(Publicado en Revista Gurb el 18 de marzo de 2018)
Un concierto de Maceo Parker no es un
espectáculo más. Es una catarsis y un monumento a la historia del jazz,
del soul y por supuesto del funk, todo ello junto por el mismo precio.
El saxofonista de Carolina del Norte, que acaba de cumplir los 75 años
(nadie lo diría por su forma juvenil de moverse hasta casi descoyuntarse
sobre el escenario) es capaz de pasar de la versión más sobrecogedora y
mística del Stand by me que uno haya escuchado jamás al funky
más trepidante y enloquecido. Del Marvin Gaye más nostálgico y
sentimental al Prince más gamberro y divertido, con quien por cierto
actuó en aquellas legendarias "Veintiún noches". Y todo lo hace con un
encanto singular, soltando bromas y contando anécdotas que cautivan,
porque Parker no es solo una leyenda de la música, sino un showman
siempre sonriente que se mete al público en el bolsillo nada más saltar a
la tarima y dar sus primeros pasos de baile, que están a medio camino
entre el claqué elegante de Fred Astaire y el saltito cabriolesco de
Chiquito de la Calzada. Así es la fiebre "funkadélica": un arrebato
sublime, una convulsión divina, una fascinante posesión vudú.
Con tales credenciales y una técnica de
saxo prodigiosa al alcance de muy pocos pasó por el Teatro de la Laboral
de Gijón una de las últimas leyendas del jazz, que ha decidido
regalarnos una minigira por España, bendito sea don Maceo. Con el
auditorio repleto de un público entregado que terminó por levantarse de
sus butacas para poder seguirle el ritmo al maestro de ceremonias
Parker, el jazzman de Carolina del Norte interpretó viejos éxitos de
James Brown (con quien llegó a grabar una veintena de álbumes allá por
los sesenta), de George Clinton y Prince. Durante dos horas de concierto
las notas de Make it fun, You don’t know me, Let’s get it on, Off the hook o Pass the peas sonaron
entre las paredes del distinguido teatro gijonés como lo hubieran hecho
en el más lóbrego y humeante tugurio del Bronx neoyorquino. Ahora cabe
preguntarse qué hubiera sido de aquellas bandas memorables de los 60 y
70 como Kool & The Gang, Earth, Wind & Fire o Funkadelic sin el
pionero Maceo, que abrió la lata de un estilo tan genuino como
fundamental en la historia de la música contemporánea.
Pero con todo,
el auténtico espectáculo no consiste solo en escuchar a Maceo Parker,
sino en dejarse contagiar por su arrebatadora fuerza telúrica (imposible
para alguien de su edad), en fundirse con el imán que parece proyectar
su humana figura, en verlo actuar en directo, un lujo impagable que no
olvidaremos jamás. Entonces se llega a la conclusión de que ese hombre
de 75 tacos que salta y se contorsiona y mueve cada músculo de su cuerpo
ligero como una pluma sería capaz de tumbarlo a uno, con total
seguridad, en una apuesta por ver quién aguanta más horas de marcha.
Quizá el secreto de Parker sea su filosofía existencial –"me encanta la
vida, el amor y la gente", le dijo un día antes del concierto a un
periódico local– o quizá que los grandes genios no se complican la vida y
son maestros de hacer sencillo lo difícil. En realidad mucho nos
tememos que este ángel negro sureño e inmortal debe el secreto de su
eterna juventud al brioso elixir del funk, que lo ha mantenido fresco
como una lechuga desde los febriles y lisérgicos sesenta hasta nuestros
días mucho más mediocres y decadentes musicalmente hablando.
El funk no ha muerto ni morirá nunca
porque es como un virus maravilloso que va mutando con el paso de las
décadas, y ya van seis. La coctelera prodigiosa del funk sigue
trabajando a pleno rendimiento y Maceo Parker sabe cómo agitarla con esa
mezcla dionisíaca de jazz, soul, mambo y ritmos latinos, con un estilo
duro, metálico y contundente que siempre funciona por mucho que pase el
tiempo. Por si fuera poco, el maestro del saxo cuenta con una banda
grande de factura impecable y talento desbordante, todos ellos músicos
veteranos y bragados –trombón, guitarra eléctrica, órgano, bajo y
batería– más una acompañante femenina con una voz aterciopeladamente
desgarrada a la altura de la mismísima Sarah Vaughan. Si tal como dicen
el término funk proviene de una ancestral palabra africana que significa "olor corporal fuerte", es decir, lo fundamental, lo auténtico, el
rastro de la música más terrenal y primigenia quedará por mucho tiempo
flotando en Gijón tras el paso del huracán Parker. Larga vida al funk,
habría que decir tras asistir a la clase magistral de uno de sus
pioneros y patriarcas fundadores. Larga vida a Maceo Parker.
Foto: Carmen Fernández
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