(Publicado en Revista Gurb el 10 de abril de 2018)
Saber es poder, decía Comte. Lo mismo
debió pensar Gallardón cuando montó la Universidad Rey Juan Carlos, ese
tinglado para supuestas elites (también listillos y futuros licenciados
del hampa) donde se regalaban las titulaciones por la face.
Solo que tras el escándalo Cifuentes el tinglado ha quedado al
descubierto y ahora se entiende mucho mejor por qué quienes nos
gobernaban eran como eran. Se entiende el pobre nivel político, moral y
hasta humano de aquellos que tras pasar por las aulas de la URJC y otras
similares nos han estado dirigiendo durante tantos años. Se entiende
que muchos de esos personajes que forman la supuesta crème de la crème
política del país no sepan hilar un discurso con dos frases seguidas sin
darle una patada al diccionario y sobre todo se entienden esos
pensamientos filosóficos sublimes como perlas caribeñas que a veces
destila nuestro conspicuo presidente, Mariano Rajoy, como aquella
sentencia gloriosa que quedará para los restos: "un plato es un plato y
un vaso es un vaso". Ahora que se han descubierto los chanchullos
perpetrados en la Rey Juan Carlos, los enchufes trifásicos, la
compraventa de títulos, el rastrillo de los másteres, las conspiraciones
de catedráticos, las prevaricaciones de funcionarios y las falsedades
de documentos, podemos entender al fin por qué estamos en manos de quien
estamos, de gente iletrada y sin escrúpulos, de personajes indignos que
no tienen ni puta idea de nada porque les dieron el título solo con
presentar el carné del partido en la ventanilla.
A lo largo de estos lustros de Gobierno
mariano, los más tristes y decadentes en cuarenta años de democracia, en
no pocas ocasiones el ciudadano de a pie se ha preguntado atónito y
asombrado: ¿pero cómo puede ser que quienes nos dirigen sean tan idiotas
y zafios, tan cortos de entendederas, tan torpes, zoquetes y lerdos? El
escándalo del máster de Cifuentes nos ha dado la respuesta. La causa,
el origen del mal, estaba en esa universidad del PP que no enseñaba nada
bueno y de la que han mamado nuestros futuros gobernantes en sus años
mozos. Los Bárcenas, Rato, Granados, González y otros sospechosos
habituales de la crónica negra española absorbían lo peor de la
condición humana en esos campus para ricos inmorales, en esos másteres
de la mentira donde no se enseñaba ni el bello idealismo de Platón, ni
el humanismo generoso de Erasmo, ni el profundo existencialismo de
Jean-Paul Sartre –todas esas primordiales lecciones que cualquier
persona debería aprender para no convertirse en un bellaco depravado–,
sino cosas mucho menos nobles e importantes. Por lo visto allí, en la
universidad pepera, coto privado of course, lo que aprendían las
juventudes del Lacoste, o sea las mal llamadas elites económicas y
sociales, era todo lo malo y abyecto del mundo, el álgebra del dinero
sucio, la ley del más trepa, la física del enchufado y la química
orgánica que prolifera entre el arribista y el poder. Sí, después de
tantas legislaturas llenas de mentiras, después de tantos escándalos, lo
hemos comprendido al fin. La corrupción se enseñaba universitariamente,
académicamente, en horario lectivo de ocho a dos, entre la asignatura
de amaños y la de sobornos impartida por el catedrático que antes había
sido gobernador civil o tesorero del partido o director general de algo.
Allí, en el campus frívolo del PP, no se enseñaba la nueva teoría
cuántica de cuerdas, ni los nuevos avances en Medicina o ingeniería
genética, sino que se enseñaba cómo montárselo uno a tope, cómo llegar a
las Cortes Generales sin pegar ni chapa y la arquitectura de la puerta
giratoria hacia el Íbex 35. Todas esas nuevas generaciones de mentes
preclaras y deslumbrantes, todas esas hornadas de eminentes políticos
que han dirigido los destinos de España, lo más granado, la hostia y la
rehostia de la política y el pensamiento en tiempos de la posverdad, han
salido de estas universidades privatizadas por el poder donde en
realidad se aleccionaba sobre la nueva teoría sociológica del pillaje,
los principios estratégicos del pelotazo y el paraíso fiscal, el manual
rápido de autoayuda en cien palabras sobre cómo medrar, colocarse bien,
robar lo que se pueda y llegar a la cima del éxito lo antes posible y
por el camino más corto. O sea, la carrera superior con atajos para el
caradura titulado, el pícaro sobresaliente y el tramposo cum laude. Lo
del verdadero talento, el sacrifico, la honradez y el esfuerzo abnegado
en el trabajo quedaban para la ruinosa universidad pública siempre
infestada de losers y proletas.
Lo de Cristina Cifuentes ha sido
bochornoso, esperpéntico, pero ahora al menos sabemos cuál era la causa
de tanta corrupción y mediocridad: las fatales enseñanzas de la Rey Juan
Carlos, las clases de Código Penal urgente para futuros inquilinos de
Soto del Real, el paridero de impostores, zoquetes y necios donde ya no
enseñaban a Aristóteles o a Descartes, ni siquiera las cuatro reglas de
toda la vida, sino cómo llevárselo entero.
Ahora que ya sabemos que la asignatura
principal de la URJC era cómo triunfar a cualquier precio y a toda
costa, incluso pisando cabezas o falsificando expedientes oficiales,
podemos entender las últimas grandes tesis doctorales y tratados que nos
han ido dejando los prebostes del PP sobre fisiología humana (El matrimonio homosexual: unión entre una manzana y una pera, de la eminente profesora Ana Botella); sobre macroeconomía (El finiquito diferido y otros contratos ilegales más o menos tolerados, de la afamada doctora Loli Cospedal); y sobre inglés de Oxford avanzado (It’s very difficult todo esto,
a cargo del mundialmente conocido traductor de spanglish don Mariano
Rajoy Brey). Hoy, sin ir más lejos, Jiménez Losantos, otro de la elite,
nos ha dejado una nueva clase magistral con el sello genuino de la URJC
al asegurar que el juez alemán de Schlewig-Holstein no concede la
entrega de Puigdemont porque ve a los españoles como "gitanillos sin
despiojar de una raza inferior". ¿Habrá estudiado este también en la
Soborna española?
Viñeta: Iñaki y Frenchy
No hay comentarios:
Publicar un comentario