viernes, 30 de agosto de 2013

TAMBORES EN SIRIA


Ya estuve en Afganistán como corresponsal de guerra y no pienso ir a Siria. Que no, negativo, rien de rien. Ni a tiros me llevan a la guerra, nunca mejor dicho. Ya tuve bastante en Kabul: riadas de niños harapo vagando por los caminos; gente hurgando en carne putrefacta comida por las moscas; familias enteras hacinadas en casas de adobe, si es que se podía llamar casas a aquellos antros sin luz ni agua potable. Miseria, hambre, desolación. Lo más parecido a un infierno en la Tierra, eso es la guerra. Lo malo de una guerra es que vista una, vistas todas. La guerra no sorprende nunca, es pura rutina engrasada, una maquinaria mecánica y macabra de triturar cuerpos humanos. Cambian las excusas para ir a la guerra, los fanáticos listillos que las organizan, las soflamas, las banderas y los himnos. Pero el final siempre es el mismo: más muertos, más mutilados, más dolor y destrucción, más odio entre hermanos. Cada generación tiene su propia guerra: a nuestros abuelos les tocó vivir la guerra civil, a nuestros padres la guerra fría, a nosotros nos ha caído en desgracia la guerra contra el terrorismo internacional del siglo XXI, esa entelequia invisible que se inventó el zumbadillo de Bush para recortarnos las libertades y de paso la cartera (después de una gran guerra siempre hay una crisis económica galopante, no lo olvidemos). Esta nueva guerra, esta nueva película bélica que dará héroes de Hollywood y soldaditos Ryan, huele a más de lo mismo, a más desierto petrolífero, a más Irak. Los yanquis denuncian las armas de destrucción masiva y los niños gaseados con armas químicas, qué buenos son los yanquis, americanos os recibimos con alegría, Obama, Obama en el cielo. Pero detrás de ese argumento pueril made in USA, detrás de los adulterados y pervertidos principios de libertad y justicia, detrás de ese relato falaz que nadie en el mundo cree a estas alturas, ya sabemos lo que hay: la industria de la guerra, el negocio infame de la guerra, los generalotes del Pentágono frotándose las garras y la CIA conspirando a tope. Y sobre todo más control geoestratégico, más poder de influencia en la zona, el expolio de los recursos naturales, la explotación territorial, el colonialismo a calzón quitado. Miremos hacia atrás y obtendremos las respuestas acertadas, queridos amigos: ¿Qué ha sido de los pobres afganos? No nadan en la abundancia precisamente. ¿Qué fue de los sufridos iraquíes? Siguen comiendo el cocido de barro que dejaron tras de sí las botas de los marines. Sólo han ganado en fundamentalismo religioso y en crueles atentados en la cola del pan. ¿Y qué fue de aquellas palabras grandilocuentes sobre la democracia, de aquellos dólares salvadores para la reconstrucción, de aquellas promesas de un futuro mejor para tantos millones de personas? Nunca más se supo. Si Sudamérica ha sido el patio trasero de los norteamericanos, Oriente Medio es el cubo de la basura. La guerra solo sirve para volver estúpido al vencedor y rencoroso al vencido, decía Nietzsche. Hasta Obama parece tonto hablando de ir a la guerra. Ya se parece a aquel Rufus T. Firefly que andaba desquiciado de un lado para otro, con el puro en la boca, en Sopa de ganso. Es cierto que la represión de Al Asad es tan execrable como vomitiva. Pero no hay que engañarse: las bombas nunca germinan en la paz. Solo conseguiremos incrementar el número de muertos, sobre todo viejos, mujeres y niños. El problema sirio debería resolverlo la ONU y si la ONU no sirve más nos valdría cerrarla por descanso del personal. Suenan los tambores de guerra. El dólar proclama la enésima cruzada. Los aliados ya la han liado; China y Rusia miedo me dan. Menos mal que ya no está el torpe de Ansar malmetiendo por ahí. 

Imagen: eluniversal.com

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