CUENTO DE NAVIDAD
Me dice una amiga que ella es un poco Mister Scrooge y que no tiene ningún espíritu navideño. No se lo reprocho. Nos pasa a muchos en mayor o menor medida. Cuando Dickens escribió su famoso Cuento de navidad, la humanidad aún tenía esperanza en un futuro mejor y las gentes seguían creyendo en valores eternos, platónicos, aunque un tipo bigotudo y sifilítico como Nietzsche estaba a punto de nacer para matar a Dios y jodernos la marrana todavía más. Hoy ya no creemos en nada que no sea una jugosa oferta de dos por uno en el Carreflús y en nuestro amado plasma 3-D que nos tiene enganchados como idiotas a la telegili y a los braguetazos de Amador Mohedano. Nos han robado la fe en la religión, en la política, en la Justicia, en la Agencia Tributaria y hasta en Leo Messi, lo cual parecía imposible. En algún momento de la existencia humana alguien nos dijo que era mejor abrir los ojos, dejarse de moñadas y zarandajas navideñas y vivir una existencia material, cínica y nihilista, que por lo visto era el buen camino para alcanzar la felicidad. Enterrar el idealismo, la moral, los valores, fue un craso error, y así como el avaro señor Scrooge terminó sus días horrorizado por los fantasmas de la Navidad y llorando ante su propia tumba, así el ser humano va camino de arruinar lo poco de bueno y noble que hay en él. No se trata de ponerse en plan cursi a estas horas de la noche y de hacer un elogio infumable en defensa de la Navidad (una fiesta que por otra parte ha quedado para ganancia de El Corte Inglés, eso ya lo sabemos todos) y mucho menos después de escuchar que a la mujer del presidente de Madrid la han imputado por trincotrilar en áticos marbellíes y de que la Espe, verso más suelto que nunca, le haya susurrado al juez que Rajoy estaba al tanto de los pelotazos de los peces gordomadriles de la Gurtel. Pero es que España entera está llena de señores Scrooges vendidos a ese materialismo infecto que nos prometía la justicia y la libertad y que no produce más que familias rebuscando en la basura, enfermos y jubilatas que se calientan con la hoguera gitana, parados de eterna duración y fariseismo desbocado y neoliberal a calzón quitado. Hoy el señor Scrooge es el señor Blesa remojándose con champán en su mansión victoriana mientras el juez Elpidio, que quería emplumarlo justa y honradamente, ha perdido su trabajo. Hoy el señor Scrooge es ese Bárcenas que ofrece a la Justicia más páginas del serial pepero a cambio de que le deje volver a casa por Navidad, como aquel plasta del turrón. Hoy el señor Scrooge es también Jaume Matas, que espera ansioso su regalo de reyes infame en forma de indulto. Seguramente, todos estos Scrooges de la vida han olvidado ya las cosas cursis de la infancia navideña; el aroma sabroso y caliente del honrado pavo trinchado por madres alegres gordas de bondad y generosidad; aquel primer juguete barato que le dio el gozo y la felicidad absoluta, como ocurría con el trineo Rosebud orsoniano; el primer beso inocente bajo la nieve de la chica de los guantes rojos y los ojos llenos de amor. Todos sabemos que el mundo nació de una explosión sideral, que el hombre viene del mono o al revés y que han descubierto una partícula primigenia que confiere masa a la materia. Los cuentos navideños cosmogónicos a la luz de la lumbre han quedado como viejos fósiles del pasado. Pero nunca perdamos de vista que vivimos en un mundo de magia, que la realidad no existe si no es a través de nuestra mente, que nadie ha estado al otro lado para saber si hay algo más y que la ciencia se equivoca una y otra vez. Que todo, hasta el sueño más descabellado, es posible en este Universo extraño y fascinante. Es cierto, odio la Navidad falsa, hipócrita, consumista, pero amo la idea utópica de la Navidad. Sé que todo es un cuento chino que nos han ido contando, monolíticamente, sin enmiendas, de generación en generación. Pero nos guste o no, esta mentira dulce y cruel que es la Navidad, este mensaje de paz, bondad y solidaridad entre las personas y los pueblos es lo único que nos diferencia de los señores Scrooge que van por ahí arruinando la vida al personal. La Navidad nos hace hombres y mujeres de verdad. Nos diferencia de las bestias y las alimañas del dinero. Así que esta noche pondré el mismo disco de villancicos de Sinatra de cada año, veré Qué bello es vivir como cada año y brindaré tontamente, absurdamente, por los buenos sentimientos, como cada año. Ésa será mi peineta sana hacia los señores Scrooge que dirigen los destinos de la Tierra. Feliz Navidad.
Imagen: masalladelcine.blogspot.com
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