sábado, 7 de enero de 2023

MEIGAS INDEPES


(Publicado en Diario16 el 30 de diciembre de 2022)

En democracia, al partido que gana unas elecciones le compete llevar a cabo las tareas de Gobierno mientras que el partido que las pierde tiene que ejercer una oposición crítica pero leal, siempre buscando lo que sea más beneficioso para el interés común y para el país. Así es como funcionan todas las democracias en la Europa civilizada y avanzada. Todas menos la española. Aquí, cuando la derecha pierde en las urnas se rompe la baraja, se saltan las reglas del juego, se usurpan las instituciones (en golpes de Estado blandos) y se torpedea todo hasta que el legítimo Gobierno cae, derribado prematuramente víctima del bloqueo, la inestabilidad y la crisis generada por un clima político irrespirable.

Hace tiempo que el Partido Popular renunció a un programa político reformista para sacar al país de la zozobra institucional que arrastra desde hace años. Lejos de poner en marcha un proyecto necesario, los populares se aferran al conservadurismo más reaccionario y al filibusterismo más irracional. Cuando la pandemia arreciaba se opusieron a todo (hasta a las medidas sanitarias más elementales para frenar el virus); cuando estalló la guerra en Ucrania dijeron no al plan para reducir la factura del gas, un plan que Feijóo tachó de “timo ibérico”; y en lo peor de la economía se pusieron de perfil a cualquier cosa que supusiera mejorar la vida de las clases más humildes. No a la subida del salario mínimo interprofesional. No al impuesto a las rentas más altas y a los beneficios caídos del cielo de las multinacionales eléctricas y la banca. No, no y no a todo lo que salga del Consejo de Ministros bajo la única consigna de que a Pedro Sánchez hay que negarle el pan y la sal, así vaya el país al precipicio. De la reforma del Poder Judicial qué más podemos decir que no se haya dicho ya: llevan años bloqueando la renovación de magistrados, saltándose a la torera la Constitución y tratando de controlar los órganos judiciales de mayor rango para tumbar las leyes del Gobierno y poder salir impunes de los innumerables casos de corrupción en los que andan metidos. Han atravesado tantos Rubicones, tantas líneas rojas, que han llegado incluso a secuestrar al Parlamento, amordazándolo a golpe de medidas cautelarísimas adoptadas por los magistrados conservadores, sus magistrados, los magistrados de su cuerda estratégicamente colocados en el Constitucional. Ese trumpismo a calzón quitado, ese golpismo made in siglo XXI, sin tanques ni asonadas, no se había visto en más de cuatro décadas de democracia.

Ahora que constatan con pesar que la economía española aguanta y que todas sus maniobras marrulleras han fracasado (el rey Felipe VI ha debido darles un serio toque de atención para que renueven de una vez por todas el caducado CGPJ), se agarran al último clavo ardiendo que les queda ya: promover el miedo al indepe, al que han convertido en enemigo irreconciliable de su anti-España tal como hizo Franco en su día. Solo les queda el manido recurso del “España se rompe” y reclamar elecciones anticipadas una y otra vez, una cantinela que ni siquiera el votante les compra ya porque los españoles están hartos de que los lleven a votar cada dos por tres y cada vez que a estos señoritos se les pasa por la cabeza. La gente está a lo que está: a llenar la cesta de la compra diaria y a llegar a final de mes. Y esa economía micro, doméstica, no va tan mal ni es tan apocalíptica como quiere pintarla el PP.

Si lo que pretende Feijóo es que prenda de nuevo el polvorín de Cataluña para arañar votos, que se ande con cuidado porque esa estrategia de la crispación puede salirle como el tiro por la culata. Las encuestas y sondeos demoscópicos revelan que el votante moderado, ese que gana elecciones dando el triunfo a PSOE o PP, según el momento político, no ve con malos ojos que el Gobierno negocie con Esquerra para reconducir una situación que con Rajoy adquirió tintes de insurrección popular y contienda civil. Reformar unos cuantos artículos del Código Penal a cambio de rebajar penas para los encausados del procés y pacificar durante un tiempo aquellas explosivas tierras no supone ninguna claudicación ante Junqueras, ni ante Rufián, ni ante Aragonés ni ante nadie. Se trata simplemente de abordar una solución al conflicto por vías políticas pacíficas una vez que la estrategia de los piolines, del garrotazo al anciano en el colegio electoral y la represión judicial devino en fracaso. Barato nos saldrán unas pinceladas al Código Penal si con ello logramos que los CDR de Quim Torra se olviden de las barricadas y la quema de contenedores por un tiempo. El delito de sedición era un residuo del siglo XIX que ya no se aplicaba en ningún país de Europa (en caso de que se produzca un golpe de Estado cruento, dios no lo quiera, ya está la figura penal de la rebelión). Otra cosa es la malversación, que si no se afina al máximo en su nueva redacción podría beneficiar a los corruptos de todo pelaje y condición, con el consiguiente descrédito para la democracia. Pero en cualquier caso estamos ante una pura cuestión de técnica jurídica y legislativa. Se trata de redactar la reforma de la manera más aseada y profesional, poniendo a trabajar a los más prestigiosos juristas, para que no pueda haber resquicios o grietas por la que puedan escaparse los malversadores. Nada de lo que ha hecho Sánchez hasta ahora supone una ilegalidad o una traición a España, tal como sugiere Feijóo.

Así las cosas, el último as de bastos que le queda en la manga al jefe de la oposición es la posibilidad de que se celebre un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Si esa consulta llega a celebrarse, probablemente el PP ganaría las elecciones generales por mayoría absoluta. El problema es que el presidente del Gobierno ya ha dicho por activa y por pasiva que, se pongan como se pongan los líderes independentistas, no se pondrán urnas para eso. Solo un loco accedería a tal pretensión. Solo un suicida dispuesto a dar con sus huesos en la cárcel se atrevería a autorizar un referéndum que va contra la letra y el espíritu de la Constitución (nuestra Carta Magna garantiza claramente la unidad e indivisibilidad de la nación). Sánchez será lo que se quiera, pero hasta donde se sabe no es un lunático iluminado capaz de inmolarse penitenciariamente de esa manera. Pese a todo, Feijóo va a seguir dando la matraca con el “España se rompe” y asustando al personal con la amenaza de un referéndum que, hoy por hoy, todo el mundo, hasta Pere Aragonès, sabe que no se va a celebrar. Así es la política basura que le gusta hacer al PP. Bulos, mentiras y conspiraciones sin fundamento. Habrá que ver si los cuentos gallegos sobre meigas independentistas y felones socialistas son capaces de seducir a esa mayoría silenciosa que dictará sentencia sobre la gestión de unos y otros y a la que ya no se la camela tan fácilmente.

Ilustración: Artsenal

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