(Publicado en Diario16 el 9 de octubre de 2020)
La pandemia no solo amenaza con llevarse por delante la vida de miles de personas, la maltrecha Sanidad pública (en otro tiempo gran orgullo patrio) y el crédito de la devaluada democracia española, sino también a algún que otro partido político en horas bajas como el PP de Pablo Casado. Eso al menos apuntan las últimas encuestas, como la publicada estos días por ABC. Según el macrosondeo, los populares perderían la friolera de 18 escaños, un auténtico descalabro que vendría a sumarse a la hecatombe ya sufrida por el partido conservador en las pasadas elecciones generales. Este escenario demoscópico está generando inquietud en Génova 13, más aún porque la pandemia no parece pasar factura al PSOE (que mantiene sus escaños respecto al 10N) y mucho menos a Vox, que de celebrarse elecciones hoy mismo mejoraría resultados.
Es evidente que la estrategia política de la crispación puesta en marcha por Casado no está funcionando como él creía. La táctica de la confrontación permanente, el ruido, la barahúnda y la confusión (cuando no la judicialización de la vida política y la conspiración contra el Gobierno) no le está dando los frutos apetecidos. El líder del PP confiaba en sacar un cosechón de votos entre el montón de muertos por el coronavirus y la ciudadanía le está diciendo que ese no es el camino. La sociedad española está pidiendo a gritos más ciencia y menos política; más médicos, enfermeras y rastreadores y menos retórica barata y estéril, o lo que es lo mismo: más entendimiento, más pacto y más unidad de todos frente al agente patógeno. Sin embargo, el joven licenciado máster por Harvard-Aravaca hace tiempo que optó por todo lo contrario, por el “trumpismo” ibérico, por la patada en la espinilla al contrario y por el macartismo a la española o caza de brujas al rojo (ha puesto tantas querellas para encarcelar a los dirigentes socialistas y podemitas por su gestión en esta crisis sanitaria que ya ha perdido la cuenta).
Casado ha extraviado el rumbo, va dando puñetazos a diestro y siniestro como ese boxeador sonado que tiene delante a un bulto borroso (en este caso Pedro Sánchez) pero no acierta a darle el golpe definitivo. Y en esas está. Lejos de recapacitar y seguir el ejemplo de los demás partidos conservadores europeos en la oposición −que han tirado del buen patriotismo y se han colocado de lado de sus respectivos gobiernos para luchar contra una epidemia de proporciones cósmicas−, él ha elegido el camino de la política pequeña, huraña, sañuda. Los últimos informes de Bruselas que dan serios toques de atención a España por su “política tóxica” van directamente dirigidos hacia el PP por haberse atrincherado en una posición tan absurda como pueril y estéril. Si la UE empieza a ver a nuestro país como un “estado gamberro”, como una jaula de grillos constante y como un molesto e incómodo problema es precisamente por culpa de políticos como Casado, que de forma irresponsable ha puesto en marcha un descabellado plan de tierra quemada. Ya lo dijo el ministro Montoro en su día: “Que caiga España, que ya la levantaremos nosotros”. La última ocurrencia del eterno aspirante a la Moncloa, instigar una conspiración internacional en complicidad con la extrema derecha xenófoba europea para que Bruselas cancele los 140.000 millones en ayudas y préstamos a nuestro país, ha dejado ojipláticos a los jerarcas de la UE. Nunca antes habían visto un caso de traición tan sonrojante.
Por descontado, en la civilizada y avanzada Europa esa idea paleolítica, africanista, autodestructiva y tribal de la política no se comprende. De Pirineos para arriba las cosas se hacen de otra manera, el interés común se antepone a lo demás en un ejercicio de patriotismo bien entendido, una forma de hacer muy alejada de la que propone la carpetovetónica derecha española, demasiado lastrada por su pasado de raigambre franquista. Casado, quizá influido por la nueva ola guerracivilista que propone Santiago Abascal en Vox, debe pensar que esto de la política consiste en exterminar al rival y despedazarlo hasta que no quede nada de él. Así es como entendía Franco el poder, solo que el dictador tenía a los tabores de infantería marroquíes y Pablo Casado apenas cuenta con un par de periódicos y una unidad especial de jueces falangistas dispuesta a entrullar a todo rojo masón que se ponga por medio.
Nada de lo que está haciendo el líder de la oposición está saliendo como él esperaba. Según sus planes, a estas alturas de la pandemia Pedro Sánchez debería estar jugando al baloncesto tras haber dimitido irrevocablemente; Pablo Iglesias debería estar en Soto del Real, con Oriol Junqueras; y la moción de censura de la extrema derecha debería haber sido todo un éxito. El “casadismo” es pura retórica y conducta errática, ni un solo proyecto de país ni una medida eficaz contra la epidemia, pero el sonoro silencio de algunos dirigentes importantes resulta más que elocuente. Se sabe de buena tinta que barones como Núñez Feijóo o Moreno Bonilla están hasta el gorro del Circo del Sol en que se ha convertido Madrid durante esta pandemia. IDA, la rebelde e insumisa IDA, es una creación de Casado, una androide muy bien programada para probar con el “trumpismo” exaltado a la española, y ese experimento genera desconfianza en el sector más moderado del partido, que puede intervenir en cualquier momento para aplicarle un 155 al aventurerismo casadista.
Así las cosas, no le falta razón a Pablo Iglesias cuando dice eso de que el PP no va a volver a gobernar “en muchísimos años” por su proximidad con Vox. “La foto de Colón les va a tener a ustedes confinados muchísimos años y, a nivel estatal, si no se ilegalizan formaciones políticas, es inviable que vuelvan al Consejo de Ministros”, aseguró ayer en una sentencia que heló más de un corazón pepero. Y es que la imagen de un Partido Popular reducido a una nueva decadente UCD (cuando no una efímera UPyD) se materializa un poco más cada día.
Viñeta: Lombilla
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