LOS EGÓLATRAS
El Estado ha pagado 25.000 eurazos del ala por una fotografía del expresidente del Congreso Manuel Marín, tan mono él, que ya cuelga en la Galería de Presidentes. La imagen, firmada por la fotógrafa Cristina García Rodero, se colocará junto al retrato del coqueto José Bono, que en su día costó otros 82.600 de vellón. Parece evidente que una fiebre de egolatría, de vanidad, de narcisismo político exacerbado, se ha apoderado sin remedio de sus señorías. No hay dinero para el pueblo sometido, que malvive con un mendrugo de pan de segunda mano; no hay dinero para limpiar la basura primaveral que florece en el hospital de Vallecas; y no hay dinero para esas madres corajes que se desgañitan ante alcaldesas insensibles como piedras. Pero para esa foto inmortal y absurda, para ese retrato caro y jactancioso del político de turno, para eso sí hay parné. Faltaría plus. España siempre fue un país de retrateros y retratados, o lo que es lo mismo, de ricos muy ricos y pobres muy pobres. El opulento y poderoso ha cultivado siempre ese palurdismo español de hacerse el último retrato antes de la muerte, como si tuviera pánico al polvo del olvido. Polvo serán más polvo retratado, diría Quevedo. Posan como grecos inmortales en la Galería de Presidentes pero más bien se quedan en malos muñecones de cera de una Galería de los Horrores. Si sufragaran ellos de su propio bolsillo su vanidad de vanidades la cosa tendría un pase. Lo malo es que aquí se está jugando con el dinero exiguo del español famélico y dos presuntos sociatas como Marín y Bono deberían renunciar ya, de inmediato, por coherencia ideológica, por conciencia social, a esos cuadros millonarios que dejan a unos miles de escolares sin su alegre bocadillo del recreo. No hemos salido de Velázquez, que ya pintó la estulticia de borbones y validos, de meninas y enanos del circo palaciego, y seguimos tirando el poco oro del pueblo en unos cuantos retratos de fulanos engolados con la mano en el pecho y caras de solemnes gilipollas. Corre entre nuestros políticos una fiebre freudiana, ya digo, una fiebre extraña por pasar a la posteridad, por ser recordados por el pueblo, cuando el pueblo está hasta las criadillas de ellos y lo único que quiere es olvidarlos para siempre. Si pudieran, mandarían esculpirse a sí mismos en diorita, subidos a un caballo, con el tricornio de Napoleón y espada en ristre. Son como Dorian Gray, inflados de fatuidad, gordos de engreimiento, y cualquier día sus retratos se pudrirán de feos y de falsos. Hay que dejar la vanidad a quien no tiene nada que exhibir, creía Balzac. Hace media hora que se ha muerto Suárez y ya echamos de menos su ideal de político, su apostura generosa, su dignidad fuera de lo común. El juez Ruz acorralando a Bárcenas El Suizo, la Policía registrando las cloacas podridas del PP, Díaz Ferrán y Blesa entrullados por choricillos, toda esa España de la pasta canalla desmoronándose con estrépito, como un castillo de naipes, mientras a algunos paseantes en Cortes solo les preocupa salir favorecidos en la orla de palacio. Está claro que quieren maquillar la Historia con el óleo de la mentira. Sus jetas podrán colgar de la pared por los siglos de los siglos, pero el ciudadano, el país, el pueblo, los habrá olvidado pasado mañana. Y si te he visto no me acuerdo.
Imagen: quesabesde.com
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