(Publicado en Diario16 el 5 de abril de 2021)
Ellos quieren pasar por demócratas de toda la vida pero les acaba aflorando el tic medievalista, imperial y autoritario. No hay más que escuchar los discursos que los diversos dirigentes de Vox están poniendo en juego en estos días de campaña electoral madrileña para certificar lo delirantes y carcas que son sus ideas políticas. Ayer mismo, sin ir más lejos, la siempre puritana Rocío Monasterio, candidata a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, exigía al Gobierno central que deje “ya de restringir y de delimitar libertades” de los españoles porque la gente “no puede más”. Toda una declaración de intenciones del gran mal de nuestro tiempo: el negacionismo populista. A estas alturas de la tragedia, y con lo que ya ha llovido, provoca estupor escuchar cómo alguien que ostenta un cargo público pide que se dejen de adoptar medidas restrictivas sanitarias para controlar la pandemia. Y mucho más cuando toda Europa se cierra, se confina y se blinda para tratar de paliar los efectos de una cuarta ola de coronavirus.
En Alemania, Angela Merkel se ha enfrentado a los representantes de los 16 estados federados conminándoles a que adopten medidas mucho más exigentes y severas. El presidente francés, Emmanuel Macron, anunció el tercer cierre del país a finales de marzo (de ahí el éxodo de jóvenes franceses a Madrid para darse al comercio y el bebercio, o sea al turismo de borrachera, un fenómeno que el alcalde de la ciudad, Martínez Almeida, ha definido, no sin cierta dosis de cinismo, como “arte y cultura”). Y en el Reino Unido se extrema la prevención después de que Boris Johnson (uno de los profetas del negacionismo supremacista que finalmente ha tenido que doblar las rodillas ante la evidencia y los estragos devastadores del covid) pidiera perdón a su pueblo por no haber anticipado el apocalipsis que se venía encima (ya van por 100.000 fallecidos).
Toda Europa, con independencia de gobiernos de uno u otro color, ha visto ya el rostro auténtico y letal de la señora de la guadaña; todos los países han entendido (tras más de un año de hecatombe y destrucción) que es preciso tomarse el bicho muy en serio. Hasta los más recalcitrantes trumpistas, estremecidos por la magnitud de la tragedia, han dejado a un lado el juego de la retórica, el bulo y el tuit barato para remangarse y ponerse manos a la obra en la lucha contra la peste de nuestro siglo. Sin embargo, la piel de toro es cuna de fanáticos y obtusos contumaces dispuestos a despeñarse si es preciso (y a despeñar al país con ellos) con tal de salvar su programa feudal ultranacionalista. Es España tierra fértil en exaltados e intransigentes que jamás se bajan del burro, de ahí que tengamos que sufrir los rigores y las memeces de aquellos que no se han enterado aún de que la demagogia y el populismo son medicinas inútiles, inocuas, que nada pueden hacer contra el poderoso virus.
El secreto para vencer esta maldita plaga y dejar atrás la recesión está en que el Estado ponga todos los medios a su alcance y gaste todo lo necesario, hasta el último céntimo, para lograr que la campaña de vacunación alcance velocidad de crucero, de forma que sea rápida y eficaz hasta lograr el objetivo de vacunar al 70 por ciento de la población española en verano. Todas las comunidades autónomas han puesto ya en marcha sus “vacunódromos”, donde los ciudadanos se agolpan en largas colas para inmunizarse con lo que les den, ya sea la vacuna de los piratas de AstraZeneca u otras mucho más acordes con el juramento hipocrático. El pueblo es sabio y siempre acaba dando una lección de bravura y civismo.
De modo que mientras llega el ansiado momento de la inmunidad de rebaño no cabe relajación alguna, es preciso mantener la guardia bien alta y seguir peleando contra el virus con todas las armas sanitarias a nuestro alcance (mascarilla, distancia de seguridad, lavado de manos). Considerar, como hace la señora Monasterio, que los españoles han visto que “no hay razones científicas que justificaran ciertas decisiones y que se han tomado todas las medidas erróneas” es sencillamente engañar al país, construir una realidad paralela, prometer un cielo irreal y darle de comer al pueblo un maquiavelismo tóxico y venenoso.
Todos los informes científicos avalan las medidas que se están adoptando en mayor o menor grado. La pandemia castiga cruelmente y por igual a todos los países, pero ella, la señora repipi de la mantilla negra que sabrá mucho de construir casas pero ni una sola palabra de epidemias, pretende que a los españoles “nos dejen vivir en paz”, que dejen a la gente trabajar y que se reactive ya la actividad económica. Esto es, política suicida, chamanismo acientífico y pan ultraliberal para hoy y hambre para mañana, ya que por mucho que se abran los bares y restaurantes antes de tiempo el agente patógeno acabará cerrándolos por defunción y atracón vírico.
En realidad Vox vende el cuento de la lechera de toda la vida que muchos incautos desesperados se tragarán entero, entre ellas la futura presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que piensa exactamente igual que Rocío Monasterio porque a ella también le va la marcha ultra conspiranoica. Afortunadamente, todavía quedan científicos sensatos para poner las cosas en su sitio con datos, estadísticas, números, y para imponer la verdad de las cosas frente al delirio extremista de un puñado de políticos (pocos, es cierto), dispuestos a anteponer su ambición personal (y un puñado de votos en unas elecciones regionales) a la razón, el sentido común y la honestidad.
Viñeta: Igepzio
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