(Publicado en Diario16 el 23 de julio de 2021)
A la Nietísima se le acaba el chollo. Carmen Martínez Bordiú y otros 35 grandes de España podrían perder sus títulos nobiliarios en aplicación de la Ley de Memoria Democrática, la última contribución de Carmen Calvo, la gran dama socialista, a la dignidad de este país. Los privilegios de los que ha gozado esta aristocracia parásita del sangriento régimen anterior es algo que no tiene nombre. La supernieta es duquesa no ya por un decreto franquista de 1948, sino por una normativa de la época de la Restauración que fue derogada en la Segunda República y que Franco recuperó para premiar a los acólitos que le sirvieron fielmente en su infame cruzada fascista. Un bochorno con el que era necesario acabar por pura higiene democrática y por mucho que le duela a Pablo Casado y a su escuela de historiadores domingueros aficionados al revisionismo histórico.
Los títulos franquistas suponen una exaltación de la dictadura, un anacronismo y una vergüenza para una sociedad democrática. De Carmencita qué podemos decir más que es una mujer que ha vivido toda la vida de esas revistas del corazón que también son de la ingle. La primera musa del Hola ha amasado un curioso patrimonio a golpe de exclusiva y cuando le ha fallado el cuché se ha tirado a la pista de baile de la televisión como una vicetiple del Broadway madrileño “echándole arrobas y picardías a la cosa”, que decía Francisco Umbral.
A la Bordiú hemos tenido que sufrirle, durante décadas, el álbum de fotos franquista, las bodas con duques, anticuarios y atletas, las vacaciones en Marbella, el posado de verano para poner los dientes largos al personal, el humo de sus proyectos profesionales, las frustraciones y alegrías, los escándalos, los infames titulares políticos (como cuando dijo aquello de que ella era “el eslabón entre Franco y los borbones”), sus líos con Hacienda y una ajetreada biografía personal vendida en tarifa prime o máximo caché que daría para un culebrón venezolano o mejor turco, que es lo que se lleva ahora.
A la Nietísima los españoles se lo han aguantado todo, unos por franquistas que adoran a la heredera (los menos), otros por marujeo y cotilleo (algunos más, pero no tantos) y la mayoría de este país, que es demócrata de bien, por educación, por no molestar y por no volver al guerracivilismo de antes. Pero ya está bien. Una cosa es que hayamos dejado que la señora se lo monte a tope siendo la nieta de y otra es que encima le tengamos que dar tratamiento de duquesa y que le rindamos pleitesía, hinquemos la rodilla y doblemos la cerviz a su paso. No hija no, como diría el gran Mariano Ozores.
Carmencita no ha hecho otra cosa en su vida que caja, circo y negocio jugando al morbo histórico de la barbarie del franquismo. Cualquier otra mujer en su pellejo se habría ido a vivir a Sebastopol por vergüenza torera para romper con el pasado y para que no la reconozca nadie, pero a ella le ha sobrado frescura, morro y falangismo para ir con la cabeza bien alta estos cuarenta años de democracia. Total, ser la heredera de una guerra civil, un millón de muertos, una negra historia de represión y una dictadura tampoco es para tanto. Hasta se ha permitido el lujo de escribir un libro, La mujer invisible, donde cuenta sus experiencias como mujer madura. Eso es lo que nos gustaría a muchos ciudadanos de este país, que la señora se invisibilizara y se convirtiera en uno de esos fantasmas errantes de El Pardo que dan el coñazo a los turistas y visitantes y poco más.
Lejos de adaptarse a los tiempos y de agradecer al Estado de derecho que no la hayan echado del país a patadas, como suele hacerse con la parentela de los dictadores cuando cae la tiranía, ella se ha mostrado reluctante a la democracia y más papista que el papa, o sea más facha todavía que el patriarca. En el fondo lo que le duele es no haber llegado a reina de España, que es el cuento que le contaba el abuelito antes de irse a dormir. ¿Qué le vamos a hacer, Carmencita, hija? El atado y bien atado dio para lo que dio, no le pidas tanto a la gallina de los huevos de oro.
Con todo, muchos vemos a la Bordiú como a una reencarnación de Franco pero en mujer, ya que tiene una sonrisa calcada, entre maliciosa y torcida, a la que le salía al abuelo antes de enviar a un puñado de rojos al paredón. Todos estos que vienen del franquismo tienen el rictus severo del tigre que ríe –como describe Stephen King a cierto político populista en una de sus magníficas novelas–, pero cuidado con ellos. El padre Cantera, guardián benedictino del Valle de los Caídos, es otro con la sonrisa gélida de Hannibal Lecter y cuando se ríe parece que se va a comer a alguien antes de echarle la extremaunción. Al cura ya le queda poco en el convento porque la ley contempla el desahucio de todos los monjes que viven de la sopa boba del Estado y que a partir de ahora tendrán que irse con la música gregoriana y sus misas negras del 20N a otra parte. Hala, arreando.
Lo único malo de la ley Calvo es que tiene corto recorrido y cuando llegue Casado al poder la tumbarán ominosamente y sin remedio. El líder del PP es muy del glorioso Movimiento Nacional y se resiste a hacer la catarsis pertinente, que consistiría en asumir que el partido fue fundado por un ministro de Franco, condenar el golpe de Estado del 36 y la dictadura e iniciar el camino a la Transición democrática que no hicieron en su día. En ese partido siguen mandando los de antes, los siete magníficos con su oscuro pasado y los tecnócratas de la Falange, lo cual que no se han quitado el lastre. En una de estas, si Casado coaliga con Abascal y gana las próximas elecciones (no lo quiera Dios) le devuelven el Pazo de Meirás a los Franco y colocan a la Bordiú de ministra de algo o incluso de redactora de la cacareada Ley de la Concordia tantas veces anunciada por el PP. Casado es que tiene una curiosa concepción de la convivencia entre españoles: demócratas y fascistas hermanados y todos juntos en armonía y felicidad como en una familia bien avenida. Este hombre es un caso perdido.
A la Bordiú que le quiten el título nobiliario y a pasar página, que ya va siendo hora. En realidad, cada vez la conoce menos gente. La época dorada de las revistas del colorinchi ya pasó y los jóvenes de hoy están en otro rollo, mayormente con los youtubers, de modo que les importa más bien poco la vida de un tipa del Pleistoceno de posguerra. ¿Carmen Bordiú? ¿Y quién es esa?
Viñeta: Igepzio
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