(Publicado en Diario16 el 2 de febrero de 2022)
Es el hombre más buscado por la prensa, la pieza clave en el diabólico puzle de la crisis del PP, el fontanero del partido señalado por todos como principal organizador del espionaje contra Isabel Díaz Ayuso. “¿Pero dónde demonios está Ángel Carromero?”, “que venga Carromero a explicarse”, “queremos ver a Carromero”, se decían ayer unos prebostes a otros, en los pasillos de Génova, durante la tensa reunión de más de ocho horas en la que Pablo Casado se jugó su futuro político en un póker a vida o muerte con su núcleo duro (que empieza a agrietarse) y con los barones territoriales. Sin embargo, el número dos del alcalde Martínez-Almeida no da la cara en ningún momento, ni señales de vida, ni se presenta a la comisión interna municipal. Está perdido, missing, desaparecido en combate.
Un buen fontanero nunca hace chapuzas, arregla las tuberías, lo deja todo limpio como una patena, cobra, saluda con la gorra y se va con elegancia. Un profesional. No deja una casa de aquella manera, enfangada, empantanada, una obra a medio hacer que luego deben terminar los señores del hogar, manchándose las manos. Al fontanero se le debe exigir diligencia profesional y una factura aceptable, nada de abusos ni precios desorbitados. A Casado, el asunto del seguimiento y vigilancia a Ayuso se le ha ido de las manos precisamente por confiar en confidentes y soplones que no daban la talla ni como personajes de Mortadelo y Filemón. Y la historia ha terminado como el rosario de la aurora. Los presuntos fontaneros han dejado Génova manga por hombro, una auténtica pocilga, las cloacas han reventado y el lodazal llega hasta los despachos de la planta noble casadista. Y eso que la sede ya amenazaba ruina tras los últimos descalabros electorales.
Elegir al hombre adecuado es fundamental cuando se trata de arruinar la vida de otro, en este caso de otra. El espía ha ser un científico del oído y de la garganta profunda, nunca debe dejarse influir por amistades, fobias o ambiciones personales, pues de lo contrario la operación está abocada al fracaso, ya lo advirtió Mishima. Un buen agente entra cada mañana en la panadería para comprar una barra de pan, sin que nadie advierta nada extraño, hasta que un buen día se lleva una barra de uranio (Robin Sloan). El espionaje, para que funcione con éxito, siempre debe ser aséptico, sin implicaciones emocionales, alejado de objetivos personales. “Los dos elaborábamos informes. Tú me mentías, yo te espiaba”, dice Ian McEwan en una de sus novelas. Ninguna de esas máximas se ha cumplido en la cúpula casadista compuesta por niñatos y chiquilicuatres.
Teodoro García Egea niega el espionaje a la lideresa castiza, niega que el partido haya contratado a detectives privados, niega que los fontaneros hayan estado manoseando las cañerías de la sede. Lo niega todo. Perfecto don Teodoro, queremos creerle, queremos darle el beneficio de la duda, el problema es que aquí hay demasiadas preguntas sin respuesta, la primera de ellas por qué ha dimitido Carromero a los cinco minutos de estallar el monumental escándalo.
Hoy la prensa cuenta que el hombre más buscado se ha dedicado a tareas de investigación interna, dosieres, conjeturas, chivatazos para el jefe, rumores, chismes, cosas. Ahora bien, ¿era Carromero la persona más adecuada para hacer ese trabajo sucio, caso de que haya existido, o solo un aficionado sin titulación, un aprendiz a tiempo parcial, un gualtrapa del espionaje surgido del precariado fomentado por el PP todos estos años de cruenta reforma laboral? El hombre ya demostró escasa pericia para según qué encargos cuando se vio involucrado en aquel triste accidente en Cuba en el que murieron el opositor anticastrista Oswaldo Payá y Harold Cepero. Aquello le costó a España el peor incidente diplomático con La Habana desde que perdimos las colonias. Después de algo así, lo mejor que podía haber hecho el PP era jubilarlo anticipadamente, darle un chiringuito en las FAES donde no pueda romper nada, o dejarlo para charlas y conferencias sobre el futuro de Cuba. Y ahí es donde radica el craso error cometido por el inefable dúo Teodoro/Casado. No solo no lo apartaron del partido, sino que le dieron bola y, por lo que parece, el encargo más delicado en la historia del Partido Popular, esa misión final que tenía como objetivo volar por los aires el partido.
Ahora García Egea anuncia querellas contra quien sugiera que se ha espiado a la presidenta de Madrid, pero los indicios contra él y sus torpes fontaneros se acumulan. Hay pruebas definitivas, como la dimisión y el silencio atronador del propio Carromero, que es como si se lo hubiera tragado la tierra en una cuneta del desierto de Las Vegas; los detectives contactados por Génova que han cantado por soleares sobre el espionaje al Hermanísimo de Ayuso; el papelón del alcalde de Madrid, que dimite de su cargo como portavoz nacional del PP (bajándose cobardemente del barco de Casado); y el escrito firmado hace unas horas por el Grupo Parlamentario Popular (que se rompe en dos con Suárez Illana de máximo instigador de la escisión), en el que se exigen responsabilidades, dimisiones, cabezas.
Todo este desastre nace de haber elegido para el equipo de trabajos sucios a unos paletas en plan Pepe Gotera y Otilio, gente de palillo en la boca y hucha asomando por encima del pantalón, aficionadillos de tres al cuarto que han estado jugando a los espías hasta que han terminado por reventar las cañerías del PP, provocando una inundación general en el partido, en la maltrecha democracia española y en el atascado Régimen del 78, que hace aguas por todas partes. Si es verdad que aquí no ha habido espía de ningún tipo y que todo es una fabulación de los periodistas de la caverna que han leído demasiado a Graham Greene y que quieren colocar a Ayuso en la jefatura del partido como sea, que salga el propio Carromero y lo diga. Que dé la cara ante Carlos Herrera. Que aclare toda esta truculenta historia de una vez. Que don Teodoro lo saque del zulo donde lo tiene escondido y le deje hablar por sí mismo, sin filtros, sin argumentarios escritos de antemano. Y que diga la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Viñeta: Pedro Parrilla
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