(Publicado en Diario16 el 14 de septiembre de 2021)
Al final, y aunque muy a pesar suyo, Pedro Sánchez acudirá a su Vietnam particular, o sea la mesa de negociación sobre Cataluña. La reunión se antoja una performance más que otra cosa, ya que cuando al minuto uno el bloque independentista se plante en el referéndum de autodeterminación (una reivindicación para ellos prioritaria e irrenunciable), el diálogo se habrá terminado y solo quedará el apretón de manos con gesto enfurruñado por ambas partes, la foto de la frustración para la historia y el adiós muy buenas que usted tenga un buen día.
Con todo, lo más probable es que Sánchez salga airoso de ese trance y con escaso coste político. A fin de cuentas, quedará como el único presidente que ha intentado de verdad resolver el secular conflicto catalán. Tras haber decretado los indultos a los políticos soberanistas y acreditada su buena disposición a tender puentes de diálogo con la Generalitat, no se le podrá recriminar que no lo haya intentado. Ese frente lo tiene controlado sin que le suponga, en principio, demasiado peaje en las urnas. Ya ni siquiera Pablo Casado rentabiliza el asunto catalán, que parece amortizado. Además, el jefe de la oposición tiene otros problemas domésticos, como apaciguar la batalla que se ha desatado en Génova entre ayusistas y almeidistas.
Cuestión distinta es lo que Sánchez tiene dentro de casa. Sus siempre difíciles y turbulentas relaciones con Unidas Podemos no pintan demasiado bien en los primeros compases del nuevo curso político. La luz sigue batiendo récords históricos –un facturón diario tras otro para los españoles–, y eso desgasta más que cien contenciosos por el procés. Ayer, el presidente anunciaba un nuevo plan para tratar de recortar los beneficios “caídos del cielo” de las energéticas, limitar impuestos y tasas, abaratar la factura y poner un tope al gas, pero está por ver que la medida surta efecto (los expertos ya han advertido que bajar los gravámenes no servirá de nada, ya que las leyes del mercado oligopolístico y los subasteros eléctricos siempre acaban imponiendo su ley de la jungla y el precio de la luz seguirá disparado).
Así las cosas, Unidas Podemos va a apretar las clavijas a su socio socialista de Gobierno a cuenta del problema energético. Aunque Pablo Iglesias ya es historia y ahora se dedica a sus labores de gurú mediático, Yolanda Díaz no piensa ceder un milímetro de terreno y la sombra de una movilización ciudadana contra el maldito recibo, a la que se sumaría la formación morada por convicciones políticas y por propia supervivencia, sigue pendiendo sobre la cabeza de Sánchez. Esa rebelión de atracados por la piratería de las compañías eléctricas, que son legión, sí podría ser peligrosa para el futuro del presidente socialista.
Pero no quedan ahí los turbios nubarrones que se ciernen sobre Moncloa. Si se retrasa demasiado la efectiva subida del salario mínimo interprofesional o queda en unas migajas, el descontento popular irá en aumento con el consiguiente cabreo de Unidas Podemos. Otro punto de fricción más en la coalición al que en las próximas semanas se sumarán varios frentes complicados como la reforma laboral y la negociación sobre el futuro de las pensiones (tampoco en ese asunto hay consenso entre los agentes sociales).
Yolanda Díaz, una negociadora infatigable, ha mostrado su disposición a lograr un acuerdo con los sindicatos para subir significativamente los salarios aún a costa de la negativa de la patronal, pero si Sánchez se muestra tibio o remiso a la hora de dar un paso adelante en las mejores sociales por las presiones de Calviño y Escrivá (que andan echando el freno de mano a todas horas), se encontrará con un serio problema. Esa tormenta perfecta o peligroso triángulo de las Bermudas formado por los abusos en la factura de la luz, los bajos salarios y la reforma laboral asociada a las pensiones podría engullir al presidente y él lo sabe.
Los sindicatos se impacientan. Sánchez teme al otoño caliente y a una posible movilización obrera que podría terminar, llegado el caso, en una huelga general que, aunque hoy por hoy parece imposible, nunca se debe descartar. El lobby liberal del PSOE está funcionando (o sea el ala dura calviñista más los tapados del Íbex 35) y la historia nos dice que cuando esta gente mueve sus hilos y peones cualquier Gobierno socialista se acaba tambaleando. Ya le ocurrió en el pasado a los sucesivos gabinetes de Felipe González, aunque aquella situación era muy diferente, ya que Isidoro siempre ejerció como un ultraliberal convencido y nunca se apeó del burro de las reconversiones industriales ni de su dictadura bancaria. Sánchez es diferente. Sánchez es capaz de mutar para adaptarse a las nuevas condiciones de la atmósfera política en función de si los vientos soplan a favor o en contra. Por eso ya está pensando cómo cuadrar los números de la clase obrera y cómo frenar la ofensiva radical/socialista en su propio Gobierno y en la calle sin salir dañado. Porque aquí de lo que se trata es de que el presidente llegue vivo a las próximas elecciones.
Viñeta: Pedro Parrilla
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