En el PP hay una máxima que todos los dirigentes populares cumplen a rajatabla: si las encuestas te van mal, habla de ETA; si la prensa te saca un escándalo de corrupción o te pilla en un renuncio, habla de ETA; si tus índices de popularidad están por los suelos, ponte a rajar de ETA. ETA, el bálsamo de Fierabrás que cura todos los males de la derechona española. ETA, un Red Bull que da alas en los momentos más bajos o depres. ETA, ETA y nada más que ETA.
En plena recta final de campaña a las elecciones de Castilla y León, con el Partido Popular perdiendo gas en todos los sondeos sobre intención de voto, faltaba la sombra de la banda terrorista para estimular y agitar la víscera, la bilis y el hígado del votante conservador castellanoleonés. En los últimos días se está viendo que el proyecto de Mañueco no termina de seducir a la ciudadanía (más bien habría que decir que hace aguas en el peor momento). Varios factores se han sumado hasta poner en peligro el mandato del barón popular, cuyos discursos y maneras recuerdan mucho al del clásico cacique de pueblo que en el XIX mandaba en su terruño de forma vitalicia y con mano de hierro. En primer lugar, sin duda, le ha perjudicado notablemente el fiasco en la votación de la reforma laboral, un sainete que ha terminado por salpicarle sin remedio. El elector indeciso, ese que a falta de tres días aún no sabe si optar por el PP, Vox o Ciudadanos, ha quedado impresionado por el nivel de incompetencia e ineptitud de Alberto Casero, el diputado popular que tras cometer un error con el pulsador telemático acabó aprobando el decreto del Gobierno sanchista.
Pero no se trata solo de que un torpe de Génova haya dado oxígeno al Ejecutivo socialcomunista y bolivariano cuando más acorralado parecía, sino de la esperpéntica gestión posterior que de este lamentable episodio ha hecho el propio Pablo Casado. En lugar de pedir perdón a los votantes por un error que pasará a la historia, el líder popular se ha dedicado a alimentar descabelladas teorías sin pies ni cabeza. Primero dijo que la culpa no fue de Casero, sino del sistema informático del Congreso que había incurrido en un fallo mecánico, una coartada que cayó por su propio peso cuando se demostró que todo el protocolo había funcionado correctamente y cuando se filtraron unas declaraciones del propio diputado errático en las que decía sentirse hundido por la que había “liado”. Había que justificar la cagada como fuese (todo menos pedir disculpas), de modo que Casado dio órdenes estrictas a sus huestes para presentar el vodevilesco episodio parlamentario como un pucherazo o tongo del Gobierno, anunciar una batalla judicial en los tribunales y de paso iniciar una caza de brujas contra la presidenta de la Cámara Baja, Merixtel Batet, a la que ha acusado de negar a Casero su derecho al voto. El espectáculo que ha dado el presidente pepero con su empeño de salvarle el pellejo a un negado cuando lo más oportuno hubiese sido echarlo del partido sin finiquito diferido ni nada se ha terminado convirtiendo en una bomba de relojería para Mañueco en un momento especialmente sensible.
Pero hay otros condicionantes que explicarían por qué el PP ha pinchado en la última fase de la campaña electoral, como la guerra interna y sin cuartel entre casadistas y ayusistas por el liderazgo del partido, la dinámica positiva en la que ha entrado la extrema derecha española (Vox gana votos y escaños de forma espectacular) y el resurgir de la izquierda, que empieza a carburar otra vez tras pagar el desgaste de dos años de pandemia y una crisis económica galopante. Todo ello por no hablar de la desastrosa campaña que ha planteado el mismo Casado, obsesionado con parecer un nuevo Paco Martínez Soria con boina, botijo y gallina que da mítines para vacas y ovejas, en lugar de para personas de carne y hueso, en la falsa creencia de que así será el más votado en la España Vaciada. Casado ha cometido el grave error de pensar que poniéndose el “fachaleco” y las botas de granjero, en ridículas performances, parece más rural y rústico, por no decir más provinciano o paleto, lo que no deja de ser una flagrante falta de respeto para las gentes que viven en el campo y que saben diferenciar, a la legua, entre uno de los suyos y un señorito de ciudad mal disfrazado de hombre de campo. Ahora, cuando las encuestas registran el desinfle del PP, se ve lo delirante que ha sido la táctica y lo equivocado que ha estado el jefe de la oposición todo este tiempo.
De modo que, llegados a este punto, al líder popular ya solo le queda una bala en la recámara: sacar a pasear el viejo fantasma de ETA. Para ello ha entrado, a la desesperada y a saco, en la última polémica que persigue al ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, a quien ha pedido que dimita por conceder supuestos “beneficios penitenciarios” a presos de la banda terrorista. Una vez más, el hiperbólico Casado siempre fuera de tono y desafinado. Es tan evidente que el jefe de la oposición se mueve como pollo sin cabeza –disparando sin ton ni son y mezclando etarras con churras y merinas, macrogranjas con remolachas y bodegas con fondos europeos– que ante tal batiburrillo alguien ha debido decirle a Isabel Díaz Ayuso que, como máquina de ganar elecciones que es, salte a la cancha para echarle un cable al jefe en vista de que él solo no va a poder ganar el partido del domingo. La lideresa ya ha soltado una de sus perlas patrióticas que arrastran fans (prefiere pactar “con el partido de Ortega Lara”, en referencia a Vox, antes que “con aquellos que pactan con los que lo secuestraron”) y ahí queda eso. En una de estas, IDA también sale presidenta de Castilla y León.
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