miércoles, 11 de diciembre de 2013

MARIANO, EL PELELE


Por mucho que miro y analizo la imagen de nuestro presidente echándonos el sermón de la montaña por el día de la Constitución es que no me lo termino de creer. No puede ser, me digo a mí mismo una y otra vez, no puede ser. Pero sí. Es. Ésa mirada desvaída de lunático ermitaño salido del desierto después de años de ayunos e insolaciones es tan real como la vida misma. Ésa mirada de drogota fumado después de una noche loca de jarana es tan auténtica que produce espasmo y escalofrío. Ésa mirada de testigo enmudecido después de haberse topado con un fantasma de los de Íker Jiménez es tan verídica que infunde tanto estupor como tristeza. No es que tuviéramos en muy alta estima a nuestro líder político de la derecha patria, la verdad. Pero es que después de esto, después de este esperpento de retransmisión televisiva que parece ideada por el mismísimo Rubalcaba para hundimiento del jefe del Ejecutivo, hay un antes y un después. El ciudadano jamás podrá olvidar la cara extraviada del marciano que parecía recién aterrizado en la Moncloa, el rostro impenetrable de un presidente trémulo leyendo de pe a pa un discurso en el que ni siquiera creía ya. Los ojos desconfiados de carterista que esconde algo, la cara desencajada como de querer salir de allí cuanto antes, la boca de absurdo guiñol abriéndose y cerrándose sin ningún fuste. ¿Pero quién movía los hilos de ese muñeco prefabricado? ¿Quién era el ventrílocuo metido en el cuerpo del espantajo Mariano, quién era el demiurgo en la sombra que hablaba por su boca insensata? ¿Aznar, la Merkel, José Luis Moreno, Mari Carmen y sus muñecos? No queremos hacer sangre de un pobre hombre que parecía recién salido del frenopático. Todo el mundo tiene un mal día (y Mariano más de uno). Pero es que ya nunca más podremos verle como el presidente del Gobierno de un país serio y avanzado (a decir verdad, nunca lo hicimos). Ya siempre lo veremos más bien como a Doña Rogelia, como a Monchito, como a Rockefeller el Cuervo. Bien mirado, quizá el presidente del Gobierno no sea más que eso, un engendro de trapo formado por otros cuerpos, una mezcla de esos tres personajes teledirigidos: la vieja desmolada que cuenta cuentos y mentiras en las que nadie cree; el cuervo mensajero de noticias funestas (por lo general recortes y más recortes para el pobre asalariado); el rockefeller que mueve sobres y pasta a mogollón y que ha disparado un 10 por ciento el número de ricos en España; el monchito pijo y bobalicón con mejillas sonrosadas de flipadillo. Ya sabíamos que Mariano era el rey plasta del plasma. Ahora sabemos también que es el rey del teleprompter. Aferrado a la pantalla como a un clavo ardiendo, perdiendo el culo para no salirse del renglón, mirando hacia ninguna parte en lugar de mirar a los ojos del pueblo, Mariano ha dado un triste espectáculo. Siempre fue un chico aplicado que nunca se ha salido del guión escrito por negros más listos que él. Encadenado al guión trazado por los mercados, al guión de Bruselas, al guión de la banca, de la patronal y la Iglesia. Si no, ¿de qué iba a llegar un hombre gris como él a registrador de la propiedad? Pero un país como España no necesita un funcionario que pía lo que otros pájaros le dan por escrito. Un país como éste, hundido en la miseria, zozobrado en la desesperanza, necesita un líder fuerte e inteligente, un político brillante y valiente sin miedo a improvisar buenas ideas, un Franklin Delano Roosevelt que nos saque del crack cuanto antes. Miro a los ojos desnortados de este hombre y no veo a un hombre. Veo a un muñecón, a un fantoche. A un pelele.

Imagen: Un buen amigo.

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