viernes, 10 de junio de 2022

PUTIN NOS PONE A DIETA

(Publicado en Diario16 el 26 de mayo de 2022)

Primero cierra el grifo del gas, después corta el suministro de trigo y maíz. Putin planea exterminarnos de frío y de hambre. El dirigente ruso sabe que tiene perdida la guerra de Ucrania, pero ha decidido morir matando. Para ello planea congelar Europa en invierno y cerrar bajo llave el inmenso granero ucraniano que da de comer a media humanidad. Es la misma política de tierra quemada con la que los rusos ganaron la guerra contra Hitler. Lamentablemente, hoy los papeles se han trocado, la heroica Unión Soviética que se enfrentó al nazismo ya no existe y ahora el papel de fascista genocida lo desempeña él mismo: Vladímir Vladímirovich Putin.

El bloqueo de 20 millones de toneladas de cereales en los puertos del Mar Negro sumirá al planeta en una hambruna sin precedentes. No solo habrá escasez en el viejo continente. Países del Tercer Mundo que las están pasando canutas pagarán las consecuencias de la megalomanía del sátrapa del Kremlin. Millones de infelices desgraciados sin nada que llevarse a la boca en Sudán, en Etiopía o en Mali, entre otros muchos infiernos, sufrirán la locura del déspota moscovita. Toda aquella pobre gente ha soportado siglos de invasiones coloniales, de guerras civiles, de guerras contra la pobreza y la injusticia, de guerras contra el clima y la desertización (desde que empezó la pandemia han entrado en uno de los peores períodos de sequía y malas cosechas que se recuerdan). Ahora les ha caído otra guerra encima, la del imperialismo de un Zar que está gagá y que cree que el reloj de la historia se paró en 1939.

Rusia utiliza el hambre y el grano como armas de destrucción masiva. Y no lo hace solo cortando la cadena de suministro internacional. También está confiscando la maquinaria pesada y las cosechadoras necesarias para la recolección; está bombardeando, deliberadamente, los almacenes de grano en toda Ucrania; está, en fin, convirtiendo el gran paraíso de los cereales –hasta hoy un vergel fértil y productivo–, en un erial calcinado, yermo, estéril. Al dictador se le ha propuesto abrir corredores humanitarios para que el pan pueda llegar a los países perjudicados por la hambruna. Pero ni por esas, no traga, no se baja del caballo sobre el que cabalga a pecho descubierto por las nieves de Siberia, un pecho que él considera forjado con el acero de los cañones del acorazado Potemkin pero que en realidad es un pecho fofo, un pecho flácido de vejete en las últimas, un pecho blandengue de mamas caídas, ridículas, derrotadas por la ley de la gravedad y de la vida. Ningún tirano se ve reflejado en el espejo tal como es, sino agrandado, magnificado por el narcisismo que le posee y le domina. De eso sabía mucho nuestro gran Goya, que tenía que hacer auténticas maravillas y juegos malabares pictóricos para que el Borbón de turno no saliera demasiado narigudo y con cara de tonto en sus retratos de propaganda absolutista.

Putin empezó todo este sindiós declarándole la guerra a Occidente, a la libertad, a la democracia. Ahora pasa a una segunda fase de su descabellado plan bélico: desafiar al mundo entero hasta acabar con él por inanición. La imaginación fascista es fecunda, siempre encuentra un modo original de matar, ya sea de forma inminente con una cucharadita de polonio en el café de los disidentes o lenta y agónicamente, o sea hurtándole el trigo al indito tercermundista. Y todo eso mientras él nada en champán o en rublos en el jacuzzi de su búnker nuclear. Hace falta ser miserable.

Qué tiempos aquellos en los que la URSS era no solo la gran y generosa despensa de Europa, sino la teta ideológica que alimentaba intelectual y culturalmente a los hambrientos de la famélica legión. Qué tiempos en los que aún había una llama de esperanza en la revolución. Hoy nos encontramos a las puertas de una crisis alimentaria como nunca antes se había visto. El programa mundial de alimentos de la ONU compra el grano a Ucrania para dar de comer a 125 millones de necesitados. La UE tiembla ante los planes de Putin. Si Moscú cierra sus gasoductos será la destrucción de Europa. Empresas como Volkswagen dependen de la energía rusa. Si a la industria del automóvil no le llega el gas terminará cerrando. Después, como por efecto dominó, caerán otras multinacionales alemanas. Más tarde se hundirán los demás buques insignia europeos. Las bolsas colapsarán, la economía hará crack. Un crudo invierno medieval se extenderá desde los Urales hasta Gibraltar. Habrá paro, inflación, tensiones sociales, revoluciones políticas, un mayor auge si cabe de los movimientos populistas. El caos de la civilización occidental. Obviamente, Rusia también saldrá mal parada de este envite (ya se encuentra seriamente tocada tras las duras sanciones de la comunidad internacional). La devastación en ambos bandos será propia de una guerra nuclear económica.

Putin vive un delirio de grandeza que puede costarle muy caro al mundo. Un trastorno de nostalgia que le lleva a querer revivir el antiguo esplendor del imperio soviético. Ya ve nazis alemanes trepando por las fábricas de Stalingrado, marines del general Patton avanzando en las fronteras de Suecia y Finlandia, agentes de la CIA por todas partes. Y el dedo se le va solo al botoncito nuclear. Lo de Putin es una paranoia en fase crítica de manual, una fobia al enemigo americanizado que probablemente contrajo en sus años mozos en el KGB.

La civilización humana al borde del hambre y la extinción. El planeta en ayunas por culpa de un oligarca enfermo que será enviado al sanatorio en 2023 (si antes no vuela el planeta por los aires), según el M16. Europa debe reaccionar ante el órdago del viejo Oso de Moscú. En lo político más democracia, que es lo que le duele, y máxima unidad ante la amenaza intolerable. En lo económico será preciso romper la dependencia del gas ruso, esa especie de síndrome de Estocolmo de la UE respecto al Kremlin, y apostar ya por las renovables antes de que el apocalipsis climático sea irreversible. Es el mejor momento para emprender una transición ecológica drástica y necesaria. Energía solar y eólica, coche eléctrico, fábricas limpias. El nuevo capitalismo o es verde o no será.  

Viñeta: Igepzio

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