(Publicado en Diario 16 el 2 de abril de 2021)
La noticia de que Pablo Iglesias ha incluido en sus listas electorales al mantero senegalés Serigne Mbayé y al taxista Cecilio González ha generado bromas y risas entre los esnobs de las derechas y la prensa de la caverna. Son tan elitistas, llevan el supremacismo tan metido en los genes, que les duele que el pueblo, la plebe, la gente humilde que no tiene nada, quiera abrirse camino a codazos en el mundo de la política, que no deja de ser el coto privado de los ricos. A los señoritos del Madrid imperial y franquista de Díaz Ayuso les repugna que los de abajo vayan para arriba porque tienen miedo de que algún día les arrebaten sus privilegios y porque además ellos mean colonia y piensan que los obreros huelen mal.
Mbayé y González están siendo ridiculizados, como si la inteligencia, la honradez y la capacidad de trabajo tuvieran algo que ver con la procedencia social, el color de la piel o el grosor de la cartera. El dinero no garantiza que alguien sea más válido o menos, al contrario, suele ocurrir que cuanto más alta es la cuna más bajo caen. De ser cierto que la riqueza hace al buen político, alguien que ya llegó forrado al parlamentarismo patrio como Marcos de Quinto sería un gran estadista y no es el caso. Ciertamente, el exdirectivo de la Coca Cola y hoy ilustre exciudadano ha pasado con más pena que gloria por los pasillos del poder y siempre lo recordaremos por aquella infame sentencia de los “bien comidos pasajeros” con la que se refirió, despectivamente, a los desgraciados náufragos que fueron rescatados por el Open Arms. Ni siquiera dejó un poso de elegancia y buena educación, que es lo mínimo exigible a un representante de la democracia.
Tras los fichajes de Iglesias, la prensa del régimen ha entrado en el juego de las insinuaciones y juegos de palabras más o menos jocosos tratando de ridiculizar al mantero y al taxista, al primero porque representa al gremio de los inmigrantes y al segundo como proleta de un oficio que las clases pudientes consideran poca cosa, denigrante o propio de criados y mayordomos. “Su señoría el mantero Serigne Mbayé: de su puesto en Sol al puesto en la lista de Pablo Iglesias”, titula El Español. Muy ingeniosos los compañeros del diario digital de Pedrojota.
Que Mbayé trabaje ganándose la vida con la manta es una circunstancia personal que le ha tocado vivir a este hombre y que para nada condiciona su posible talento para la política, que ya ha acreditado fehacientemente como portavoz del Sindicato de Manteros de Madrid. Y si a lo que se refiere la canalla pedrojotesca es al color de su piel, desde que Barack Obama llegó a presidente de Estados Unidos, o sea a hombre más poderoso del planeta –rompiendo la barrera de la discriminación y ganando una gran batalla histórica por los derechos civiles–, eso es algo que debería estar más que superado.
Pero si el periodismo no ha estado a la altura de una mínima madurez democrática, menos aún los supremacistas de Vox que odian a los negros, a los que deben considerar unos intrusos que vienen a robarnos el trabajo y a nuestras mujeres, de modo que no quieren verlos sentados junto a ellos en las instituciones, seguramente por su ancestral miedo enfermizo, por su neurosis negrofóbica o racismo, que a fin de cuentas no es más que un complejo de inferioridad freudiano. Si fueron capaces de fichar a un moreno como Ignacio Garriga y exhibirlo en el Congreso de los Diputados fue simplemente como trofeo de caza, figurante o especie de negro de Banyoles embalsamado para que no los puedan acusar de lo que realmente son y para demostrar que ellos respetan mucho a las minorías étnicas siempre que sean también nazis. El mensaje de Vox sobre Mbayé en Instagram (“nosotros le deportaremos”) lo dice todo sobre el pensamiento ario del partido de Abascal y no precisa más comentario, salvo que es un ciudadano español con sus derechos intactos.
Tras semejante burrada que traspasa todos los límites de la decencia humana no extraña que el muchacho senegalés considere que “Madrid es muy racista”. Por supuesto que lo es, como también es racista Nueva York, París o Londres, grandes ciudades donde la brecha de la desigualdad se convierte en abismo y donde el sistema muestra su lado más cruel y esclavista con los pobres, ya sean blancos o negros, eso da igual, porque todos son reducidos a la categoría de lumpenproletariat, criados o animales de carga. A fin de cuentas, el racismo no es más que la expresión directa de un sistema capitalista injusto y si Madrid se ha convertido en una jungla de asfalto donde rige la ley del más fuerte no es por simple casualidad sino por influjo de las ideas reaccionarias de su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, que se ha retratado ella misma al asegurar que “a la gente normal no le gusta que a los manteros se les premie con un escaño”. Más claro agua.
En cuanto a Cecilio González, qué se puede decir más que ya era hora de que un taxista llegara tan alto. Iglesias le ha dado una oportunidad a este veterano activista defensor de los servicios públicos y luchador infatigable contra el proceso de “uberización” y precarización de un sector que sufre como pocos el colonialismo privatizador que ha puesto en marcha Ayuso. Con un hombre íntegro como él que se va a partir el pecho por miles de taxistas madrileños, IDA dormirá algo menos tranquila.
A partir de ahora los trabajadores del taxi seguirán en pie de guerra para defender sus derechos y evitar que se consoliden los programas ultraliberales del trifachito basados en la rapiña, la expoliación de los servicios públicos y el capitalismo de amiguetes. A buen seguro que Cecilio nos sorprende porque el taxi madrileño es una cantera de grandes filósofos, una escuela de honrados y sufridos sénecas a los que el sistema injusto les ha negado una oportunidad. Gente dotada de lucidez, sentido común, ingenio y talento desperdiciado mientras los cantamañanas, arribistas e incompetentes del Gobierno regional que no saben hacer la o con un canuto dirigen los destinos de Madrid. A Mbayé y Cecilio solo cabe desearles suerte y que, llegado el caso de que toquen poder, hagan realidad las promesas del programa electoral. Con eso ya habrían cumplido, no como otros.
Viñeta: Igepzio
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