(Publicado en Diario16 el 1 de julio de 2020)
La prensa de Madrid dice que el Gobierno y el PP “acercan posiciones”, lo cual no deja de ser una gran ironía teniendo en cuenta los tiempos de distanciamiento social por los que atravesamos. Todos dan por hecho que ha llegado el momento del deshielo, pero ese capítulo está aún por ver, ya que con Pablo Casado nadie sabe a qué atenerse. Como un día dice que es de centro y al siguiente pacta con la extrema derecha, con este hombre conviene andarse con precaución. Pero en todo caso, ese acercamiento de posiciones, de existir realmente, supone una gran victoria para el Gobierno y una claudicación para el Partido Popular, que ha puesto todos los medios para tratar de acorralar y derrocar al inquilino de Moncloa sin conseguirlo.
Desde que estalló el brote epidémico, Casado se ha dedicado a la bronca permanente, a sembrar la crispación, a poner palos en las ruedas y a darle patadas en la espinilla a Sánchez como si no hubiera un mañana. El líder popular creía que si le iba mal al Gobierno le iba bien a él, aunque ello supusiera dividir a un país que necesitaba unidad para superar el coronavirus. Tal estrategia endemoniadamente maquiavélica no podía funcionar de ninguna de las maneras, tal como demuestran las últimas encuestas. Sembrar España de vientos y tempestades políticas solo le ha reportado al PP unas decimillas de incremento en los sondeos, una pírrica victoria si tenemos en cuenta que nos encontramos ante el peor escenario que pueda imaginarse un Gobierno. Si en las escuelas de Ciencias Políticas se estudia cuál es la tormenta perfecta, la peor coyuntura para un gobernante, esa será sin duda la que está atravesando España. El Ejecutivo de coalición ha tenido que hacer frente a momentos muy duros, dramáticos, como aquellos días oscuros en los que miles de personas se contagiaban a diario y los muertos se contaban por centenares. Si a eso añadimos que la crisis económica desatada por la pandemia es la peor desde la Guerra Civil española y que la extrema derecha se ha dedicado a la agitación social, solo cabe concluir que cualquier político hubiera tirado los bártulos antes de salir corriendo.
Sin embargo, pese a que todo indicaba que Pedro Sánchez terminaría cayendo por la fragilidad de su Gobierno de coalición con Unidas Podemos, finalmente ha salido airoso recurriendo a su famoso manual de resistencia. Ya se sabe que Cela decía aquello de que en España quien resiste gana y en este caso se ha comprobado la cita. El líder del PSOE ha logrado doblegar la Hidra de Lerna con sus múltiples cabezas –la testa del virus asiático, la de Casado, la de Santiago Abascal, la del fantasma de la recesión, la de los xenófobos países europeos que niegan las ayudas a España, más alguna que otra que ha ido apareciendo durante la crisis– y ahora puede decirse que, de esta, el premier socialista sale más fuerte. Todo lo contrario que Pablo Casado. Si bien es cierto que en los primeros momentos el presidente del PP apoyó el estado de alarma decretado por el Gobierno central (no hacerlo hubiera supuesto un escándalo internacional, colocándose a la altura del bebedetergentes Donald Trump) cuando llegó la hora de votar a favor de las últimas prórrogas –esenciales según los médicos para contener la expansión del foco infeccioso– se cerró en banda en el “no” a todo y a partir de ahí ya no se pudo contar con él para nada. Entonces se dedicó a hacer retórica barata, a explotar al máximo el gran diccionario del insulto castellano y a fabricar montajes judiciales como el del 8M, que fue finalmente archivado por la jueza a la vista de que los informes de Pérez de los Cobos sobre la supuesta relación de causa-efecto entre la manifestación feminista y la expansión del coronavirus quedaban a la altura de los inventos y fórmulas del Profesor Bacterio, aquel disparatado personaje de los tebeos de Mortadelo y Filemón al que todos los experimentos le salían fatal. En ningún momento Casado arrimó el hombro, de ninguna manera contribuyó a que el país remara en el mismo sentido, y hasta los periódicos extranjeros le afearon su estrategia antipatriótica y fullera.
Finalmente, y a regañadientes, Casado va aceptando las tesis de la exministra Ana Pastor, que ha venido ofreciendo al Gobierno lo que ella llama “el Pacto Cajal” por la Sanidad pública. En realidad, el líder del PP es más de la dura Cayetana Álvarez de Toledo, pero ha tenido que comerse su aznarismo por alguna razón que se irá sabiendo con el tiempo. El acuerdo con los populares se firmará a cambio de que Sánchez reconozca que el Gobierno también ha cometido errores en la gestión de la pandemia, algo que el presidente del Gobierno ya ha confesado ante los medios de comunicación en los últimos días. Por tanto, el pacto puede darse por cerrado y Casado puede ir asumiendo que esta vez ha perdido.
Viñeta: Igepzio
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