(Publicado en Diario16 el 2 de junio de 2020)
Vox es la sucursal del “trumpismo” en España. Ambos movimientos políticos están en íntima y estrecha conexión, emplean las mismas técnicas de desinformación y propugnan las mismas ideas xenófobas, antifeministas y ultraliberales. No extraña por tanto que el partido de Santiago Abascal se haya alineado, desde el primer momento, con el peculiar presidente norteamericano en su intento de contener la revolución social que prende por los cuatro costados desde Los Ángeles a Nueva York. Hoy mismo el portavoz de Vox en el Congreso de los Diputados, Iván Espinosa de los Monteros, ha acusado a Unidas Podemos de “liderar y jalear” al movimiento antifascista norteamericano, los ya conocidos como “antifa”. Como tampoco sorprende que Vox haya apoyado el tuit incendiario y provocador de Donald Trump que ha desatado la oleada de disturbios y violencia en las calles: “Cuando empiezan los saqueos, empiezan los disparos”.
El programa político del partido ultraderechista español es un simple anexo del que está desarrollando al otro lado del Atlántico el líder republicano estadounidense: supremacismo blanco, negación del cambio climático y relativización de la pandemia, nacionalismo exacerbado, superioridad del macho, explotación de las clases asalariadas y mucho odio y mucha Biblia para tapar las vergüenzas de las injusticias sociales.
El neofalangismo español y el “trumpismo” populista yanqui se parecen como dos gotas de agua, pero quizá lo más peligroso de la ideología común que ambos comparten y practican sea el guerracivilismo cruento que promueven y el intento de aniquilación del rival político, de la izquierda en este caso. Los disturbios raciales que sacuden Estados Unidos a raíz del asesinato de George Floyd a manos de un policía −y que son sin duda un nuevo capítulo en la lucha secular de las clases y razas oprimidas contra las dominantes−, han dividido al país por la mitad. Si los españoles sufrimos desde hace siglos el mal de “las dos Españas”, sin duda en Estados Unidos habría que hablar de “las dos Américas”. Lo que parecía un imperio asentado en sólidos cimientos bajo la sombra omnipotente de la bandera de las barras y estrellas era en realidad un espejismo, un gigante con pies de barrio, y ahora comprobamos que el sueño americano era en realidad una pesadilla.
La contienda civil que estalló en 1861 entre los estados del norte (abolicionistas) y los del sur (esclavistas) se cerró en falso (no en vano el Congreso estadounidense nunca llegó a emitir una declaración oficial de guerra). Aquella matanza solo sirvió para levantar una estatua de Lincoln en Washington y para cambiar a los negros de sitio, llevándolos desde las plantaciones de algodón de Alabama o Georgia a los guetos del Bronx. Más allá de todo eso, el apartheid siguió funcionando durante décadas, los negros tenían prohibido sentarse junto a los blancos en los autobuses públicos y la lucha se fue perpetuando de Luther King a Rosa Parks, pasando por Malcolm X, Muhammad Ali y los panteras negras. La guerra civil siempre ha estado ahí, presente, silenciosa, callada, por mucho que el imperio montara una guerra exterior de cuando en cuando para tapar su propia guerra interior. Quien haya visto la magnífica serie The Wire comprenderá cómo el poder del dólar blanco convirtió a los negros en modernos esclavos, en este caso de la heroína y la coca, los nuevos campos de adormidera de los extrarradios urbanos.
Lo único que ha hecho el nefasto Trump tras acceder a la Casa Blanca ha sido quitarle el tapón a la válvula, reavivar el conflicto, tuitear odio sin complejos y en defensa de la raza rubia. Instigar la segregación y la discriminación racial, no sólo contra los negros afroamericanos sino con los inmigrantes, a quien el presidente suele culpabilizar de todos los males de la humanidad. La guerra civil, la yanqui y la hispana, retorna con fuerza, y si Vox pretende devolver la momia de Franco al panteón fascista del Valle de los Caídos, Trump es un nostálgico de los estados confederados y cualquier día saca el cuerpo del general Lee de su tumba en la Universidad de Virginia y lo entierra en los jardines de la Casa Blanca para tenerlo mas cerca. Franco es un icono para la extrema derecha española, al igual que Lee lo es para los que añoran los tiempos de la negra esclavitud. También en esto Vox y el “trumpismo” son movimientos calcados. Los neofalangistas ibéricos han maquillado la imagen del dictador gallego, de la misma manera que en los últimos años el imaginario colectivo fascista yanqui ha blanqueado la figura de Lee, a quien en un nuevo ejercicio de revisionismo histórico se ha tratado de presentar como un valiente que luchaba por preservar, no la esclavitud, sino unos supuestos ideales liberales y constitucionales.
En USA permanecen abiertos 718 monumentos confederados, es decir, símbolos del racismo y la opresión. De esta manera, parece lógico que estudiantes negros de todo el país mantengan una lucha permanente para que dejen de ondear las banderas confederadas en los campus universitarios sureños y para que el Gobierno proceda a la retirada de las estatuas ecuestres de los grandes aristócratas militares esclavistas. Probablemente, la histórica e inacabada guerra civil norteamericana que amenaza con tambalear el imperio no ha hecho más que entrar en una nueva fase de la escalada. Aquí, en España, Vox repite la fórmula, solo que cambiando a Lee por Franco, la Batalla de Gettysburg por la Batalla del Ebro y la bandera confederada por la rojigualda con el pollo.
Viñeta: Artsenal JH
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