Todos los medios de comunicación se suman hoy al gran titular de que el
empresario Enrique Ortiz es el primer industrial que confiesa la
financiación ilegal del PP valenciano. Con ser una gran noticia y de
mucho mérito, no es del todo exacta. Hubo otro hombre que muchos años
antes ya hizo una confesión muy similar, aunque solo le sirvió para
terminar con sus huesos en la cárcel. Se trata de Vicente Vilar, el que
fuera socio del expresidente de la Diputación de Castellón, Carlos
Fabra. Un asunto de faldas rompió esa rentable amistad entre ambos y el
empresario decidió vengarse. Vilar me facilitó una lista de gente
poderosa de los negocios que estaba financiando al PP con comisiones y
dinero negro. Era el 11 de marzo de 2004 y acababan de producirse los
atentados de Atocha, de manera que toda la redacción febrilmente
trabajaba en ese asunto. Un mal día para hablar de algo que no fuera el
11M, pero la curiosidad me pudo finalmente, así que me puse en contacto
por teléfono con uno de los empresarios aludidos por Vilar, J.G., y le
grabé toda la conversación. En ella me contaba cómo se hacían los pagos
en B al PP valenciano: «En mano, en paquetes de billetes contantes y
sonantes. Cada fajo tenía un millón de pesetas, hasta quince paquetes.
No he visto tanto dinero junto en mi vida», me dijo. En la grabación
queda claro que J.G. le dio el dinero a Vicente Vilar durante una comida
y que éste se encargó de hacérselo llegar personalmente a Carlos Fabra.
Las comisiones en dinero negro eran un «apoyo a este señor Fabra para
apostar por la campaña electoral del partido, para que le hicieran una
buena ayuda», según mi confidente, que no sabía que yo lo estaba
grabando. Fue una pequeña artimaña para curarme en salud por si el
sujeto pretendía retractarse más tarde. Y vaya si me salvó el pellejo.
J.G. insistió varias veces en que los quince fajos tenían que ser para
«ayudar a financiar la campaña electoral del PP, cómo utilizaran luego
ese dinero ya no lo sabemos», soltó mientras yo sostenía la grabadora
junto al teléfono y pensaba en el bombazo que tenía entre manos. El
industrial dejó claro que en todo momento «Vilar y el señor Fabra habían
hablado para estar de acuerdo en que el dinero iba a parar al partido.
Que ese dinero fuera para el PP o para las arcas del señor Fabra, eso es
algo que ya no sé». El soborno de los quince millones de pesetas
beneficiaba a todas las partes. A la empresa de J.G. porque conseguiría
una importante licencia de venta expedida por el Ministerio de
Agricultura; a Fabra porque se embolsaría su parte; y por supuesto al
partido porque ingresaría una suculenta mordida para costear sus gastos
varios de campaña. Así que todos salían ganando. Al día siguiente
publiqué mi conversación con J.G. en Levante-EMV y como era de suponer
el empresario se querelló contra mí por injurias y calumnias alegando
que todo lo que me había contado era mentira. Lógicamente, yo estaba
tranquilo, tenía las espaldas cubiertas con la grabación. La jueza me
pidió las cintas y yo se las di gustosamente. Los audios fueron
aportados al juicio, y tras la celebración de la vista oral salí
absuelto. Le gané la querella al empresario y la magistrada sentenció
que todo lo que habíamos publicado era cierto. El testimonio de J.G.
sobre la financiación ilegal sirvió para más bien poco y todo quedó
convenientemente enterrado y olvidado durante años. Pero al menos nos
queda la satisfacción de haberlo contado allá por 2004, aquel día en que
unos locos fanáticos volaron por los aires los trenes de Atocha. En
aquellos tiempos el PP todavía no era una organización criminal, como
dice ahora la Justicia, sino un partido respetable, aunque en la sombra,
y sin que nadie lo supiera todavía, ya manejara cajas B. No, claro que
no. Ortiz no fue el primero. Ni será el último.
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