(Publicado en Revista Gurb el 14 de marzo de 2018)
El joven Stephen tenía que haber muerto
con 21 años víctima de una grave enfermedad degenerativa que lo dejó
paralizado de cuerpo entero pero decidió que la señora de la guadaña
tendría que esperar hasta que él desentrañara los secretos del Universo.
Desde 2005, el científico sólo podía comunicarse con los demás moviendo
un músculo bajo su ojo con el que accionaba un sintetizador de voz. Se
había convertido en un "personaje trágico", como decía él mismo. Sin
embargo, tras superar la depresión de
verse postrado por siempre jamás, decidió regresar de la muerte montado
en su potro con ruedas para darle al ser humano el último fuego del
conocimiento. No solo fue capaz de seguir viviendo en sus deplorables
condiciones físicas, algo que suponía un milagro en sí mismo, sino que
decidió volcarse en la ciencia para destilar lo mejor de su cerebro
prodigioso y revelarnos el origen del cosmos, los secretos de los
agujeros negros y los viajes en el tiempo. Generaciones enteras han
aprendido astrofísica con Stephen Hawking, que ha sido la reencarnación
quieta y muda del mismísimo Einstein. Sus libros de divulgación, lejos
de ser tediosos y aburridos, resultan fascinantes; su sentido del humor –llegó a protagonizar episodios de series tan populares como Los
Simpson y Star Trek– sobrecogía por lo que tenía de vitalismo y
desafío a la muerte; su fortaleza para sobreponerse a una enfermedad
terrorífica impresionaba.
Hawking
ha sido ese hombre que ha mostrado a la humanidad no solo los arcanos
del Universo, sino lo que es aún más importante: que se puede llevar una
vida relativamente normal en el infierno, que lo real está solo en
nuestra mente, que el dolor y la limitación de la barrera física se
disuelve en nuestra imaginación y capacidad creativa. Si London escribió
El vagabundo de las estrellas, aquel relato estremecedor que
contaba la historia de un preso inmovilizado en una camisa de fuerza
cuyo espíritu salía de su cuerpo para surcar el cosmos en maravillosos
viajes astrales, Hawking ha hecho realidad al personaje. Hoy ha
fallecido a los 76 años tras haber engañado a la muerte durante más de
medio siglo. Nos deja un legado impagable que nos ayudará a mejorar como
especie. Su alma, después de una odisea científica titánica y una
peripecia humana insoportable que pocos hubieran aguantado sin pegarse
un tiro, vuela por fin libre. Seguramente el viejo profesor de Cambridge
andará ya por otros mundos, por las calles populosas de la Roma de
Nerón, por las barricadas revolucionarias del París de 1789 o por las
playas sangrientas de la Normandía en la que fue derrotado el nazismo.
¿O acaso no fue él quien nos dijo que los viajes en el tiempo eran
posibles?
Viñeta: Igepzio
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