EL BOTÓN DE GRANADOS
Al señor Francisco Granados, después de que lo hayan trincado de marrón con una cuenta sospechosa en Suiza, solo se le ha ocurrido decir que piensa dejar su acta de senador porque ya está "hastiado de apretar el botón del escaño". Lo cual que además de butronero, es desahogado el hombre. No le bastaba con habérselo levantado a capazos, no le bastaba con haberse llevado hasta los leones de las Cortes, sino que encima tenía que restregarle al pueblo, por la cara, por la face, que ha sido un instalado, un acomodado, un vividor. Solo le ha faltado decir "me lo he llevado sin pegar ni chapa, qué pasa", para darle más rabia al indignado personal. De modo que el señor Granados se limitaba a apretar el botón cuando se lo decían sus jefes y a colocar pasta en Suiza muy ufanamente. Un mudo cremallera total con un dedo hiperactivo que no paraba de darle al botón, o sea. El señor Granados es el ejemplo más granado de lo que ha sido la politica en España en los últimos años de gansterismo político. Gente mecánica que iba apretando el botón por orden del partido; cenadores (más que senadores) que cenaban caviar suizo tras una jornada de aburrido botón de ocho a dos; dedos nerviosos que le iban dando al botón como quien le da a la tecla de la caja registradora, clink, clink, caja. A uno, que un político como Granados se haya levantado tropecientos mil en Suiza ya no le sorprende nada y hasta le va dando un poco igual. En España todos tenían un botón ganancial que con solo apretarlo daba un carguete en Génova o un padrino o abría una cuenta rápida en Suiza. El botones de Génova tenía un botón, el chófer tenía un botón, el tesorero tenía un botón y hasta el perro de Rajoy tenía su botón. Aquí, el que más y el que menos tenía un botón bien comunicado con la sucia Suiza. Aquí todos tenían su particular botón, moneda de hierro de los traidores, todos menos los pardillos ciudadanos, que ponían su escaso dinero algo más cerca, en Hacienda mayormente, o sea en manos de El Guindos y Montorito bravo. Loli Cospedal ha confesado en un plató que en el PP hay intrigas, pero lo que hay seguramente es demasiado gorrón, sablista o parásito pegado todo el rato al botón. Uno cree que esta epidemia de botón contagioso y fácil que ha sufrido nuestra estuprada democracia se reduce a algo tan sencillo como aquella vieja tonadilla que nos cantaban nuestras abuelas: "Debajo un botón, ton, ton/ que encontró Martín, tin, tin/ había un ratón, ton, ton/ ay que chiquitín, tin, tin". Sustitúyase Martín por Marianín y ratón por ladrón y ¡voilà!, ya tenemos la solución a la misteriosa adivinanza. Así que a estos boys del PP, de tanto apretar el botón burócrata, sin sentido, es que se les ha quedado el dedo rígido, acalambrado, tieso, y luego pasa lo que pasa, que a Bárcenas se le dispara el dedo corazón en forma de peineta cuando va por los aeropuertos fugaces del mundo. Fue Borges quien dijo aquello de que la democracia es un abuso de la estadística, aunque más bien sea un abuso del botón. Un botón parlamentario que cifre mucho parné es una mina de oro, un Potosí, el resorte de un puente levadizo hacia la jubilación suiza. Pero cuidado, que también es algo muy peligroso, tóxico, adictivo, y puedes quedarte enganchado a la droga del botón, que es que uno no puede dejar de darle al botón tonto día y noche, porque cuanto más botón más pastorrón. Por cierto, Rajoy aún no ha dicho ni media sobre el tema. Pues para muestra un botón.
Imagen: público.es
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