sábado, 10 de agosto de 2013
EL DIEZ POR CIENTO
A los vejetes opulentos del FMI se les ha ocurrido que aún pueden reducir un diez por ciento nuestro ya de por sí miserable sueldo (el que tenga la fortuna de catarlo, claro). Es lo que tiene el verano, que hay mucho tiempo libre y a las cabezas locas les da por pensar. Resulta evidente que ese diez por ciento no supone nada para los jerarcas del FMI que retozan en el paraíso terrenal y significa media vida para los pobres mortales que transitamos por el valle de las lágrimas. Para los capataces de la economía mundial, un diez por ciento es apenas una comisión sucia de cualquier negocio sucio, una mordida habitual y rutinaria, un unte tonto que llega a sus cuentas corrientes, a diario, desde cualquier lugar del mundo. Yo no sé qué haría con ese diez por ciento de los ingresos de un fulano del FMI, la verdad. Comprarme una isla, como Marlon Brando, comprar Gibraltar para hacerle la peineta barceniana a los llanitos (con calvo incluido) desde el otro lado de la verja. Quién sabe. Un diez por ciento de mucho es un río de oro mientras un diez por ciento de nada es un río de miseria. El diez por ciento de los emolumentos de cualquier menda detestable del Fondo Monetario Internacional es lo que vale el ancla de su yate (y ni eso) lo que cuesta la rueda de repuesto de la limusina diamantina que siempre conduce Fermín (son tan cortos de materia gris que no les da ni para el carné de conducir) lo que vale una pezuña del pobre pura sangre olvidado en el establo. Ese diez por ciento despreciado y desechado por la biuti del FMI no supone nada para ellos porque es apenas la alfombra del casoplón versallesco, la escobilla del váter de oro, la cubertería de plata con la que se hacen el sorbete de sangre de obrero a la hora del té. Cuanta mayor la riqueza, más espesa la suciedad, decía Galbraith. Quieren reducirnos el jornal un diez por ciento porque para ellos la calderilla no es nada, porque no entienden que con la calderilla viven toda una vida muchos niños africanos, porque ven al hombre como simple calderilla para sus calderas, como carbón humano para sus multinacionales voraces. El diez por ciento del sueldo de un jeta del FMI es lo que vale la tinta de la estilográfica asesina con la que firma las injusticias del mundo, el hilo de oro de su pañuelo impregnado en la dulce lavanda de la codicia, el tapón de corcho millonario del champán con el que llena sus piscinas babilónicas, el daiquiri antes de la mamada con la puta del sábado (el domingo toca otra distinta, hala venga, que no nos falte de ná). Son travelos de la economía que por la mañana se disfrazan de empresarios serios y formales y mueven las 300 empresas que controlan el mundo y por la tarde se ponen el disfraz de hipócrita oficial del FMI o de la CEOE, me da igual, para robarnos un diez por ciento de felicidad, un diez por ciento de vida, toma misil por retambufa, toma pollazo malo sin látex, rojo cabrón. Ellos, las dinastías del dólar, los ricos riquísimos, las estirpes heráldicas de esta Europa que es un tocomocho a lo bestia, se pasan nuestro diez por ciento esencial para sobrevivir por el arco de triunfo. Por mucho que se pongan en plan economistas sesudos con sus recetillas neoliberales, todos sabemos que Chantal Hughes y su horda de vándalos trajeados están aquí, en el mundo, para arrasarlo todo, para forrarse, para vivir la dolce vita y para darle vara al proletariat. Con estos cuatreros del Fondo ya hemos tocado fondo. Nos irán bajando de diez en diez hasta reducir nuestra dignidad a cero. Uno no quiere porque ya va para mayor, pero es que a uno le hacen marxista a la fuerza.
Imagen: lacomunidad.elpais.com
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