Cada miércoles, sin falta, hay velada de boxeo en el Congreso de los Diputados. Las sesiones de control se han convertido en animadas jornadas pugilísticas donde Gobierno y oposición intercambian una serie de golpes, aunque se habla poco de propuestas concretas para terminar de acabar con la pandemia. En ocasiones los combates se convierten en sucias peleas sobre el barro donde quienes más ganan son las derechas, PP y Vox, ya que su estrategia consiste en destruir en lugar de aportar crítica constructiva, que es lo que tocaría en un momento de emergencia nacional. El gran drama de España es que su sistema democrático se ha degradado hasta límites alarmantes en los últimos años. La Justicia se ha convertido en un circo en manos de los políticos, el modelo territorial se ha hundido estrepitosamente (el problema de Cataluña se aparca sin fecha como un coche averiado) y, para colmo de males, en el peor momento estalla el escándalo de los maletines, las comisiones en el desierto saudí y las cuentas suizas que desde hace años persigue al ex jefe del Estado, el rey emérito Juan Carlos I.
En ese caldo de cultivo en el que los grandes tumores del país siguen creciendo sin que a nadie parezca importarle, sin que nadie ponga encima de la mesa las grandes reformas que necesita el Estado para evitar su hundimiento definitivo, los temas que se debaten en el Congreso siguen estando muy alejados de los problemas e intereses reales de los ciudadanos. PP y Vox han convertido la Cámara Baja en una sauna caliente de alta presión donde el humo lo invade todo, donde la verborrea ha sustituido a la política y donde el ruido impide pensar con claridad. En ese escenario por momentos surrealista, las derechas van sacando de la chistera los asuntos del pasado que parecían enterrados y que resucitan para reavivar la crispación y el odio. Así, un día el gran debate se centra en el duque de Ahumada y su desobediencia al general Narváez (un hecho que ocurrió en la noche de los tiempos); al siguiente reaparece el fantasma de Roldán y la guerra sucia de los GAL; y casi todos los días se alude, indefectiblemente, a la maldita Guerra Civil, un capítulo negro de nuestra historia que jamás debería ser rescatado como arma política arrojadiza. Así las cosas, el duelo dialéctico entre Millán-Astray y Unamuno ocurrido el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca parece más actual que la pandemia de coronavirus. En ese peligroso déjà vu, en ese momento onírico-histórico en que se ha instalado la política española (en buena medida porque Vox ha logrado colocar su agenda de asuntos ficticios) hoy tocaba ETA y el golpismo, un clásico recurrente de las últimas semanas en las Cortes, pese a que el terrorismo vasco ya no es un problema para este país desde hace años y el supuesto ruido de sables en los cuarteles parece más bien una leyenda urbana.
Macarena Olona, portavoz de Vox, ha proseguido con la caza de brujas contra el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, y le ha echado en cara que “sus mentiras no se sostienen”. Según Olona, el titular del departamento ha incurrido en un “cobarde silencio” tras la destitución del coronel Diego Pérez de los Cobos, el ex jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid cesado por el Gobierno a raíz de la filtración de informes del sumario del 8M, una causa general contra la manifestación feminista a la que PP y Vox tratan de criminalizar, sin dato científico alguno que lo avale, como origen y foco de la pandemia en España. Marlaska se ha defendido alegando que el cese está justificado porque la filtración de informes de la Benemérita a la prensa “va contra la presunción de inocencia y además es un delito”. Y en ese momento, Olona ha vuelto a impregnar el hemiciclo con el aroma de la infamia y la insidia. “Usted odia a la Guardia Civil. Diga lo que pasó hace veinte años en Bilbao”, le ha conminado la portavoz ultraderechista, insinuando que durante su etapa como juez alguien le dijo a Marlaska que “la lucha contra ETA era incompatible con la cobardía”.
El retorno a un pasado absurdo y yermo se había consumado una vez más. Minutos antes, la siempre excesiva portavoz del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, le había preguntado a la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, sobre sus últimas declaraciones contra los populares, a los que supuestamente acusa de participar en una “conspiración” de las derechas para derrocar al Gobierno en un golpe de Estado. Calvo ha intentado en vano que Álvarez no la subiera a empujones a la máquina del tiempo. “Tenemos un compromiso con la verdad”, ha objetado. Pero la mano derecha de Pablo Casado en el Congreso ha insistido en atribuir a la vicepresidenta una “vulgar operación de maquillaje” para alimentar el “guerracivilismo” y tapar su gestión de la pandemia “que ha costado miles de muertos”. “Su bulo ha sido desmentido por la ministra de Defensa al ratificar el compromiso del Ejército con la democracia; con sus insidias se degradan ustedes mismos; apartan al leal Pérez de los Cobos y rehabilitan al desleal Trapero”. Tras lo cual ha concluido alegando que “ustedes sí son golpistas”, a propósito de los pactos del Gobierno con el soberanismo catalán.
“El presidente constitucional está aquí y es quien nombra y quien cesa a los ministros”, ha rebatido Calvo, tras lo cual ha lanzado una sorprendente propuesta de diálogo: “Tómese un café conmigo con un par de horas por delante. Acéptelo”. En resumen, otra mañana perdida mientras el coronavirus sigue acechando y amenazando con un rebrote. Hoy mismo ha muerto otra persona contagiada.
Viñeta: Igepzio
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