(Publicado en Diario16 el 27 de noviembre de 2021)
El alcalde de Madrid, Martínez-Almeida, ha declarado la guerra sin cuartel a las simpáticas cotorras. El Ayuntamiento cree que estas pequeñas y coloridas aves provocan “un efecto muy negativo sobre la diversidad” y no se le ha ocurrido nada mejor que acabar con los pajaritos a perdigonazo limpio. Mucho cuidado a partir de ahora con los apacibles y recoletos jardines de Madrid, porque en cualquier momento sale un cazador con carabina de detrás de un seto y convierte un parque lleno de niños en un Puerto Hurraco de las aves o en una violenta batida que ni La caza de Carlos Saura.
En España las cosas siempre se han arreglado así, a tiro limpio, y ahora que llega la extrema derecha con su violenta propuesta para liberalizar el mercado de armas mucho más. Seguramente había otras posibles soluciones menos sangrientas y macabras para encarar el problema de la superpoblación de cotorras. Pero eso sería tanto como hacer las cosas por la vía civilizada, a la manera europea, y esa forma de entender la política no casa con nuestra derechona asilvestrada, taurina y trabucaire. Si no respetan la vida de un toro, un animal inteligente, noble y hermoso, cómo van a perdonarle la vida a una inofensiva cotorrilla que no vale nada. Balazo al canto y pardal que vuela a la cazuela. O como ha dicho el propio alcalde: “Si soy un salvaje por proteger a los madrileños, seré un salvaje”. Hace falta ser bruto.
En realidad, no debemos extrañarnos de la indiferencia que este hombre muestra hacia los animales. Estamos hablando de un político que llegó al poder municipal diciendo que prefería salvar la catedral de Notre Dame antes que el Amazonas (gran reserva biológica del planeta) y denunciando que el plan Madrid Central de Manuela Carmena para reducir la contaminación le parecía cosa de comunistas y ecologetas trasnochados. ¿Qué se podía esperar de alguien así? ¿Qué podíamos esperar de un alcalde sin la más mínima sensibilidad por la naturaleza? Pues esto mismo, que la emprendiera a tiros con un pájaro encantador que además dice las verdades del barquero.
Cualquiera que haya tenido una cotorra o un periquito alguna vez se habrá sorprendido con la inteligencia y la simpatía de estas chismosas del aire capaces de imitar los sonidos del habla humana. Quizás sea eso lo que preocupa a Martínez Almeida, que a las cotorras les dé por hablar, que le den al pico y a la mui, que ellas que lo ven todo desde arriba larguen lo que está pasando fuera de cámara en el PP de Madrid. Si una de estas emplumadas exóticas pía, hay un terremoto político en las derechas españolas. Si una cotorra le va a Ayuso con el cante de algo que, cinco minutos antes, ha dicho el alcalde sobre ella, se rompe en dos el partido. Imaginemos la que se puede formar si la presidenta madrileña extiende la mano en el balcón de su castillo en Puerta del Sol y una cotorra se posa suavemente en su dedo índice para replicar lo que va diciendo de ella su máximo rival político. “Ayuso traidora, Ayuso traidora”. Arde Génova.
Está claro que en Madrid había demasiados testigos alados, demasiadas cotillas verdosas poniendo el oído por ahí (y ahora no nos estamos refiriendo a Rocío Monasterio). Había que liquidar a las pobres cotorras, trovadoras del aire que no hacen otra cosa que contar lo que escuchan, parlar alegremente y decirle a los humanos la verdad pura y dura, descarnada, sin excusas ni retóricas políticas. La cotorra, una mascota a la que han colgado el cartel de invasora sin tener la culpa de nada (fue la estupidez y el capricho del hombre la que la desplazó de su hábitat), no es más que el símbolo perfecto de la desquiciada globalización y de una época decadente dominada por el depredador sapiens, dueño y señor de la Tierra que está acabando con los animales bien de calor, por el calentamiento climático, o a sangriento escopetazo.
Decía Dostoievski: “Sed alegres como los niños, como los pájaros del cielo”. Definitivamente, tras esta lluvia de pájaros abatidos, Madrid es hoy una ciudad más triste, más sórdida, más fea. La ciudad de los pájaros muertos. Decir que Almeida es el Hitler de las cotorras sería excesivo y no estamos para hipérboles literarias, que luego nos critican los analistas sesudos de la izquierda. Pero la noticia de la masacre es tan horrible que ya traspasa fronteras. Los ecos de las escopetas y las matanzas del alcalde matarife llegarán al mundo civilizado y sensible con los derechos de los animales, a París, a Berlín, a Londres y Nueva York. Las redes sociales del influyente lobby animalista iniciarán una campaña contra el Auschwitz madrileño de la cotorra. E Instagram se llenará de fotografías de avecillas despanzurradas, patas arriba, fritas y acribilladas a balazos. Una barbarie, una salvajada, un genocidio cotorril. El mundo se espeluznará ante esos salvajes españoles que convierten sus ciudades en cotos de caza franquistas y hasta Brigitte Bardot, gran madrina de los animales, y la indomable Greta Thunberg tomarán cartas en el asunto.
“Mira los cadáveres, les están pegando tiros”, grita una vecina horrorizada mientras persigue a los cazadores que se tapan la cara huyendo tras el cotorricidio. El alcalde aún no sabe dónde se ha metido. Ya lo pintan como un siniestro taxidermista, el Norman Bates de las cotorras. Por Hitchcock sabemos cómo los pájaros se revuelven contra el hombre arrogante que no respeta las leyes de la vida. Martínez-Almeida no debería gestionar este asunto a la ligera o puede convertirse en el cazador cazado. ¿La habrá tomado con la cotorra porque le recuerda a Ayuso?
Viñeta: Pedro Parrilla
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