La guerra fratricida entre Casado y Ayuso ha cogido desprevenidos a los barones del PP. Todos ellos andaban ocupados en las cosas de sus respectivos terruños, en los problemas de la España Vaciada y en el resurgimiento del cantonalismo localista, de modo que no se esperaban el pollo de Madrid. El que más y el que menos ha quedado con la boca abierta, descolocado, ya que ninguno era capaz de sospechar este salvaje y cruel navajeo televisivo, en prime time, entre el jefe y la delfina. En las primeras horas tras estallar la contienda, los teléfonos echaron chispas. Y la noche fue muy larga. Fulanito llamó a Menganito (y a alguna que otra Zutanita, pero pocas, ya que las baronías peperas son eminentemente masculinas, por no decir patriarcales) y conversaron entre ellos sobre la posición política que debían adoptar mientras el partido implosionaba y se iba al garete en la noche más loca de la derecha española desde que se instauró el Régimen del 78.
¿Y ahora qué hacemos? ¿Con quién vas tú, que yo no sé? ¿Ya te has alineado? Esas eran las preguntas más repetidas entre los barones populares en una madrugada de infarto, bourbon y pitillos como no se recordaba desde que los golpistas dieron el tejerazo en el 81. A fin de cuentas, lo que habían hecho los fontaneros del partido había sido justo eso, dar un golpe de timón, una asonada interna, y más de uno sintió un hondo escalofrío en el cuerpo. O sea que cundió el canguelo. Por una vez no eran los rojos los que tenían miedo ante un súbito pronunciamiento que si bien tenía carácter civil, no militar, no por ello dejaba de ser convulso para el bipartidismo y para la democracia misma. Sin duda, todos los barones pasaron la noche en vela pensando en aquella foto comprometedora con Ayuso en cierto restaurante o en aquel discurso navideño demasiado entusiasta con el casadismo. En política, las amistades se pagan para bien o para mal. O se está con el César o con el aspirante, y el que juega a dos chaquetas termina pagando por equidistante.
Sea como fuere, en esas conversaciones nocturnas entre los barones territoriales se plantearon todas las posibilidades para resolver la crisis galopante que acababa de estallar. Unos sugirieron abandonar cuanto antes el barco del casadismo que hace aguas por todas partes y que solo ha traído desgracias al PP para jugar la arriesgada carta ganadora de Ayuso (esa sería la vía Aznar/Aguirre, quienes en más de una ocasión se han mostrado críticos con la gestión de Casado y han hecho ojitos a la lideresa castiza). Otros propusieron no hacer nada y dejar que ambos contendientes se acuchillen a placer hasta desangrarse (o sea la táctica del avestruz, dejar que pase el tiempo y que todo se pudra, como en la época de Mariano Rajoy). Y no faltó quien puso sobre la mesa la necesidad de convocar una cumbre de urgencia, es decir, que los barones territoriales y las figuras con peso específico en la formación de la gaviota quedaran en algún hotel de Madrid para, en una cumbre de urgencia, deponer a los dos contendientes y abrir un proceso de primarias con el fin de elegir al nuevo líder popular (esa sería la solución más drástica, casi un contragolpe fulminante que acabaría con los dos niñatos que, con sus caprichos y pataletas infantiles, han terminado por reventar el partido).
Al final, y a tenor de las declaraciones de cada uno de los presidentes regionales, parece haber triunfado la vía Rajoy, es decir, ponerse de perfil y no mojarse demasiado. En realidad, viendo las cosas fríamente, era lo que tocaba, ya que posicionarse a favor o en contra de uno o de otra, a estas alturas incipientes de la guerra, suponía asumir un grave riesgo cuando no aceptar un suicidio político en diferido.
No obstante, hay matices. Alberto Núñez Feijóo, el presidente de la Xunta de Galicia que suena con fuerza en las últimas quinielas como el hombre idóneo para zanjar la guerra civil y empezar de nuevo sobre las ruinas del partido, ha sido quien más se ha mojado. Cuando Rajoy fue descabalgado del poder en la histórica moción de censura de 2018, muchos pidieron a Feijóo que diera el paso al frente para hacerse con las riendas del partido. Pero él declinó y prefirió quedarse en su lluvioso feudo, donde gana elecciones sin sobresaltos, vive tranquilo entre nécoras y centollos y tiene controlado el patio porque no hay quien le haga sombra. Dicen que estos días el líder gallego se siente comprometido y algo culpable por la situación que vive el PP, ya que de haber aceptado el reto en su día quizá las cosas hubiesen sido de otra manera y el partido hoy no estaría hecho unos zorros. “No procede contratar a ningún investigador privado para espiar a una compañera de partido y ver contratos que están en el portal de transparencia. Si se ha hecho, me parece inaudito e imperdonable perder el tiempo en esto”, asegura el dirigente gallego, que si bien parece decantarse por Ayuso, acto seguido hace un llamamiento “a la calma” y sin exigir la cabeza de Teodoro García Egea, a quien todos señalan como muñidor del plan de los fontaneros que sacó a la luz el contrato público por el que el Hermanísimo de Ayuso se embolsó una jugosa comisión con la venta de mascarillas en plena pandemia.
Algo más prudente se ha mostrado el barón andaluz, Juanma Moreno Bonilla, que decidió optar por el estilo Rajoy, esto es, balones fuera y hablar del tiempo o de fútbol. Ha sido así, diciendo que él no piensa en “otra cosa que no sea Andalucía” ni le interesa “ninguna cosa ajena a su tierra”, como ha tratado de esquivar la reyerta entre las dos familias peperas. Moreno Bonilla se abraza a la poesía lorquiana para no entrar en guerras ajenas, pero sabe que camina sobre un alambre, ya que Vox amenaza con retirarle la muleta que sostiene su Gobierno cada vez más debilitado, lo que sería letal para él, ya que convocar elecciones anticipadas en este momento, cuando los ultras andan disparados en las encuestas, se antoja poco menos que una inmolación. El ejemplo de Castilla y León, donde el PP ha estado a punto de sufrir un serio descalabro, ha impresionado al bueno de Juanma, que cuando ve una urna es como si un vampiro viera una ristra de ajos.
También Mañueco se ha puesto de perfil, ya que aunque pide que resplandezca “la verdad”, advierte que él ya tiene suficiente “con lo que tiene”, y no le falta razón, ya que no solo ha estado a punto de pegársela en las autonómicas sino que ahora se ve obligado a formar gobierno con los ultras de Castilla y León, un marrón de dimensiones considerables. A buen seguro que Mañueco no guarda el retrato de Casado en su cartera (fue el jefe quien lo arrastró a esta situación) y por ahí puede haber otro ayusista latente, silencioso, encubierto.
En cuanto a López Miras, es el único que defiende sin ambages la calamitosa gestión de Teodoro García Egea (será por aquello de que ambos son amigos, murcianicos y ya comían paparajotes en el colegio mayor cuando eran pequeños). “De ahí mi respaldo a la dirección nacional”, zanja el presidente de Murcia, que acto seguido da la de cal al apostar por la “honorabilidad” de la presidenta madrileña. Ya tenemos al equidistante más descarado, el que quedará apuntado en la lista negra de casadistas y ayusistas, el que sin duda pagará el pato de la ambigüedad calculada. El quedabién con todos. Ay Fernandico, si es que no aprenderás nunca.
Ilustración: Artsenal
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