ninguno. Técnicamente la medida no afecta negativamente al buen funcionamiento de los sectores productivos, al contrario, estimula el consumo. Por otra parte, la economía va como un tiro (el paro baja y se espera un crecimiento del 7 por ciento a finales de año) mientras que las empresas están empezando a superar los beneficios anteriores al estallido de la pandemia. Ahí están las compañías eléctricas, que se están forrando con los beneficios caídos del cielo, un maravilloso eufemismo, ya que los beneficios nunca vienen de arriba, sino del saqueo del bolsillo de los que menos tienen. Por si fuera poco, suben los precios (el maldito IPC), lo que erosiona el poder adquisitivo de las familias. Otro argumento más para que suban los salarios.
De modo que solo argumentos de índole política pueden estar detrás del tozudo encastillamiento de Garamendi. O sea, la pinza de las élites políticas y financieras contra Sánchez. Es cierto que a los sindicatos esa horquilla pírrica de entre 12 y 19 euros tampoco les agrada porque la consideran insuficiente, una limosna o el chocolate del loro que nos aleja de la media europea, pero tanto UGT como Comisiones Obreras estarían dispuestos a sentarse a negociar y llegar a un acuerdo al alza, cosa que la CEOE, ahora mismo, rechaza de plano porque ya está en modo electoral al servicio de Casado.
El inmovilismo de Garamendi empieza a ser vergonzoso para un hombre que supuestamente representa a la clase empresarial de este país. Cuando en el resto de Europa la patronal apuesta por mejorar las condiciones laborales de su gente como plataforma para la recuperación económica, aquí seguimos instalados en planteamientos propios de siglos pasados: la bota del patrón aplastando el cuello del esclavo y el lumpenproletariat pobre y analfabeto siempre sometido. Esta idea de la economía que rechaza cualquier tipo de reparto de beneficios con la clase obrera, negando el principio elemental de la redistribución de la riqueza imprescindible para lograr un avance justo de la sociedad, es más propia del franquismo que de una democracia moderna. Pero esa es la clase empresarial insolidaria que tenemos, una élite más agarrada que un chotis y que encuentra un malsano placer en perpetuar un modelo económico obsoleto en el que el pobre malvive con las migajas y además tiene que estar contento con el éxito del patrón. Ni negociación ni leches. Con esta gente anacrónica no se puede negociar nada. Lo mejor que puede hacer Sánchez es ordenar la subida salarial por decreto y a otra cosa mariposa.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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