domingo, 17 de enero de 2021

FILOMENA

(Publicado en Diario16 el 12 de enero de 2021)

Vecinos que sacan sus palas a pasear para achicar nieve en la calle; gremios de conductores que se agrupan para rescatar coches de las carreteras; taxistas y camioneros que se ofrecen para llevar comida a domicilio a las personas que han quedado aisladas en sus casas. Es la sociedad civil que se moviliza allá donde no está llegando el Estado de bienestar, totalmente desbordado por el temporal Filomena. Cuarenta y ocho horas después de la nevada del siglo, Madrid sigue siendo una ciudad sepultada bajo una inmensa lápida de hielo por la que transitan, de acá para allá, sombras solitarias, tambaleantes, ateridas de frío. Ni un invierno nuclear dejaría una estampa tan desoladora, sobre todo por la noche, cuando las temperaturas se desploman hasta los veinte bajo cero y los mendigos del Metro caen congelados, como los árboles quebradizos del Retiro.  

Filomena, un nevazo de proporciones bíblicas que se recordará durante años y que está poniendo en evidencia la capacidad de todo un país para reaccionar ante grandes catástrofes, ha venido para demostrarnos que España no estaba preparada para una inclemencia meteorológica que en la Europa del norte, en la Europa rica, se afronta con muchos más medios y eficacia que aquí. Si el covid-19 nos ha enseñado que no teníamos la mejor Sanidad pública del mundo –un año después del estallido de la pandemia el personal sanitario sigue en precario y los hospitales saturados− la lección que nos deja el gélido vendaval es que los servicios de emergencia y Protección Civil también estaban bajo mínimos tras años de duros recortes y políticas neoliberales, hasta el punto de que los efectivos han quedado fuera de combate en cuanto han empezado a caer los primeros copos de nieve.

El temporal estaba anunciado desde hacía semanas pero por lo visto decretar el estado de alarma era mucho pedir. El alcalde Martínez Almeida debió creer que la alerta roja solo se activa en caso de invasión comunista y no apretó el botón a su debido tiempo. Si Filomena está siendo un temporal histórico, la imprevisión de los gobiernos de Madrid no lo está siendo menos. Lo que se vivió en las primeras horas de nevada no tiene nombre: autobuses urbanos encallados en la nieve, monumentales atascos en la M30, centenares de personas atrapadas en la carretera, un caos general. ¿Es que a nadie se le ocurrió consultar el parte meteorológico del día, prohibir la circulación en toda la provincia y ordenar que la población se quedara a resguardo en sus casas? ¿Acaso activar el protocolo de emergencia era también una medida bolchevique, como dice la conspicua presidenta regional cuando se opone a las medidas de confinamiento contra la plaga de Wuhan? Claro, es mejor no perder votos que gobernar y tomar medidas impopulares. Es mejor no hacer nada y que la multitud se contagie el coronavirus en infantiles y multitudinarias batallas de nieve en plena Gran Vía, donde el covid campa a sus anchas en un blanco carnaval de peste y muerte que ni el Decamerón de Boccaccio.

Por supuesto, Díaz Ayuso y Martínez Almeida están encantados con la respuesta solidaria de los madrileños, que a través de las asociaciones vecinales se han organizado para tratar de solventar las graves deficiencias de la Administración local y regional. Cientos de madrileños trabajan a esta hora como un solo hombre, como un Ejército improvisado abandonado en las trincheras por sus nefastos políticos. En los momentos difíciles el pueblo siempre supera en valor y tesón a sus gobernantes. Pero eso para el Partido Popular es lo de menos. Que la ciudadanía se remangue y dé el callo con la pala quitando hielo a destajo, y por turnos, es el gran sueño hecho realidad del PP casadista. Patriotismo en estado puro. Todo lo que hagan los sufridos madrileños se traducirá en gastos que se ahorrará Díaz Ayuso; todo el trabajo que recaiga sobre las espaldas de los abnegados vecinos (ya machacados por la tos mortal del coronavirus) es dinero que no saldrá de la Alcaldía y que terminará cuadrando a final de año en los balances municipales. Así se construye la leyenda ficticia de que las derechas gestionan mejor los caudales públicos que la izquierda. Y un cuerno, nada más lejos. Lo que hacen es aplicar la filosofía del puño cerrado, cicatear, tacañear, escamotear a los ciudadanos una inversión necesaria que llegada la hora, cuando estalla una pandemia global o cae una fría glaciación, se echa en falta.

Los del PP son pescadores que siempre ganan con el río revuelto. IDA, como buena ultraconservadora que es, no cree en la inversión pública ni en el Estado de bienestar, de modo que no aprenderá la lección de Filomena ni comprará una sola máquina quitanieves para que este sindiós no se vuelva a repetir el próximo invierno. La presidenta vive obsesionada con no rebasar el déficit de su paraíso fiscal castizo y no desea quedar como el “manirroto” Gobierno Sánchez. En todo caso el año que viene, cuando llegue la hija adelantada de Filomena −que vendrá como consecuencia del irreversible cambio climático−, ya habrá privatizado la brigada de excavadoras, los trajes de los operarios, la sopa caliente y hasta la sal que se echa en las carreteras, sacándole así un dinerillo al temporal. Por su parte, Martínez Almeida se conforma con que Sánchez movilice al Ejército. Aquí las chapuzas políticas se pasan a los cuarteles y a otra cosa mariposa. Que estalla una epidemia, que vaya el Ejército; que los de Cañada Real se quedan sin luz, ya irá el Ejército; que cae la nevada del siglo, para eso está el Ejército. Por lo visto, lo de tomar medidas de prevención, coordinar a los efectivos de Protección Civil, prohibir que la población salga a la calle y cortar la circulación de vehículos también debe ser cosa de filocomunistas. Eso sí, el alcalde le pide a Sánchez la declaración de zona catastrófica, que con ese maná de Moncloa se podrán construir unos cuantos hoteles, urbanizaciones para ricos y campos de golf. Que fluya el capital en la capital, que no pare la fiesta ultraliberal ni en medio de un infierno de virus y nieve. El negocio siempre es lo primero. Así reza en el gran catecismo neocon pepero, así se anula un Estado, así se liquida lo público mientras se arenga al pueblo para que empuñe la pala y se lance al Stalingrado madrileño para darlo todo por la patria, como aquellos héroes sacrificados de Chernóbil.

Ignacio Aguado, con total descaro y desparpajo, ya se lo ha dicho alto y claro a la gente: “Si tienes una pala en casa, te animo a que ayudes a quitar nieve”. ¡Quítela usted con sus manitas de manicura, no te amuela!, habría que decirle a este muchacho. Aguado no ha cogido una pala en su vida y envía a otros al frente coronavírico para agarrarse el trancazo mortal en medio de la pandemia. Hay que echarle frescura, nunca mejor dicho. El ministro Ábalos es quien mejor ha definido la desvergonzada forma de hacer política de toda esta gente trumpista: “El señor Casado puede coger una pala, otros pueden hacer un muñeco de nieve. Cada uno disfrutó de la nieve como quiso, otros estábamos trabajando tratando de que fuera más efectivo”. No gaste saliva en balde, don José Luis, que de donde no hay no se puede sacar.

Viñeta: Igepzio

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