(Publicado en Diario16 el 15 de noviembre de 2023)
Lo odian, lo detestan, quieren meterlo en un maletero para largarlo fuera de España. Y tanta ojeriza o rencor solo puede provenir de un único sentimiento: le tienen miedo. Pedro Sánchez ha abierto la sesión de investidura sin defraudar a los suyos y enervando todavía más a sus adversarios. “Me voy mucho más preocupado de lo que entré”, asegura un entregado Feijóo tras escuchar el discurso del candidato a presidente. Tiene motivos para la zozobra el gallego conservador, al que le llegará su turno de palabra esta tarde. La derecha no se enfrenta a un político cualquiera. Con el tiempo, Sánchez se ha convertido en una especie de ser mutante, un alien predator de la política capaz de mimetizarse e invisibilizarse cuando toca, mudar de piel llegado el caso, adaptarse al entorno y sobrevivir. Esa es su principal cualidad: la capacidad de resistencia, de resiliencia, esa palabra que él puso de moda. Un killer, un superviviente nato como de otro planeta.
Hoy Sánchez volvía a cambiar de escama reptiliana, dejando atrás la dermis de negociador con los independentistas, y entraba en el Congreso de los Diputados revestido otra vez con el pellejo o tegumento de estadista socialdemócrata. Viéndolo allí subido en la tribuna de oradores, fresco como una rosa socialista, vivito y coleando y soltando sus habituales zascas y sarcasmos contra las derechas –haciendo gala de un aplomo y unos nervios a prueba de bomba– nadie diría que era el mismo hombre acorralado que esta última semana ha sido vilipendiado y zarandeado, como un pelele, por sus enemigos político. En un abrir y cerrar de ojos, en una maniobra casi mágica digna de estudio, el líder socialista ha sido capaz de dejar atrás el pasado, como si el pacto con Junts se hubiese firmado en la Transición, y hacer que todo el hemiciclo, y el país entero, mirara de nuevo al futuro. Palabras como concordia, prosperidad, democracia, igualdad real, ecología y feminismo han sido como un antídoto inmediato que ha neutralizado de repente el veneno nostálgico inoculado por las derechas. “La amnistía no será un ataque a la Constitución, sino una muestra de su fortaleza”, aseguró el premier, y además confesó que todo lo ha hecho “en nombre de España”. Una boutade dirigida a la muchachada franquista que esperaba con el mechero y la lata de gasolina en la esquina de Ferraz.
Zanjada la cuestión territorial (que dejó para el tercer bloque de su exposición, dejando claro que no va a ser ese el problema más importante para su nuevo Gobierno), Sánchez ha pasado a esbozar las líneas maestras del programa político para su segunda legislatura. Un plan ambicioso en lo económico con rebaja del IVA para luchar contra la inflación, mejoras en el salario mínimo, nuevo Estatuto de los Trabajadores, medidas de alivio para los hipotecados, reducción de las listas de espera sanitarias, más salud mental y transporte gratuito para jóvenes y desempleados, entre otras propuestas. Incluso se ha permitido hacer un guiño a la izquierda podemita al adelantar que promoverá la declaración del Estado independiente de Palestina como solución al conflicto eterno en Oriente Medio. En definitiva, más izquierda en forma de pragmática socialdemocracia para poner de los nervios a las derechas y a la patronal. Porque, no nos engañemos, la amnistía catalana ha sido solo la excusa para las algaradas callejeras de los últimos días. Lo que realmente inquieta a los poderes fácticos es que en los próximos cuatro años se va a desplegar la segunda parte de una importante agenda progresista y verde.
Más allá de eso, Sánchez ha apuntalado su discurso en una idea fuerza que le sigue funcionando: la derecha ha abierto la puerta de las instituciones al nuevo fascismo posmoderno. “Yo estoy aquí por sus pactos con Vox”, le ha dicho a Feijóo, que desde la bancada conservadora –donde emanaba un intolerable runrún que por momentos interfería en la audición de las palabras del orador–, asistía a una nueva lección del rival más duro de roer que le podía haber tocado en desgracia en su tortuoso camino a la Moncloa. Mientras tanto, los diputados de Abascal despreciaban el discurso presidencial mirando sus teléfonos móviles, una pantomima más que se suma a otras muchas y que demuestra el grado de mala educación, fanatismo, puerilidad e inmadurez de esta gente. Van para abajo en cada cita electoral y ya solo les queda el circo con la fricada neonazi.
En definitiva, Sánchez ha logrado que el bloque del modelo territorial, el más espinoso para él por lo que tenía de necesidad de explicar el salto mortal decisivo de la amnistía, pase como uno más sin que alterara demasiado el desarrollo del Pleno de investidura. “Ha sido una exposición aseada que le ha quedado bien”, dice Aitor Esteban al término de la jornada matutina. Por lo demás, queda escenificada la unidad de la izquierda (aquel que crea aún en la posibilidad de un tamayazo de última hora para derrocar al emperador que abandone toda esperanza). Hasta diez líderes regionales de un apaciguado PSOE han asistido al acto desde la tribuna del Congreso de los Diputados, donde solo se ha echado en falta a Page, cabreado con la amnistía. El líder de Castilla La Mancha queda como un Quijote algo perdido en la inmensidad del páramo manchego, un verso suelto dentro de una maquinaria política bien engrasada donde se impone el prietas las filas. Hasta la militancia de Podemos, resentida con el presidente del Gobierno en funciones, ha votado a favor de la investidura por más de un 86 por ciento. El sanchismo está más fuerte que nunca. Y en las derechas hay ambiente de pesimismo, casi de funeral. No solo han perdido la batalla de Ferraz, que ha resistido el asedio facha al grito de “No pasarán”. También van camino de perder la contienda en el Parlamento. Por mucha pataleta que escenifiquen, por mucha performance con muñecas hinchables y tercios de Flandes que monten, conservadores y ultras salen de esta completamente derrotados.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
No hay comentarios:
Publicar un comentario