(Publicado en Diario16 el 1 de octubre de 2020)
En el Partido Popular hay inquietud, nervios, castañeteo de dientes. Miedo, pánico, canguelo. La moción de censura de Vox, aunque nace muerta y no conseguirá su propósito de derrocar al Gobierno de coalición, puede hacer mucho daño en las filas populares. Santiago Abascal ha planteado la iniciativa parlamentaria como un imprevisible búmeran que en un principio será lanzado contra Pedro Sánchez pero que tras sobrevolar el hemiciclo de un lado a otro podría desviarse en su trayectoria, dándole de lleno en la frente a Pablo Casado. El licenciado máster por Harvard-Aravaca lo sabe, es consciente de la trampa que le han tendido y de ahí que esté más preocupado por su futuro que el último neandertal antes de la desaparición de la especie hace miles de años. No en vano, el PP es como un dinosaurio que tras el descalabro de las pasadas elecciones generales sigue amenazado de extinción, un final al que puede estar abocado a poco que no se ande con tiento.
La moción de censura no llega en el mejor momento para Pedro Sánchez. Acosado por el ala jacobina de su gabinete, que le pide la cabeza del Borbón; acorralado por la pandemia cada vez más desbocada; con los Presupuestos todavía sin cerrar y con el asunto catalán rebrotando con fuerza como el coronavirus, el intento de derrocamiento de Abascal es un incordio más. No obstante, Moncloa no está en peligro bajo ningún concepto y aunque el trance de tener que someterse a la confianza de la Cámara Baja nunca es plato de buen gusto para un presidente del Gobierno todo parece indicar que la foto final de Sánchez levantándose victorioso de su escaño, abrochándose la americana y saludando al tendido entre aplausos, tras superar airoso el envite, le beneficia más que le perjudica.
No obstante, y pese a que todo indica que saldrá entero del Congreso, el premier español tiene no un problema sino muchos, entre ellos el que supone un Gobierno fracturado en dos donde Pablo Iglesias y Alberto Garzón le aprietan las clavijas para que el PSOE dé el paso de una vez por todas hacia la Tercera República. España es un desastre sanitario y económico y a esta hora Sánchez probablemente se esté preguntando aquello de “¿por dónde hay que empujar este país para llevarlo adelante?”, la frase genial del gran Quino, padre de Mafalda y maestro del humor lúcido, tierno e inteligente que ayer nos dejó para siempre.
De momento, parece claro que la moción de censura de Vox no afectará al Gobierno. Todo lo contrario ocurre con el PP. La iniciativa llega en medio de un vendaval por el estallido del caso Kitchen, un nuevo escándalo de corrupción relacionado con el espionaje al extesorero Luis Bárcenas. En los últimos años, no ha habido un solo día que los populares no se hayan levantado de la cama, por la mañana, sin desayunarse un titular demoledor. Y esta semana está siendo especialmente terrorífica en portadas de los periódicos. En el PP andan ocupados en la defensa de los feos asuntos judiciales que vuelven del pasado una y otra vez para socavar los cimientos del imperio genovés, o sea las grabaciones del comisario Villarejo, las “facturas chungas”, los micrófonos de “la pequeñita” Soraya, las trapacerías del Barbas (o también el Asturiano), las listas de espera para trincar sobres en crudo y en ese plan. Los dirigentes conservadores están tan inmersos en el turbio Watergate castizo que apenas tienen tiempo para ocuparse de los problemas de España y mucho menos de la moción de censura del advenedizo Abascal. El PP se debilita mientras Vox, con sus mentiras y bulos sobre los menas y los muertos de la pandemia, parece crecer día tras día.
Fue el filósofo William James, padre del pragmatismo, quien dijo aquello de que el pesimismo conduce a la debilidad mientras que el optimismo acerca al poder. Hoy en las frágiles filas populares cunde la melancolía, la nostalgia de las mayorías absolutas que se esfumaron con la decadencia del bipartidismo, mientras la imagen de un exultante y pletórico Aznar botando en el balcón de Génova 13 con los sobacos empapados en sudor victorioso forma parte de los libros de historia. El futuro nunca repite los mismos sucesos del pasado, los buenos tiempos no volverán y en el PP ven con evidente preocupación la moción de censura ultraderechista. Tal es así que la portavoz parlamentaria, Cuca Gamarra, ya ha descartado que los populares vayan a sumarse a la aventura verde y ha pedido a Abascal, como promotor de la iniciativa y candidato a la Presidencia, que “no engañe” a los españoles porque los números no dan. Ahí tiene toda la razón doña Cuca, Vox necesita 124 escaños, nada más y nada menos, y cuando reclama el apoyo de las demás fuerzas políticas se encuentra con el silencio solo roto por el canto del intruso grillo de las Cortes. Tampoco a Ciudadanos, socio de la extrema derecha en gobiernos autonómicos y ayuntamientos en toda España, parece interesarle el juego de abalorios propuesto por Abascal. Edmundo Bal cree que se trata de un “escaparate publicitario” para Vox que solo servirá para “hacer perder el tiempo a los diputados en medio de una pandemia”.
Así las cosas, el Caudillo de Bilbao sueña con que su moción sirva al menos para avanzar en el camino al sorpasso contra ese partido que en el pasado lo humilló y lo echó vilmente de la política tras cerrarle el grifo de la mamandurria o chiringuito de Espe Aguirre. Debe ser duro que de la noche a la mañana le quiten a uno el chupete de los 82.000 euros brutos al año, más dietas y complementos, sin explicación alguna. Aquel desplante llenó de odio y patriotismo el pecho de Abascal, que como uno de esos vaqueros del Oeste juró vengarse algún día. Ya está engrasando su Smith and Wesson.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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