(Publicado en Diario16 el 29 de marzo de 2021)
El balance policial del fin de semana en Madrid es como para echarse a temblar: 231 fiestas ilegales clausuradas por los municipales; 500 denuncias por no usar mascarilla; otras 400 sanciones por beber alcohol en la calle. Son las negras cifras del fiestón inmenso en que se ha convertido la Sodoma y Gomorra de la Meseta. Y pese a la magnitud del desastre en la gestión, la delegada de Seguridad y Emergencias del Ayuntamiento de Martínez Almeida, Inmaculada Sanz, no cree que el problema sea la llegada de turistas extranjeros, ya que eso “es simplificar demasiado”. Pues que siga la fiesta y que venga ya esa cuarta ola para surfearla entre un montón de cadáveres.
La mayoría de los madrileños están encantados con Isabel Díaz Ayuso. Se equivoca quien quiera ver a la presidenta como una política al uso. Ella es más bien un hada madrina caída del cielo que a golpe de varita mágica va haciendo realidad todos los sueños del pueblo atormentado. Que el ciudadano está harto de pagar impuestos para sostener el Estado de Bienestar chavista, deseo concedido, de la noche a la mañana Madrid se convierte en un paraíso maravilloso o dumping fiscal. Que el madrileño está cada vez más indignado con el malvado Sánchez por las severas restricciones sanitarias contra la pandemia, no hay ningún problema, se abre la mano, se relaja el tedioso protocolo médico y a vivir que son dos días. Y si los castigados mesoneros de Villa y Corte se rebelan contra los cierres de bares y restaurantes, no pasa nada, bula total, persianazo arriba al canto, horarios flexibles hasta altas horas de la noche y a llenar las calles de figurantes y extras franceses para que den colorido a la ciudad, que es una bulliciosa Verbena de la Paloma en pleno funeral.
En el maravilloso mundo de Oz castizo que ha levantado la pizpireta niña Dorothy Díaz Ayuso todo es jolgorio, alegría y diversión, un mundo de fantasía y color de rosa donde la nefasta realidad queda anulada y la tragedia del coronavirus no existe sencillamente porque eso es cosa de otros, del Espantapájaros Errejón, del León Iglesias triste y sin fuerzas y del aburrido y aguafiestas Hombre de Hojalata, o sea Ángel Gabilondo, un ser obsoleto y oxidado al que hay que darle aceite todo el rato para hacerlo andar. El catedrático socialista no deja de dar la lata con sus oscuras leyendas de terror sobre el dragón de la extrema derecha que el pueblo ya no se traga tan fácilmente como antes.
La izquierda podemita trata de centrar la campaña electoral en el miedo al nazismo que vuelve, pero está por ver que la fórmula funcione. Las masas obreras se han radicalizado hacia la derecha, el discurso trumpista contra el chavismo venezolano cala y hasta los inmigrantes de Usera van a terminar votando Ayuso. Ya hay más partidos rojos que personas, y ese hedor lo percibe el ciudadano. Pese a lo que digan los politólogos modernos de nuevo cuño, la división pasa factura y la diversidad de opciones de izquierda en lugar de dar escaños penaliza. Una vez más, ha funcionado el divide y vencerás.
Los tiempos de los grandes relatos han pasado a la historia. Antaño los políticos prometían el sueño americano, o sea trabajo, chalé con piscina y un coche con garaje. Ahora la gente de Madrid, víctima de la fatiga pandémica y enloquecida por la crisis descomunal y el espectáculo denigrante de la política, se conforma con media hora de placer efímero en una terracita de Malasaña, una caña con pincho y algo de sol en la playa de cartón piedra del Manzanares. Ese es el gran programa populista con el que la niña prodigio del PP va a ganar las elecciones de calle, salvo descalabro imprevisto de última hora. Nunca con tan poco se consiguió tanto.
En el Oz madrileño, tierra de granujas, organilleros, chulapos sin mascarilla y pícaros vendedores de globos como humo de colores, hay jarana y cuchipanda todo el rato, hasta en los momentos más funestos y dramáticos, cuando los hospitales se llenan de moribundos y contagiados. La banda de música seguirá tocando hasta el final, como cuando se hundía el Titanic, porque eso es lo que demanda la parroquia. Si ha llegado el momento de irse para el otro barrio con un trancazo vírico, los madrileños han decidido hacerlo a su manera, con el comamos y bebamos que mañana moriremos y bailando un chotis por la calle de Alcalá con la camisa almidoná.
El truco ha funcionado, la prensa del establishment ha caído en la trampa. Hemos despellejado tanto a Ayuso que hemos terminado por convertirla en un personaje cercano, desvalido y digno de compasión, tal como ocurrió con Trump. Ahora se está viendo que la niña de Oz del PP anda disparada en las encuestas (ya se ha merendado a Ciudadanos y a este paso acabará rompiendo el maleficio de Vox, un partido redundante mientras ella esté gobernando). De una forma o de otra, la cándida candidata no era tan tonta, la muñeca pepona venía con sorpresa, como en las ferias, y finalmente ha conectado con el votante madrileño, aunque más bien lo ha seducido o sobornado a fuerza de darle pan y circo y un glorioso San Isidro perpetuo. Esto no va de comunismo o fascismo, como habían querido vendernos. Eso era tan solo un señuelo, un artificio en el que Gabilondo, Iglesias y Errejón han caído de bruces como pardillos. Esto tiene más que ver con una superproducción en tecnicolor muy bien rodada por la factoría MAR que ha cautivado a las masas sumidas en el pesimismo, la desesperación y el desencanto. El tierno perro Pecas de Ayuso ahora se llama Totó. Y guía fielmente a la niña Dorothy por el camino de baldosas amarillas hasta el castillo de la Puerta del Sol.
Viñeta: Igepzio
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