(Publicado en Diario16 el 17 de septiembre de 2021)
El cantante y empresario Nacho Cano, ex de Mecano, ya tiene luz verde para construir su Teatro Malinche, una pirámide azteca de treinta metros de altura, 1.300 butacas y un aparcamiento en el madrileño barrio de Hortaleza. De modo que volvemos a la era de los grandes proyectos megalómanos de antaño, las construcciones faraónicas y el pelotazo feliz.
El PP es un partido con muchos tics y complejos, el complejo franquista nunca superado ni resuelto, el complejo antidemocrático de que la izquierda no es apta para gobernar el país y por encima de todos ellos el complejo elitista de que la política de lo grande es mejor que la política de lo pequeño, de lo cercano y útil para el ciudadano. En estos últimos años de gobiernos regionales populares habíamos visto de todo, ruidosos circuitos de Fórmula I atravesando urbes mediterráneas, gigantescas ciudades de la Justicia abandonadas a medio hacer, fastuosos puentes colgantes de estilo calatravesco que cuestan un pastón, pero nos faltaba esto: una tremenda pirámide azteca a orillas de la M40 que es la metáfora perfecta de cómo entiende el PP la política, la economía, el urbanismo y el arte. O sea, mucho capitalismo de amiguetes, rotondas, esculturas feas y caras, centros comerciales y horteradas a tutiplén.
Del fabuloso templo en honor a la megalomanía de Nacho Cano se sabe que el Ayuntamiento cederá los terrenos y que costará la friolera de 11 millones de euros. Lógicamente, la oposición ya se ha opuesto tajantemente al proyecto y la portavoz de Más Madrid en el Consistorio municipal, Rita Maestre, lo ha calificado, con razón, de “escándalo” que no responde a las necesidades de los vecinos de ese distrito madrileño sino más bien a la estrecha relación de amistad que Isabel Díaz Ayuso mantiene con el músico pionero del tecno-pop español. En Madrid ya se ha propagado el cotilleo de que Cano es el artista del régimen, un habitual de la camarilla y de la Corte de la emperatriz de Lavapiés. De hecho, él invita a la presidenta a pasar los veranos en sus imponentes villas de Ibiza y ella lo agasaja con bagatelas y fruslerías como la Gran Cruz del Dos de Mayo. ¿Simple casualidad o más bien causalidad? Dejémoslo ahí.
Mucho se ha escrito sobre las pirámides, construcciones míticas, misteriosas, legendarias. Y muchas han sido las interpretaciones de los historiadores sobre su origen y significado político, religioso, cultural y metafísico. Desde Keops a Kukulkán en Chichén Itzá, estos templos milenarios se convirtieron en el gran símbolo de poder de un hombre sobre todos, la dictadura total del rey-dios (en este caso la faraona es Ayuso), o sea el fascismo de la Antigüedad que tanto sedujo después a Hitler y Mussolini. Miles de esclavos perdieron la vida levantando las fastuosas pirámides (egipcias y americanas) y otros tantos fueron sacrificados en macabros rituales en honor a los dioses o en rogativa para evitar plagas, guerras y catástrofes naturales. Por eso, más allá de la oportunidad de dilapidar el dinero de los madrileños en caprichos de cortesanos, no deja de tener su potente simbolismo que el monumento elegido para sellar esa hermosa amistad político-musical entre la Nefertiti del PP y Nacho Cano sea precisamente una pirámide, el emblema perfecto de lo que fueron los viejos imperios decadentes.
Salvando las distancias, los nuevos esclavos de hoy son los madrileños que trabajan de sol a sol y en precario para contribuir religiosamente a los templos de la estirpe de Casado. Esclavos que con sus impuestos van a dar satisfacción a los sueños de los faraones, esclavos sin voz ni voto que no cuentan en los planos arquitectónicos de la ciudad, esclavos que están ahí para contemplar la felicidad (personal) y la fertilidad (política) de los faraones de Génova. Si hace miles de años los esclavos morían a pie de obra para levantar la última morada de su señor/señora, hoy palman los albañiles de las subcontratas que por la dinámica de un mercado laboral salvaje y descontrolado no gozan de unas mínimas condiciones de seguridad. Recemos para que no caiga al vacío, desde los andamios del nuevo Imhotep Nacho Cano, ningún obrero inocente.
Pero es que además una pirámide no es solo el signo de distinción de un régimen, de una época y de una forma de hacer política. Es también, según los expertos arqueólogos, una escalera hacia el cielo, una rampa de lanzamiento hacia el más allá, hacia la inmortalidad, hacia la eternidad y la gloria. Cuando el famoso cantante termine de construir su obra, su mecano de piedra, habrá tocado también el Olimpo de los dioses. La erótica de la música es adictiva, pero nada como la erótica del poder.
Algunos creen que las pirámides las construyeron los marcianos. Esta de Madrid parece ideada también por gente de otro planeta muy alejada de la realidad social. Hoy mismo se ha sabido que se levantará sobre terreno de propiedad municipal en el mismo lugar donde el ventrílocuo y empresario José Luis Moreno, caído en desgracia por sus turbios negocios, planeó otro monumental truño con el que pasar a la posteridad: el Coliseo de las Tres Culturas. Aquello quedó en nada y terminó con su promotor en los calabozos por diferentes causas que no vienen a cuento. Así que mucho cuidado, señor Cano, con ese pedazo de tierra municipal que puede estar tan maldito y lleno de fantasmas aztecas como aquella casa de Poltergeist que se levantaba sobre un cementerio indio.
Viñeta: Pedro Parrilla
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