viernes, 10 de junio de 2022

EL GOLPISTA YANQUI

(Publicado en Diario16 el 10 de junio de 2022)

Fue Donald Trump. La comisión de investigación atribuye al magnate norteamericano el papel de gran cerebro y cabecilla en el asalto al Capitolio como “culminación de un golpe de Estado” en USA. El informe viene a confirmar algo que todo el planeta pudo ver en directo en la CNN: que el 6 de enero de 2021 no fue una fiesta de disfraces, ni un carnaval, ni una broma más o menos pesada promovida por los grupos de ultraderecha norteamericanos. Hubo violencia, muertos, diputados acosados, un “escenario de guerra”, como relata el informe policial. Aquello fue un intento en toda regla de subvertir el orden constitucional, un derrocamiento del sistema democrático para instaurar un régimen caudillista de corte autocrático con el gamberro rubiales en el trono de la mayor potencia mundial. Trump quiso ser el Putin estadounidense y a un paso estuvo de conseguirlo.

El congresista Bennie Thompson ha sido el encargado de dar cuenta de las espeluznantes conclusiones tras la laboriosa investigación. Más de 140.000 documentos y pruebas, un millar de testigos. Entre las víctimas, Caroline Edwards, agente de policía del Capitolio, que ha descrito el asalto como una “carnicería”. “Me resbalaba con la sangre de la gente”, recuerda. Hasta Ivanka Trump ha tenido que admitir que no cree en las acusaciones de fraude electoral lanzadas por su padre. El tirano se queda solo en su mansión palatina.

Ya no cabe ninguna duda: Trump estaba en el centro de la “conspiración” para mantenerse en el poder pese a su derrota en las elecciones presidenciales. Durante el último año y medio, el millonario neoyorquino se ha defendido de todas las acusaciones tratando de eludir cualquier tipo de responsabilidad en la organización del golpe. Primero dijo que no sabía nada del tema. Después restó importancia al suceso, al que presentó como una simple protesta, una excursión popular, un plácido paseo del pueblo por las ruinas del sagrado templo de la democracia. Más tarde culpó a la izquierda de haber organizado la asonada y finalmente guardó un ominoso silencio que le delataba. Ahora ya sabemos la verdad: fue él quien alentó a los golpistas, quien los arengó con sus soflamas patrioteras en Twitter y quien los lanzó violentamente contra los muros del Capitolio, como un moderno Atila arrojando a sus bárbaros contra la nueva Roma de Occidente. Trump es un dictador de manual que pretende corroer el sistema desde dentro hasta hacer retroceder el país a los tiempos del Far West, que fue el feudalismo yanqui con sus sheriffs, pistoleros y soldados del Séptimo de Caballería en el papel de caballeros andantes embarcados en una santa y genocida cruzada contra las tribus de infieles indígenas.

El modelo político con el que sueña Donald Trump consiste en el Estado sin Estado, un territorio donde rige la ley del más fuerte –manda quien tiene dinero para comprarse un fusil de asalto con el que defender su propiedad–, una patria sentimental, que no política ni administrativa, en manos de unos oligarcas de Wall Street, de cuatro grandes familias esclavistas del sur y del Ku Klux Klan. A Trump le sobran las instituciones, los servicios públicos, los impuestos y los derechos humanos. Es hombre de un solo libro, la Biblia, y de un solo Dios: el dinero. Religión, capitalismo y Winchester de repetición. En esa Santísima Trinidad asienta su revolución libertaria de derechas, en realidad un nuevo fascismo 2.0. Al magnate le estorban la Casa Blanca, el Congreso, el Senado, el Tribunal Supremo y todo lo que huela a democracia. Para llevar a cabo su maquiavélico plan sedicioso le bastó con recurrir a sus paramilitares barbudos (él tiene a los Proud Boys, Putin al batallón Wagner), a sus chamanes negacionistas anticientíficos (el hombre bisonte de rostro pintarrajeado inmortalizado en la primera página del New York Times), a los conspiranoicos de QAnon, a las sectas religiosas y a la sagrada Asociación Nacional del Rifle, cómplice de tantas masacres de inocentes escolares.

El informe parlamentario desenmascara al payaso criminal trumpista. Fue él, Trump, quien citó a la muchedumbre, la congregó y prendió la llama de la guerra. Instigó, consintió y coordinó el golpe. Prueba de ello es que, hasta el último momento, se negó a movilizar a la Guardia Nacional para contrarrestar la conjura. De esa manera, su ejército de friquis iluminados tenía el camino libre y allanado para llegar hasta el corazón mismo de la democracia. Un ejército de fascistas, cuatreros trasnochados, pistoleros de pacotilla, fanáticos con antorcha, linchadores profesionales, cazarrecompensas a la captura del demócrata comunista y haters rabiosos con el establishment. Todo un psiquiátrico en abierta y violenta peregrinación.

Hasta los más acérrimos republicanos como Liz Cheney, una de los integrantes de la comisión de investigación, han tenido que rendirse a la evidencia. Trump es el Tejero yanqui, el rebelde conspirador dispuesto a organizar una Segunda Guerra Civil americana, ya sin Norte contra Sur, sino todos contra todos. El ricacho aburrido de sí mismo planeó el golpe. Él y solo él llevó hasta el final el delirio que bullía en su desquiciada, retorcida y enferma cabeza de millonario fatuo y podrido. Confirmado: la humanidad ha caído en manos de una élite de villanos autócratas dispuestos a volar el mundo por los aires en plan cómic de la Marvel. Lex Luthor Trump y Joker Putin son dos viñetas del mismo macabro tebeo. El líder del Kremlin se cree Pedro I El Grande, zar de todas las Rusias. El multimillonario gringo, como USA es un país sin historia y sin panteón de reyes, se empeña en fundar la primera dinastía absolutista yanqui. Como para echarse a temblar.

Viñeta: Pedro Parrilla

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