(Publicado en Revista Gurb el 20 de febrero de 2015)
Los
del Núremberg de Bankia, los de la cúpula del fascismo económico en el
que andábamos metidos, ya se están sentando en el banquillo, ante el
juez, uno tras otro, para dar cuenta del chollo que tenían montado con
las tarjetas black. Durante años, mientras el pueblo agonizaba de hambre
y la troika nos sacaba el higadillo y las criadillas, ellos trilaban en
la sombra, en silencio, muy clandestinamente, sin que supiéramos cómo
eran sus caras ni cuáles sus apellidos. Iban de expertos en la cosa,
pero en realidad no eran más que los fontaneros sucios del sistema, los
amigachos enchufados que hacían alguna chapucilla bancaria de cuando en
cuando y luego la cobraban en black. Ahora, desde que la prensa lo está
aireando todo, ya sabemos que tenían nombres ridículos, casi de tebeo,
como de historieta, de tira cómica, nombres que en otras circunstancias
menos trágicas nos habrían hecho reír mucho pero que en medio de esta
truculenta historia de miseria y corrupción con faldas y a lo loco no
pueden producir más que hastío y bochorno. Ahí está Moral Santín, un
suponer, que ni tenía moral ni era un santín, el hombre; ahí está
Estanislao Ponga (ponga usted el cazo, señor mío); Antonio Romero Lázaro
(Lázaro, levántate y trinca); Ricardo Romero de Tejada (el que sacaba
la mayor tajada); Ángel Eugenio Gómez del Pulgar (más los otro cuatro
dedos, que con toda la mano llena se pilla mucho más y mejor); José
María Arteta (o también hartito, hartito de cenas, de viajes y demás
francachelas); Antonio Rey de Viñas Sánchez-Majestad (éste lo llevaba
escrito en los genes, como un aristócrata de sangre azul, y eso que era
de Comisiones el muchacho); Mercedes Rojo Izquierdo (de todo menos roja y
de izquierdas); José Acosta Cubero (éste parece que se lo estaba
acostando a ojo de buen cubero); Cándido Cerón (de cándido no tenía
nada, que su cuenta era un jardín sembrado de ceros); Pradillo de la
Santa (que ni era pardillo ni hijo de santa ni nada de nada); Joaquín
García Pontes (ponte fino a caviar y a tarjetazos, y a vivir que son dos
días). Y en ese plan.
En
fin, que con esta lista sospechosa Paco Ibáñez habría levantado un
glorioso 13 Rue del Percebe de la banca española, porque eso es lo que
ha sido nuestro edificio financiero, un triste cómic, un cuento
caricaturesco, una historieta esperpéntica muy bien pergeñada y dibujada
para solaz de unos pocos manguis que funcionaban con la exactitud
trágica de un reloj suizo. Un 13 Rue del Percebe lleno de frikis
financieros al que solo le faltaba el moroso vividor del ático en el
edificio enfermo de aluminosis que era la maltrecha democracia española.
Rodrigo Rata, el Flautista de Hamelín de la campanilla, hacía sonar el
címbalo, llamando al festín general, y todas las ratas menores le
seguían al unísono como roedores ansiosos, voraces, insaciables. La
lista es tan larga como vergonzante, pero uno a uno todos están
declarando, por fin, ante el juez. Hay tantos nombres que es imposible
que sus mentiras encajen y así claro, a las primeras de cambio se están
haciendo la picha un lío. Uno le ha dicho a su señoría que la tarjeta
black se la dio el jefe Blesa y que se coma él el marrón; otro que la
consigna era gastar mucho, gastar, gastar a cascoporro; el de acá que no
sabía que defraudar era delito; el de acullá que la tarjeta le cayó
como llovida del cielo un día que sesteaba en su despachaco. Mienten, se
desmienten, se desdicen, sueltan bobadas, sonríen por no llorar, pero
están pillados por los cataplines, atrapados en la telaraña de oro que
habían tejido durante años. Uno cree que ahora que le han dado Goya a Mortadelo y Filemón,
reconociéndose por fin el valor como viñetista del gran Ibáñez, nuestro
mejor dibujante, harían bien los agentes de la TIA y el profesor
Bacterio en investigar este caso, un caso típico de los años locos de
burbujas, charlestón y caspa española. De aquellos años ya solo queda
una romería de personajillos desdibujados de tebeo, muñecones de cómic
que hasta hace un rato iban de élite de las finanzas, de yupis, de
estupendos, de decentes, y a los que ahora se les ha caído la careta,
quedando al descubierto la jeta y la tarjeta. La jeta black, o sea.
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