(Publicado en Diario16 el 2 de julio de 2020)
Algunos han visto en la pandemia el momento perfecto para hacerse de oro. La farmacéutica Gilead Sciences, por ejemplo, que ha puesto precio al remdesivir –el primer fármaco autorizado y probado con éxito contra el virus covid-19– en la friolera de 2.000 euros (unos 350 por ampolla a multiplicar por cinco días de tratamiento). La cosa se pone todavía más fea desde el punto de vista de la ética y la deontología médica cuando nos enteramos de que el coste de fabricación de la sustancia ronda los 5 euros, de tal forma que el fabricante piensa sacarle un beneficio astronómico al hallazgo científico. Con millones de personas enfermando cada día en todo el mundo cabe suponer que el pelotazo sanitario está más que asegurado.
La especulación es tan vieja como el ser humano. Se sabe que en el tránsito al Neolítico, cuando la humanidad dejó de ser cazadora para convertirse en agricultora, ya había avispados que acumulaban granos en la despensa para especular con ellos en tiempos de malas cosechas. Y suele citarse como ejemplo paradigmático de especulación lo que ocurrió en la Holanda del siglo XVII, cuando se amasaron auténticas fortunas al calor de la fiebre de los tulipanes. Se dice que un simple bulbo de esa flor insignificante podía intercambiarse por un carruaje nuevo, dos caballos tordos y un arnés. Los holandeses siempre tan elitistas.
Por lo que respecta a España, aquí también tenemos una amarga experiencia de lo que es la especulación con los productos básicos para la vida y la subsistencia: la sufrimos en nuestras propias carnes en los años más negros del estraperlo franquista. Pero lo de las grandes farmacéuticas que pretenden llenarse los bolsillos con el dolor, la enfermedad y el sufrimiento va más allá de todo lo que hayamos visto. El nombre del remdesivir y de Gilead, esa farmacéutica con nombre de maquinilla de afeitar, quedará ligado para siempre al horror de la pandemia de 2020. Conforme pasen los años y miremos hacia atrás nos acordaremos de aquellos contrabandistas de la salud que quisieron lucrarse con la muerte y los recordaremos con desprecio y con tristeza. Gilead pasará a la historia universal de la infamia médica, al igual que todos esos piratas y timadores asiáticos que en lo peor de la crisis han intentado colarnos servilletas de papel haciéndolas pasar por sofisticadas mascarillas quirúrgicas, consumando así el gran tocomocho de la economía capitalista/comunista fundada por la China oriental.
El ministro Pedro Duque, que es un cosmonauta idealista y todavía cree en la bondad de la raza humana, opina que los dos mil pavos de vellón que Gilead pide por el tratamiento con remdesivir es solo el precio de salida y que a partir de ahí se irá negociando a la baja. Como si una pandemia fuese una puja, una partida de póker, unas rebajas de verano sanitarias con las que la multinacional pretende limpiar de alguna manera su mala imagen de pesetera, su bandolerismo y su burdo atraco a los pacientes. Seguramente Duque conseguirá un buen contrato al final, a fin de cuentas España figura en el mundo más o menos rico y avanzado. Pero cabe preguntarse qué ocurrirá cuando los Curro Jiménez con bata blanca bajen de las serranías farmacéuticas y desembarquen en África, o en América Latina, o en Asia, trabuco en mano y los maletines llenos de medicamentos milagrosos, pócimas caras, injusticias y estafas. Cabe preguntarse qué sucederá con todos esos millones de africanos que no podrán beneficiarse jamás ni de una miserable dosis del ansiado remdesivir porque no tienen cómo pagarlo.
Gilead garantiza que ha alcanzado acuerdos con productores de medicamentos genéricos para poder ofrecer el tratamiento a un precio más reducido en todo el mundo. Ahora solo falta que esos genéricos funcionen, que curen igual de eficazmente que el medicamento original y que sean algo más que un crecepelo para engañar al Tercer Mundo. La medicina no solo es una ciencia que se explota comercialmente, también es un derecho universal de todo ser humano con independencia de si vive en el país más poderoso o en el más pobre de la Tierra. Lamentablemente, una vez más el mundo opulento condena al mundo subdesarrollado a un nuevo genocidio silencioso, esta vez dándole la puntilla con un colonialismo farmacéutico. Con su agresiva estrategia mercantil, Gilead ha convertido la medicina en un Wall Street de abuso y especulación, un zoco de sanos y apestados donde se puja por la vida, una macabra subasta donde el que tiene posibles se cura y el que no es condenado a sufrir la peste del siglo XXI. Vivir se cotiza cada día más alto. Morir es barato. Es el mercado amigos.
De momento, Estados Unidos ya ha concretado la compra de todas las dosis existentes para los próximos tres meses, dejando sin posibilidad de acceder al producto al resto de la humanidad. Seguro que Donald Trump ya tiene su cajita de remdesivir sobre la mesa del Despacho Oval, junto a la Biblia, el Colt 45, el carné del Ku Klux Klan y la botella de Fairy, a la que va dando chupitos cortos aunque no sirva de nada contra el coronavirus. Mucho America first pero aquí el que va por delante siempre es él.
Viñeta: Igepzio
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