martes, 3 de abril de 2018

NO SOMOS RACISTAS, PERO...


(Publicado en Revista Gurb el 23 de marzo de 2018)

Durante años, España ha vivido en la falacia de que aquí no teníamos un problema con la inmigración. "Los españoles no somos racistas, no tenemos nada que ver con los ultras austriacos o alemanes", nos repetían nuestros políticos cuando en realidad la bomba de relojería estaba activada y lista para estallar. Los disturbios de Lavapiés tras la muerte del mantero Mame Mbaye demuestran que no vivíamos en un oasis de paz, respeto y tolerancia, como nos habían hecho creer algunos. Había desconfianza entre comunidades, falta de integración, recelo, racismo más o menos soterrado, todo aquello que Saura nos explicó tan brillantemente en su película Taxi. Cientos de inmigrantes recluidos en insalubres centros de internamiento, vallas con cuchillas mutiladoras en Melilla, devoluciones en caliente, identificaciones policiales en las que se trata al extranjero como poco menos que un delincuente, persecuciones de manteros, guetos incipientes, explotación laboral, seres humanos sin documentación y abandonados a su suerte por calles y campos de todo el país, todo ese sindiós social y político ha sido constante en la desastrosa política migratoria de este Gobierno y también de los anteriores.
Nos guste o no reconocerlo, los hemos tratado como mano de obra barata, panchitos, negratas, moracos, y ahora, cuando las calles de Madrid arden de odio racista, nos hemos dado cuenta por fin de que tenemos un problema con las personas que vienen a España en busca de un futuro mejor.
Las escenas que se han vivido la pasada noche en Lavapiés, los enfrentamientos entre policías y manifestantes, los contenedores y cajeros automáticos envueltos en llamas, las barricadas y coches calcinados, las piedras y los palos, el ruido y la furia, no se diferencian demasiado de esas imágenes sobre disturbios raciales que nos llegan de cuando en cuando de los estados sureños norteamericanos, de los guetos parisinos y marselleses y de otros lugares del mundo con problemas graves de integración social. Puede que en general los españoles no seamos racistas (eso habría que preguntárselo a los miles de inmigrantes que malviven en nuestras ciudades) pero lo que a estas alturas resulta innegable es que algo está fallando. Ni somos tan tolerantes como nos creíamos ni nuestro país era una especie de santuario de convivencia interracial.
Ahora la bomba nos ha estallado en la cara. La manifestación que los inmigrantes han preparado esta tarde para denunciar la situación insostenible que viven desde hace años, quizá demasiados, puede convertirse en un polvorín si las autoridades no saben gestionar la crisis con templanza y racionalidad. Carmena ha suspendido todos sus actos oficiales; los políticos se frotan los ojos incrédulos. ¿Pero cómo ha podido ocurrir semejante estallido de violencia? Primero fueron las mujeres, luego los pensionistas, ahora los inmigrantes. No nos engañemos. Todo eso tiene nombre: miseria, pobreza, marginación e intolerancia.

Ilustración: Jorge Alaminos

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