(Publicado en Diario16 el 24 de mayo de 2022)
La portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, cree que el rey emérito ha perdido la oportunidad de pedir perdón a los españoles por sus comportamientos “nada éticos” ni “ejemplares”. El ministro Marlaska critica que Juan Carlos I no dé explicaciones sobre sus asuntos fiscales y solo piense en sus regatas y barbacoas. Y en Moncloa, Pedro Sánchez rectifica la estrategia a toda prisa y marca la nueva estrategia a seguir: crítica corrosiva al viejo monarca (el tótem caído que ya no es nadie) cerrando filas en torno a Felipe VI. Ahora que el emérito ha consumado su mofa y befa del país, el PSOE constata con estupor que quizá se haya quedado corto, tibio, en todo este asunto, y pretende subirse al carro de quienes piden mano dura con el monarca. El problema es que ya es demasiado tarde. El Borbón se ha pegado la fiesta del siglo, se ha reído del país entero y regresa a su resort de lujo en Abu Dabi, que no exilio.
Hace tiempo que los socialistas deberían haber dado luz verde a esa necesaria e higiénica comisión de investigación sobre el emérito en el Congreso de los Diputados. Lejos de hacerlo, han quedado como timoratos monárquicos, cuando no como cómplices de las derechas y de un defraudador fiscal. Ahora que comprueban la indignación de los españoles –más de la mitad de los encuestados están que trinan con la tomadura de pelo de Juan Carlos I y su vida de lujos– en el PSOE se hacen los ofendidos con la conducta del viejo monarca. “¿Tendrá morro?”, “¿será posible?”, se dicen unos a otros con cara de póker. ¿Pero qué esperaban? ¿De qué se asombran? Dando carpetazo a cualquier posibilidad de que se hiciese justicia, han consentido que el emérito se venga arriba y se crea el rey, pero del mambo. Es evidente que, una vez más, el PSOE ha reaccionado tarde y mal.
El ala socialista del Gobierno de coalición está cayendo en una especie de esquizofrenia política en todo lo que rodea al patriarca de la Transición. Primero quisieron mantener un discurso institucional, prudente, de perfil bajo como dicen los politólogos posmodernos. Pero el argumentario les reventó en las narices cuando se vio que el emérito no venía a una gala benéfica contra el cáncer, sino a montar un sarao que ni el sambódromo de Río de Janeiro. Fue entonces cuando Alberto Garzón, mucho más ágil de reflejos, se puso delante de las cámaras y soltó eso de que el rey emérito es “un delincuente”. A partir de ahí, ¿qué podían hacer en el PSOE? Garzón, poniendo el dedo en la llaga sobre la degradación ética y moral del exjefe del Estado, desmontó cualquier artificio, estrategia o táctica de Ferraz en todo este escabroso asunto.
A lo largo del fin de semana en Sanxenxo, el embrollo ha ido a peor. Por la mañana, una ministra de Sánchez va, sale, se pone delante de los micrófonos de la SER, y haciendo funambulismo político empieza a contemporizar: que si el rey emérito debería dar explicaciones, que si el rey emérito no ha seguido un comportamiento ejemplar, que si el rey emérito patatín, que si el rey emérito patatán. Pero luego, a los cinco minutos, comparece Garzón y larga sin pelos en la lengua: el rey emérito es un “delincuente acreditado y toda España sabe que es un ladrón”. Ni medio comentario más. Finito. Punto pelota. ¿Qué otra cosa puede decir un demócrata de bien sobre el triste espectáculo que está dando el patrón del Bribón? Garzón no hace sino llamar a las cosas por su nombre, al pan pan y al vino vino. Quien defrauda es un defraudador. Quien evade es un evasor. Quien le escamotea al fisco es un escamoteador. Y poco importa si después el timador se pone al día con Hacienda, a toda prisa y en regularizaciones exprés. Poco importa si después cuatro palmeros de Sanxenxo se presentan en el Club de Regatas para agasajarlo con vítores y blanquearlo a cambio de una mariscada, un autógrafo borroso y un par de selfis desenfocados.
Toda España sabe cómo llama el diccionario de la RAE a quien se lo lleva crudo, al absuelto de rositas, al señor poderoso que se está riendo de todo y de todos, del Gobierno, de Hacienda, de la Fiscalía, del Parlamento español, de la Constitución, de los españoles, de la reina Sofía, de su hijo Felipe, de la monarquía borbónica y hasta de sí mismo. Don Juan Carlos, por tibieza de una democracia acomplejada que se lo ha tolerado todo, ya ejerce de Rey Sol y cuando le aborda una sufrida periodista, una obrera de la pluma que hace guardia frente a la casa de Pedro Campos, noche y día, para pedirle un titular que es su plato de lentejas, no se corta y responde con arrogancia, como aquellos reyes absolutistas que enviaban a los plebeyos al castillo por cualquier tontería.
Solo el ministro Garzón sale íntegro, cabal, de este envite para la historia. Aquí hay barqueros que regatean en un mar de mentiras y barqueros que dicen las verdades con todas las letras. A cualquier españolito peatonal lo pillan con 100 millones de dólares debajo del colchón y con las mismas lo meten en un furgón y para Alcalá Meco. A cualquiera salvo aquel que luce el apellido Borbón en el DNI. De todo este lamentable vodevil nos queda la grandeza de un ministro que, le duela a quien le duela, ha dicho lo que había que decir, aunque ello le cueste votos, insultos de la extrema derecha fascista y un tirón de orejas de Sánchez. Y eso, en estos tiempos de cinismo, de negación de la realidad y de todo vale, le honra. Gobernar es estar con la justicia, con la dignidad, con la verdad. Ejercer la democracia sin miedo y sin pensar en cálculos electorales a posteriori. Si les queda algo de honradez (damos por hecho que de republicanos ya no tienen nada) sus señorías del PSOE deberían replantearse su extraño complejo freudiano con el ídolo juancarlista. Nunca es tarde para recuperar la decencia.
Ilustración: Artsenal
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