(Publicado en Diario16 el 2 de julio de 2021)
El ministro Escrivá ha puesto la diana en los “baby boomers”, esa generación de españoles nacidos entre finales de los años 50 y hasta más o menos los años 70. El titular de Seguridad Social está convencido de que el problema de la sostenibilidad de las pensiones tiene mucho que ver con esta generación, quizá la más numerosa y ancha demográficamente, por lo que también debe asumir algo del esfuerzo para moderar el gasto en pensiones durante un período concreto de tiempo. En resumidas cuentas, que los “baby boomers” tendrán que elegir entre un “ajuste” pequeño en su pensión o, alternativamente, trabajar más años. “Tenemos todavía que concretar los detalles”, ha explicado el ministro para inquietud de millones de españoles de ese rango de edad que a día de hoy todavía no saben si podrán disfrutar de las mismas buenas pensiones que sus padres.
Siempre que escuchemos el término “ajuste” por boca de un político tenemos que echarnos a temblar, ya que ese palabro sacado de la jerga de los economistas a menudo suele ser eufemismo o sinónimo de apretón de cinturón, recorte, tocomocho al obrero y vacas flacas. Escrivá debe creer que los “baby boomers” son los grandes privilegiados del despegue de las clases obreras a partir de los años ochenta, algo así como los afortunados, las clases medias, los VIPS del proletariado, de ahí que sean ellos los que deban “hacer el esfuerzo” y pagar el pato de los ajustes a causa de la cada vez más raquítica caja de las pensiones. Nada más lejos. Es cierto que hablamos de una generación preparadísima, quizá la más formada de la historia, chicos bien educados en aquella EGB que hacía milagros y una hornada gloriosa de universitarios (en aquellos años utópicos parecía que ni uno solo iba a quedar sin carrera y sin un título que colgar de la pared). Sin embargo, y este es el drama, la mayoría ha visto cómo se frustraban sus sueños.
Por decirlo de una manera directa, los “baby boomers” españoles son los grandes damnificados/atormentados no solo por los acontecimientos internacionales de la segunda mitad del vertiginoso siglo XX sino por las convulsiones que se vivieron en España en los estertores del franquismo y en los primeros tiempos de la Transición. También son los grandes estafados de un felipismo traicionero que prometía trabajo y riqueza para todos y que devino en pelotazos para unos pocos.
No lo tuvo fácil esa generación. Entre otros episodios, vivieron una infancia y una juventud marcada por la Guerra Fría, el miedo al desastre nuclear, la crisis de los misiles, la Guerra de Vietnam y el Mayo francés, el Watergate con los desmanes de Nixon, la crisis del petróleo, la inflación galopante, la escasez de gasolina, la recesión, el éxodo del campo a la ciudad, la falta de oportunidades, las aulas universitarias atestadas de cachorros sin futuro, el paro, la mili, los tejerazos, los años del plomo de ETA y otras batallas que castigaron psicológica y biográficamente a este segmento de la población hoy entre cincuentones y sesentones. También padecieron otros rigores del momento histórico analógico que les tocó vivir, como los coches lentos y sin aire acondicionado, las cintas de casete condenadas a romperse antes de tiempo, los pantalones de campana, las series ingenuas de televisión, los sillones de escay pegajosos y duros como piedras y el toro y la gitana encima de la tele en blanco y negro. Toda esa lucha, todo ese sufrimiento existencial y vital para terminar en las tijeras implacables de Escrivá.
A aquella tropa de españoles “baby boomers” se les prometió una España feliz, democrática, próspera, avanzada e igualitaria pero ahora, al final del trayecto y de los prodigiosos cuarenta años de monarquía bipartidista, muchos comprueban con estupor y amargo desencanto que el futuro no era lo que se les vendió sino un infierno de salarios cada vez más bajos, precariedad laboral, minijobs, pluriempleo, contratos basura y dar el callo hasta la senectud. Los “baby boomers”, la gran esperanza demográfica de aquel socialismo felipista fraudulento, se han hecho mayores de la noche a la mañana y ahora un señor regordete y afable con pinta de matemático trilero va y les dice que les tiene preparados unos ajustillos, nada, una cosa sin importancia, porque al final podrán elegir entre el tijeretazo o seguir siendo explotados a plazo fijo, como cuando empezaron de becarios por la cara hace cuatro décadas. España ha vuelto a los setenta en un macabro déjà vu con sus ultraderechistas ahostiando gais, negros y rojos por la calle, la crisis pertinaz que atrapa secularmente a este país y un Borbón distinto que les promete la misma felicidad que nunca llega.
Los “baby boomers” son aquellos primeros ciudadanos que creyeron en la utopía de que otra España era posible. Les dijeron que serían europeos y terminaron como siempre, más africanos que alemanes, más esclavos de la factura de la luz que dueños de un chalé en Mallorca. Cómo nos torean y cómo pasa el tiempo. Esa hornada de carrozas que hace apenas un rato saltaban y bailaban al ritmo de Mecano, Golpes Bajos, Sabina y Nacha Pop –creyéndose eternamente jóvenes y viviendo a tope los lisérgicos y promiscuos años de la “movida”–, fue por un momento la gran esperanza de este país que salía del atraso y del túnel sin fin de la dictadura para encarar un porvernir esplendoroso que nunca se hace realidad.
Para todos ellos la vida ha pasado en un suspiro. Les quedan los viejos pósteres de U2 y The Smiths, sus títulos universitarios arrumbados en el baúl y unos recuerdos mucho más ricos y profundos que toda esa espuma vacía llena de grasiento reguetón, superficiales youtubers y absurdas fotos de Instagram en la que naufragan los jóvenes de hoy mientras se matan unos a otros a sifilazos coronavíricos en atropellados botellones, o sea, lo que era el sida en los ochenta. A estas infelices juventudes actuales probablemente ni siquiera les quedará una mínima paga, ya que con el tiempo serán condenadas a los planes privados de pensiones y la pesada mochila austríaca (otra estafa 2.0), aunque eso a ellos, dóciles y amansados, les dé igual siempre que les llegue para un móvil con el que poner un estúpido tuit.
Los jóvenes “baby boomers” de ayer ya son los jubilatas de hoy, carne de cañón para el sablazo del Gobierno de turno. Muchos de ellos tienen nietos a los que les cuentan cuentos de desengaños, de sueños rotos y de un tiempo loco, entusiasta y jovial donde parecía que todo era posible.
Viñeta: Pedro Parrilla
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