(Publicado en Diario16 el 14 de julio de 2021)
Carlos Bardem cree en la superioridad moral de la izquierda. “Sí, efectivamente, yo soy superior moralmente a cualquier fascista, nazi, homófobo, racista y machista. Y si no lo fuera, me preocuparía mucho”. Bardem, ese hombre con cara de malo de espagueti western pero que en realidad lleva dentro a un tierno, a un romántico y a un sentimental, ha puesto el dedo en la llaga una vez más. Es evidente que la izquierda democrática es “moralmente superior” sencillamente porque lo contrario, el fascio redentor, es la justificación de la barbarie o retorno a lo peor del ser humano, de modo que más bajo ya no se puede caer.
Nos hacen falta referentes que como Bardem recuperen la izquierda clásica y coherente. Uno de los grandes desastres que nos trajo la posmodernidad fue instaurar el relativismo sofista, esa idea de que nada es verdad ni mentira, sino que todo depende del color del cristal con el que se miren las cosas. Convencidos erróneamente de que lo nuevo era lo mejor y lo clásico era lo antiguo y superado, los posmodernos –Lyotard, Foucault, Derrida, y otros– creyeron que lo que se imponía en las nuevas sociedades de consumo era el individualismo a ultranza, la renuncia a la utopía, el pensamiento débil y desiodeologizado y la política desacralizada como mero espectáculo. O sea, el final de los grandes relatos, entre ellos el de la izquierda como solución a los males del mundo.
Hoy, décadas después de la publicación de La condición posmoderna de Lyotard (1979), podemos decir que la izquierda es más necesaria que nunca frente a la gran ofensiva fascista de nuevo cuño y que todos aquellos filósofos posmodernos estaban realmente equivocados. No solo no hemos llegado al final de la historia, como auguraba Fukuyama, sino que probablemente estemos solo al principio. Hoy empieza todo y sin duda nos encontramos a las puertas de una quinta revolución con colonización humana del Universo incluida, tal como demuestran los millonarios Branson, Bezos y Musk, todos esos friquis con dinero que organizan viajes turísticos al espacio para tomarse una tónica con pajita, flipar cuatro minutos en estado de ingravidez y colgar cuatro fotos horteras en Instagram.
A Bardem tuve la oportunidad de entrevistarlo en cierta ocasión, cuando él y su hermano Javier se hicieron un Moby Dick y se largaron a la Antártida para alertar a la humanidad ante el trágico momento por el que atraviesa. “Mira, si millones de personas nos unimos para presionar a los políticos podemos salvar el planeta”, me dijo con el entusiasmo de un niño que todavía cree en la capacidad de redención del diabólico ser humano. “Allí [en la Antártida] lo primero que te llama la atención es un paisaje desmesuradamente hermoso, primigenio, hay muy poca huella o impacto de la actividad humana. Yo siempre digo que lo que más nos impresionaba, tanto a Javier como a mí, era el silencio, un silencio sólido que se impone a cualquier otra cosa, y la verdad es que te mueve a la meditación y a la reflexión”, me explicó. Eso es superioridad moral, eso es sensibilidad superior, eso es izquierda real y humanismo, algo que Abascal no podría entender ni viviendo cien años más.
La extrema derecha promueve el odio, la homofobia y la justificación de la violencia machista. No es que no condene los crímenes del franquismo, sino que los justifica y retuerce la historia, tergiversándola, para blanquear el totalitarismo. No hace falta ser muy elevado para estar por encima, moralmente, de semejante truño ideológico. A fin de cuentas, no se trata de ser comunista, socialista o luchador en pos de esa hermosa utopía que es lograr una sociedad más justa e igualitaria, sino sencillamente de ser una buena persona, de no odiar a nadie por su condición sexual o su color de la piel, de respetar al vecino y de no ir por ahí insultando al que piensa diferente o rompiendo cabezas en oscuros callejones.
Obviamente, reventar a patadas a un rojo, a un gay o a un pobre mantero, desautoriza de entrada a quien pretenda aspirar a ese magnífico título de superior moral. La violencia, ya sea verbal o física, nunca. Malo, pupa, caca. Pero en poco tiempo hemos ido para atrás, cultural y políticamente, por influencia perniciosa de la ideología reaccionaria y supremacista, así que vamos a tener que empezar, Carlos, tronco, a volver a explicar lo obvio otra vez. Aquí, si queremos salvar la civilización humana, va a haber que enseñar que “solo sí es sí”, que cualquiera tiene derecho a acostarse con quien quiera y que el stealthing (quitarse el condón sin el consentimiento de la pareja mientras se hace el amor) no es algo divertido, como dice ese tiktoker unineuronal, sino un delito grave.
O nos ponemos serios desde la izquierda en la misión de conservar los valores elevados, o tendremos que tragar con idioteces como las que dice Pablo Casado, para quien la Guerra Civil fue “un enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia”. Sí Carlos, camarada, compañero de fatigas, aquí hay que enseñar historia de la buena desde abajo, en las escuelas, en la calle y en la barricada, en plan Miguel Hernández, o estamos perdidos. Y si es necesario ponemos al youtuber Ibai Llanos a leer a Tuñón de Lara o a Ian Gibson por capítulos en internet. Obviamente, Casado está muy lejos de ser un “superior moral”. Y no porque no sea de izquierdas, que se puede ser de derechas y antifascista (alguno habrá en este país que dé el perfil), sino sencillamente porque lleva encendida una llamita franquista en su interior.
Ahora que la izquierda anda escasa de referentes y naufraga entre la utopía vegana de Garzón, el “chuletón imbatible” de Sánchez y el síndrome de Estocolmo por una Cuba que ya no es el faro del comunismo en el mundo, sino un país hambriento en manos de unos sátrapas codiciosos que maltratan a su pueblo y que jamás fueron marxistas, se agradece un hombre como Bardem, un representante del rojerío clásico y consistente que llama a las cosas por su nombre. “Si tú no eres superior moralmente a esa basura fascista, ¿qué eres?”, nos interpela el actor. “Basura”, sentencia. Pues eso.
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