lunes, 11 de abril de 2016

EL MAL DEL SEÑOR CONDE


Mario Conde, ese pájaro descarriado de las finanzas, vuelve al lugar de donde nunca debió haber salido. Al chabolo, a la trena, a la jaula. Ahora los picoletos lo han cazado trayéndose la pasta de Banesto que guardaba tan celosamente en las cloacas de Suiza. Conde es un cleptómano compulsivo que no se reforma fácilmente ni madura, un caso perdido, por mucho que vayan pasando los años y los gobiernos. Como cualquier enfermo crónico, Mario tiene sus recaídas graves, sus síndromes de abstinencia, y no puede salir del tema porque sigue enganchado. Parecía que el gran arquitecto de esta España del pelotazo lo tenía superado, que quería rehabilitarse de verdad, quitarse del vicio, dejárselo de una vez, y por un momento estuvo a punto de convencernos de que era un hombre limpio, un hombre nuevo. Se le veía tan bien de aspecto, con su cara dura, tersa y operada, tan perfumado e impoluto, tan envarado y lozano, como siempre ha sido él, que no sospechábamos nada. Parecía llevar una nueva vida, sana, ordenada, blanqueada, sobre todo blanqueada, con sus libros escritos por el negro y sus terapias de grupo en los alcohólicos anónimos de Intereconomía. En ese púlpito televisivo ultrafacha, sórdido y cutre, Mario se movía como piraña en el agua, como piraña entre otras pirañas, alegre y confiado, en plena forma, impartiendo clase y doctrina sobre honestidad política y moralidad económica. Se le veía tan bien, tan recuperadito. Pero no, ha vuelto a las andadas. Ha sido un mazazo, un golpe duro para el mundo de la mafia neoliberal. Mario no lo ha superado, no está curado del todo, sigue colgado como el yonqui a sus tachuelas, con el mono del delito metido bajo el Armani de mil pavos, con el jaco del dinero corriendo por sus venas, tan bravo y cimarrón como siempre. Mario es un toxicómano del parné y dejarse el vicio de la pasta es mucho más difícil que dejarse el alcohol, las mujeres o la coca. No hay droga tan fuerte y adictiva como el dinero y hasta el ministro Soria parece haber caído ya en el cuelgue fatal de los paraísos caribeños. Durante todos estos años, el señor Conde, amigo de reyes y rey de los amigos, ha pretendido engañarnos, convencernos, hacerse pasar por hombre reformado que dejaba atrás su existencia prófuga de antes, su pasado oscuro, la mala vida. Empezaba otra vez, renovadas ilusiones, nuevos proyectos, nuevas empresas, Hogar y Cosmética, mayormente. Un futuro. Ahora sabemos que había más de cosmética que de hogar, más de imagen y fachada que otra cosa. Mario siempre fue un fashion victim, el gusto por el maquillaje (facial y financiero) la máscara, el dandismo, los cuellos de camisa almidonados y los gemelos de oro. Toda esa parafernalia del gran Anticristo engominado de la banca. Creíamos que estaba rehabilitado, desintoxicado, limpio. No era así. Ha engañado a la Justicia, a los psiquiatras del tribunal médico que le hacían el seguimiento semanal, a los yuppies que en los ochenta lo encumbraron a los altares de los negocios y a las flamantes cátedras de Derecho. Por un momento creímos que este Mario era otro Mario, pero a las primeras de cambio, en cuanto lo dejamos un minuto a solas, se nos echa a la calle, se nos coge un jet privado y se nos pierde por los callejones de Zurich, temblando, salivando, tosiendo, buscando ansiosamente un camello de guardia de la banca suiza que le meta una inyección de capital letal por vena, un chute de dinero negro que le calme el vicio y lo devuelva nuevamente a la vida. Mario no tiene remedio ni redención posible, morirá como ha vivido, al margen de la ley, al límite, trincando a tope, como ese pistolero del Far West que siempre vuelve al lugar del duelo, como ese sicario que va asaltando bancos y Banestos a punta de revólver, siempre de casino en casino, de palo en palo, de golpe en golpe, con las alforjas llenas y huyendo del sheriff. Mario es un killer de las finanzas, un banquero a sueldo del mal, y siempre lo será. Si la cabra tira al monte y el yonqui tira a la farmacia nocturna repleta de trankimazines, Mario tira a la sucia Suiza llena de fondos buitre y buitres que tocan fondo. ¿Qué mal escondes, Mario Conde? ¿Dónde están los quince kilos de Banesto que te apestillaste? Nunca debimos haberlo dejado solo. Le tendríamos que haber puesto un preso de apoyo que lo siguiera día y noche, un escolta full time, un ángel o enfermero que lo vigilara a todas horas para que no cayera de nuevo en el turbio vicio del desfalco. Una pulsera con chip electrónico. Ahora ya es demasiado tarde. Pobre diablo. Lo hemos perdido para siempre.

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