EL ÁNGEL PELIGROSO
Ha bajado del coche oficial como una star system fresca, bella y engalanada en un modelazo blanco y negro de impresionar. Ha descendido del carruaje luciendo palmito y dejando el style jueza Alaya a la altura del betún. Ha atravesado los fogonazos de la pasarela judicial, entre improperios y vítores, toda digna, tranquila, confiada. Ha caminado vaporosa, cabello sedoso al viento, hacia los albañales sombríos de la Audiencia Nacional. Y hasta se ha permitido girar la cabeza levemente, sutilmente, en el último momento, como una Ana Bolena manchega a punto de entrar en la torre injusta, para que los fotógrafos pudieran captar ese fugaz gesto de complicidad con la Historia, esa estudiada sonrisa Hollywood de seductora profesional, ese leve movimiento de barbilla Barbie que tan buenos réditos políticos le ha dado en la Era Rajoy. Pero al final, una vez pasada toda la parafernalia mediática, una vez que se encontraba en la silla solitaria y fría ante el juez Ruz, Cospedal, Lola, la Cospe, se ha agrietado y le ha echado la culpa de todo al del piso de arriba, al del puro, al jefe. Qué decepción. No nos esperábamos ese largue de Loli, ella que iba para dama de hierro a la toledana. Ella que parecía la inflexible capataz destinada a poner firmes a los piratas genoveses. Pero lamentablemente no, no ha soportado la tensión, no ha aguantado el póquer a cara de perro con el juez Ruz. Se ha rilado, se ha jiñado, se ha hecho del cuerpo. Ruz ha tenido el jaque a la dama en sus manos, pero cuentan las crónicas que el magistrado se ha ablandado en el último momento y ha dejado volar a la pajarita. Dicen los filtradores que estaban en la sala que el juez se ha quedado corto en el interrogatorio, que no ha rascado bastante en los doscientos miles que fueron a parar a un lugar de la Mancha de cuyo nombre la Cospe no quiere acordarse. Pero a un juez solo lo juzga otro juez. A nosotros, por nuestra parte, lo que de verdad nos interesa es que la chica Telva del PP le ha pasado la patata caliente del tesorero trincón a Rajoy, y por ende a Arenas, cuando nadie se lo esperaba. Para ellos el mochuelo, para ellos el marrón, para ellos el muerto. De un tiempo a esta parte, el PP se ha convertido en una gran morgue donde los unos se van tirando muertos a los otros. Uno, cuando ha visto desfilar a la Cospe con ese modelito blanquinegro entalladito a la última, cuando ha visto su forma chic de moverse, ha sospechado que más que ante una política de porte, más que ante una estadista que se enfrentaba a su hora crucial, estábamos ante una nena con carrera que hizo buena boda con un banquero serio, situado, gris (cuanto más gris mejor, nada de jipis ni roqueros, que los jovencitos los carga el diablo y no llevan a nada en la vida, hija mía). Ha sido una gran frustración comprobar que la Cospe no ha dado la talla, uno esperaba algo más, no un simple cante con la boca pequeña para echarle la mierda al del despacho de arriba. Pero en cierto modo era lo lógico, qué se podía esperar de una señora que vive apaciblemente en su chaletorro de 600 metros cuadrados (sin contar las añadas y las tierras). Qué podía esperarse de una niña pija pijísima de la Mancha que no se mancha. Ella no emponzoña sus finos dedos manicurados con el sucio estiércol de las comisiones porque es la señora "no me consta", no me consta esto, no me consta lo otro, no me consta habérmelo llevado crudo, qué memoria más mala tiene una, habrá que tomar el Ginseng ése. Fueron los otros (no los fantasmas de Amenábar, aunque alguno hay por Génova), sino los superiores, ellos, sus jefes directos y diabólicos que la liaron, los Rajoy y los Arenas, sí, ellos fueron quienes quisieron pactar y taparle la boca a Bárcenas con una porrada de millones para que no piara en el trullo. Qué bajón comprobar que la Cospe se ha rilado ante el juez, al que ha jurado y perjurado que no sabía nada de tesoros, tesorazos y tesoreros, porque ella era solo la sonrisa inocente y lolita del partido, la sonrisa Nicole Kidman que no hacía política. Lo suyo era hacer teatro, puro teatro, mirar a cámara y seducir, seducir con esa carita de ángel peligroso. Ella era Stanislavski a tope, cara y dientes dientes, pantalla, mucha pantalla, pero a ella que la registren, que la dejen en paz ya, que ella es superinocente, que se lo ha dicho al juez Ruz (qué pesado el juez Ruz) que ya le digo que fueron ellos, señor magistrado, Marianito y Javierazo, ellos lo pactaron todo con Bárcenas, la cuentas en Suiza, el finiquito, el contrato diferido o simulado o lo que demonios fuera aquello (en mala hora salí yo a dar la cara por aquel embrollo que ni yo misma entendía, debe pensar ahora, la pobre). En fin, que se dejó arrastrar y la llevó la corriente, como en la canción. Uno, cuando ha visto a la Cospe salir del teatro de la Audiencia, tras su última actuación, ya sabía que aquella mujer no era una secretaria general de partido dura y encajadora, ni una líder fuerte y curtida con empaque destinada a grandes empresas, ni una política de talla nacional. Uno solo ha visto una sonrisa desdibujada, forzada, nublosa. Iba para Thatcher a la española y se ha quedado en niñita trémula y acojonadita. La culpa es del jefe, que me lió, le ha dicho al juez Ruz. Qué decepción.
Imagen: lavanguardia.es
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