(Publicado en Diario16 el 8 de julio de 2021)
Esta gente de Vox no tiene remedio. Ellos presumen de que son constitucionalistas y demócratas. Mentira. En cuanto se relajan un momento les aflora el franquista que llevan dentro, la cabra tira al monte y aparece el moralista obsesionado con cerrar periódicos y volver a la censura. El último episodio que han protagonizado los nostálgicos del régimen anterior ha revelado el verdadero rostro del monstruo al que nos enfrentamos. Como sienten alergia a la sátira, han puesto en la diana a Ricardo Rodrigo Amar, editor de El Jueves, un hecho sin precedentes en la historia de nuestra democracia si exceptuamos, claro está, los años del plomo, cuando ETA enviaba cartas amenazantes contra los periodistas no afectos al nacionalismo vasco y paquetes mucho más letales, como hicieron con Gorka Landaburu.
En los últimos tiempos los muchachos de El Jueves han puesto todo su talento e ingenio a denunciar el auge de la extrema derecha y a desenmascarar a su caudillo o Führer. Fruto de esa labor periodística han parido portadas descacharrantes que pintan a Abascal como un hombre atávico, agreste, asilvestrado y duro. Las hay sencillamente antológicas que ya son historia del periodismo español, como esa en la que el líder voxista se fija como buen propósito para el año nuevo “empezar el régimen” y cuando el lector ya está pensando en que el conocido político se va a poner a plan, o sea a dieta, este va y aclara: “El del 36”.
O aquella otra portada bajo el título en colorín rosa de “Amores de verano” en la que Abascal y Rivera se están dando el filete en el banco de un parque, como una ardiente pareja de enamorados practicando el beso de tornillo, cuando el líder de Vox le reprocha, rudamente y como buen macho español, al ex de Ciudadanos: “Te huele el aliento a rojo, ¿con quién has quedado antes?” Touché. Ni mil sesudos editoriales de prestigiosos periódicos nacionales son capaces de llegar a ese nivel de economía literaria, síntesis y profundidad en la crítica política.
Personalmente, una de las viñetas que más me gustan es esa en la que el jefazo de los neofalangistas patrios aparece vestido de troglodita, garrote en mano y bajo el impactante rótulo de Vox reivindica la historia de España. La imagen del Caudillo de Bilbao ante la hoguera y suspirando por “los buenos tiempos” en medio de una especie de cueva decorada con hilarantes pinturas rupestres (un toro de Osborne en lugar del célebre bisonte de Altamira, los yugos y las flechas de la Falange y una esvástica nazi) es sencillamente impagable.
Con semejante galería de obras de arte dignas del Museo del Prado no extraña que Abascal se haya cogido un buen rebote con los chicos de El Jueves, la revista que sale los miércoles. A nadie le hace gracia verse descarnadamente satirizado y caricaturizado y quien diga lo contrario miente. Pero va con el cargo del político y aquel que no lo entienda así tiene un serio problema de comprensión de la democracia. Ya ha dicho el Tribunal Constitucional (sentencia caso Preysler, 2010) que “desde el punto de vista de la libertad de expresión, la caricatura constituye, desde hace siglos, una de las vías más frecuentes de expresar mediante la burla y la ironía críticas sociales o políticas que, en tanto que elemento de participación y control público, resultan inescindibles de todo sistema democrático”. En esa misma línea se ha pronunciado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, pero no sigamos con tochos de leguleyos, ahí está la abundante jurisprudencia por si Abascal quiere ilustrarse en los principios elementales del Estado de derecho, aunque mucho nos tememos que pasará bastante porque él es más un hombre de acción que de reflexión. Y así le va.
La sátira es tan antigua como el ser humano. En la Antigua Grecia los yambógrafos crearon un estilo poético humorístico para darse al vino feliz y a otros placeres sensuales en simposios y banquetes. Más tarde, Aristófanes imprimió un nuevo impulso al género para reírse de los vicios humanos y ya en época romana autores como Horacio, Juvenal, Séneca, Petronio y Marcial practicaron el género satírico con maestría y devoción.
En la sátira todo cabe, desde el dibujo o la caricatura hasta la invectiva, el epigrama, el diálogo, la prosa o el verso. Por supuesto, el artículo periodístico, que no solo puede ser sarcástico o paródico, sino que debe serlo porque de lo contrario la pieza es un muermo, se pierde clientela en las redes sociales y le acaban echando a uno de la revista. Ya se sabe que en esto del arte se puede ser de todo menos aburrido. En España tenemos ejemplos de grandes sátiros en los que no vamos a entrar por falta de tiempo, espacio y ganas. Ya lo dijo Gracián: lo bueno si breve dos veces bueno (y aun lo malo, si poco, no tan malo).
Quedémonos pues con que la sátira es tan importante en nuestra historia contemporánea que sin ella no se habría podido fundar el Estado liberal en el siglo XIX. Fue tan trascendente y vital que no solo se constituyó como “cuarto poder”, sino que por momentos fue el primer poder y los periodistas llegaban a los gobiernos con más facilidad que los propios militares. Y eso que en las redacciones generalmente solo había un periodista. Con uno, si era bueno y sátiro, bastaba para derrocar un gobierno de Espartero o de Narváez, no como hoy, que se eternizan los ministros pese a que hay más periodistas por metro cuadrado que nunca. Es el overbooking, gran mal endémico de la profesión.
Desde los corruptos tiempos de Isabel II hasta nuestros días, los periodistas satíricos se han dedicado a criticar y denunciar los errores e ineptitudes de nuestros políticos. La sátira es la quintaesencia de la libertad de expresión y la garantía de una opinión pública libre, hasta tal punto que podría decirse que allá donde no hay revistas como El Jueves o Charlie Hebdo no existe propiamente una democracia sino una mascarada o más bien una dictadura. Por eso Franco cerró todas las publicaciones disidentes. Para que ahora Abascal salga diciendo que el franquismo fue un régimen de paz, libertad y prosperidad. Y un cuerno. El gran drama de todo reaccionario es que es incapaz de reírse de sí mismo y para que el mundo lo tome en serio solo le queda organizar una guerra. Ya lo dijo Gila: “El humor es el espejo donde se refleja lo estúpido del ser humano”.
Abascal, que es tan constitucionalista él, debería haber llegado a la política sabiendo que va a ser objeto de befa y mofa, como todo hijo de vecino. Si tiene la piel fina y le duele que lo satiricen como lo que es y de lo que ejerce con orgullo (un retrógrado recalcitrante) tiene que aguantarse porque va con el sueldo y con las reglas del juego democrático. O dicho de otra manera: si le pica que se rasque.
Viñeta: Óscar Montón
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